Solo falta un mes

FiakerDentro de un mes, Viena cambiará de Gobierno (o no). A un mes de las elecciones municipales dibujamos hoy un panorama de la casilla de salida.

11 de Septiembre.- Hace cinco años, el líder de la ultraderecha austriaca, Heinz Christian Strache, dijo que quería ser alcalde de Viena. En aquel momento, en el partido socialista austriaco se le descojonaron en la cara ¿Dónde iba Strache que más valiese? Viena era un feudo „rojo“. En realidad, la joya de la corona del partido socialista. La gobernaban desde hacía tiempo prácticamente en solitario.

En las últimas elecciones, la baraka del actual alcalde, el entomólogo Dr. Häupl, empezó a dar señales de fatiga y el partido socialista tuvo -probablemente a su pesar- que pactar con la marca más afín a él, los verdes (Die Grünen) pensando que, al ser solamente la muleta política, no se volverían demasiado exigentes y se limitarían a secundar disciplinadamente la política del alcalde. En realidad, esa política no existía, como no existe la estrategia en las empresas familiares que han funcionado siempre muy bien. Los sucesores de los fundadores se limitan a seguir haciendo siempre lo mismo, confiando en que todo seguirá funcionando como ha funcionado desde que el mundo es mundo.

Sin embargo, los verdes no salieron tan disciplinados como los socialistas hubieran querido y empezaron, como el burro de la novela aquella „a tener ideas“. Unas ideas muy buenas, en realidad. Por ejemplo, la peatonalización de Mariahilferstrasse, que a todo el mundo (incluso a los que estaban en contra) hoy les parece una idea fenomenal. Nadie puede acordarse ya de cuando Mariahilferstrasse era una calle por la que pasaban coches. Sin embargo, hasta llegar a este punto, el proyecto insignia de esta legislatura en la alcaldía vienesa se ha tenido que enfrentar a la resistencia al cambio de los austriacos (que la llevan incrustada en los genes desde generaciones; en este país mover un bolígrafo diez centímetros del punto A al punto B cuesta Dios y ayuda) y no había día en el que la oposición no utilizara esta resistencia al cambio para acusar al Gobierno municipal de ser unos aficionados y de gobernar (tópico favorito de la ultraderecha) „en contra de los deseos del pueblo“ o „de hacer de Mariahilferstrasse un problema en donde antes no había ninguno“.

Hoy, cinco años más tarde, ya nadie se ríe en el partido socialista austriaco cuando Strache dice que quiere ser alcalde (de hecho, los sondeos le colocan bastante cerca de serlo). El viento de la actualidad sopla en las velas de la ultraderecha y, a pesar de que el programa de la ultraderecha es prácticamente inexistente, ya no solo puntúa en el que es su público natural (o sea, las clases medias-bajas y bajas de los distritos obreros de Viena) sino que, de alguna manera, algunos sectores de la clase media le están perdiendo el miedo a la perspectiva de que alguien tan tosco como Strache o tan oscuro como Gudenus les gobierne y, aunque la mayor parte de los ciudadanos, siguen considerando a Strache poco menos que un mamporrero de discoteca (que era lo mismo que sus abuelos pensaban de Hitler, con quien Strache tiene muchos puntos en común en lo personal y en lo político) está bastante claro que el día 11 de Octubre Strache puede acostarse siendo el político más votado de esta ciudad en la que, cíclicamente, surge un Carl Lueger.

Ahora bien: ser el político más votado (y eso lo saben también, y muy bien, en el FPÖ) no significa necesariamente gobernar. Strache está muy lejos de la mayoría y necesitaría a otro(s) partido(s) para poder decidir sobre los asuntos de esta bonita urbe.

Como en el caso de los verdes para los socialistas, el socio más afín de Strache sería el Partido Popular (ÖVP). El problema es que, si todo sigue como va, el ÖVP no tendría, ni de lejos, los votos necesarios para ayudar a Strache a ser alcalde de Viena y hacerle pesar, por fin, del estado de princesa del pop al de Gran Dama de la canción. El ÖVP, en Viena, es un partido reducido a la insignificancia.

Strache, por otro lado y a pesar de lo que jura y perjura siempre que hay una cámara delante, no quiere ser alcalde de Viena, es algo que está claro. Le viene muy pequeña. Se ahogaría en la política municipal, discutiendo en plenos interminables sobre cosas que le importan un pimiento.

Strache, además, es un político al que nadie aprecia dentro del stablishment de la política austriaca. Tiene los escrúpulos demasiado escasos incluso en un mundo en el que no abundan los escrúpulos. Nadie en su sano juicio iría con él ni a la puerta de la calle porque si el refrán romano decía que „perro no come perro“, los eventuales socios de Strache están seguros de que, si la cuestión fuera salvar su trastéver, Strache no dudaría en vender a su mismísima madre. Porque Strache ya lo ha hecho otras veces (de hecho, su biografía es un reguero de cadáveres políticos a los que usó y cuya cabeza luego rebanó sin ningún remordimiento).

Así las cosas ¿Cómo se presenta el día después del terremoto político que supondrá que la ultraderecha conquiste una plaza tan importante como Viena? (de hecho, la más importante del país). Pues la verdad que el futuro sería muy incierto. Se especula incluso con que el FPÖ podría aliarse con Neos (ese partido de curso errático) y verdes (!) para darle la alcaldía de Viena a una personalidad independiente. Un hombre afín al FPÖ pero con un currículum algo más presentable que el de ser un protésico dental curtido en la gramática parda.


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