Después de la llegada ayer de trenes de refugiados procedentes de Budapest, los vienes han demostrado su lado más noble. Viena Directo ha estado allí.
1 de Septiembre.- Un terremoto está recorriendo Europa. La ola de refugiados procedente de Siria y de su guerra civil a llegado, procedente de Hungría, a Viena. Ayer por la tarde, mientras 20.000 personas se manifestaban en la Europaplatz frente a la estación –sé que es difícil de creer, pero es una cantidad de personas que rara vez se reúne en Viena- para demostrarle a los refugiados y, supongo, a una parte de sus compatriotas, que en los corazones de los austriacos aún anida la decencia, llegaban varios trenes procedentes de Budapest con casi tresmil quinientas criaturas.
Pronto, en un acto que me llena de orgullo contar, cientos de personas particulares y de voluntarios se organizaron para atender a aquella multitud que venía agotada y hambrienta del viaje. Se repartieron cientos de kilos de fruta, botellas de agua, juguetes, se donaron billetes de tren para que los refugiados siguieran viaje a Alemania y a Suecia, a donde muchos querían llegar. Una parte de ellos, sin embargo, un millar más o menos, decidieron partir de Viena pero se quedaron en Salzburgo.
Hoy, en Hungría, la policía le impedía la entrada a los refugiados en a estación de Budapest. Sin embargo, algunos cientos han conseguido burlar la vigilancia de las fuerzas de seguridad húngaras y han conseguido llegar hasta aquí. En la Westbahnhof les esperaban los voluntarios (algunos, después de estar doce horas a pie firme).
Yo he estado esta tarde haciendo fotos y tengo que decir que reinaba un ambiente muy tranquilo, incluso diría que cariñoso. Había traductores –en muchos de ellos se adivinaba también un pasado de inmigración, y es que en todas las personas inteligentes está aquello que decía Ortega de “devolverle a la vida lo que la vida le ha dado a uno”- había un hombre que traducía somalí, otro a Persa, otro al árabe, había mujeres musulmanas que repartían comida y botellas de agua de agua, había carreras para coger los trenes que partían.
Hubiera podido ser un día normal si no hubiera sido porque se veía claramente que, a diferencia de los viajeros normales, los refugiados no dejaban a nadie atrás. En general, reinaba la más absoluta tranquilidad y el orden más total.
Quiero decir aquí que escenas como las vividas ayer y como las que he visto hoy, el cariño con el que he visto que trataban a la gente me hacen sentirme muy orgulloso de mis austriacos. Este es un gran país. En las dificultades es cuando se demuestran estas cosas. Y Austria lo está haciendo.
Deja una respuesta