Un hombre más, un hombre menos

ojos de niño¿Qué es un hombre cuando se le despoja de todo? De cómo la historia del padre y el hijo sirios puede hacernos reflexionar a todos los que hemos elegido otro país para vivir.

16 de Septiembre.- Hace diez años que decidí emigrar de mi país para asentarme en Austria.

De las trece últimas palabras que he escrito, como suele suceder en todos los idiomas, la más importante es la quinta, el verbo: decidir.

Soy consciente de que, para mí, emigrar fue menos traumático porque fue una elección personal. Esto no quita que, evidentemente, los comienzos fueran difíciles. En España, como ahora aquí, yo era un joven de clase media-media, quizá con una formación ligeramente superior a la de mis conciudadanos (la diferencia la marcaban entonces como ahora, que era capaz de hablar varios idiomas con fluidez y que tenía una cultura general que me permitía, y me permite, salir con bien de conversaciones sobre temas muy diferentes; las únicas excepciones a esto son el fútbol y la conducción de vehículos propulsados a motor de explosión, temas ambos que me matan de tedio y me parecen absolutamente irrelevantes).

Cuando llegué aquí, sin embargo, me encontré, como muchos en mi misma situación, absolutamente vulnerable.

Mi vulnerabilidad radicaba básicamente en mi mudez o, mejor dicho, en la imposibilidad de expresarme en el idioma del país al que llegué de una manera acorde a mi formación y a mi cultura. Sin eso, un hombre, y más un hombre como yo, para quien la palabra es la misma vida, está desnudo. El idioma dice tanto de nosotros…Es más: el idioma y la memoria SOMOS nosotros.

(De eso trata, por ejemplo, la obra de teatro de George Bernard Shaw, Pigmalión, llevada al cine como „My fair lady“, del papel fundamental que desempeña en cómo nos ven los demás la manera en que utilizamos el lenguaje).

Quien me escuchara entonces, cuando llegué a Austria, y no me conociera de antes, probablemente me hubiera tomado por un imbécil que sabía sonreír (es lo único que no se le pierde a aquel a quien el idioma se le pierde por un agujero del bolsillo de la vida).

Era muy fácil entonces que alguien con malas intenciones, juzgando por mi manera de expresarme, me hubiera tomado por alguien ligeramente bestial o poco inteligente. Hubiera podido convencer a otros fácilmente de que era así.

Los sucesos de estos días, infinitamente ampliados por el continuo bombardeo de imágenes repetidas una y otra vez, me han hecho volver a hacerme esta pregunta que fue el espinazo de mis primeros meses en Austria.

¿Qué somos cuando se nos despoja de todo nuestro entorno social y del idioma en que podemos decir cómo nos llamamos, qué somos, qué fuimos, cuáles son nuestros conocimientos? La respuesta es muy sencilla: nada.

Estamos a merced de imbéciles como Petra Lazslo, la bruja que le puso la zancadilla a un pobre padre sirio que lo único que quería hacer era salvar a su hijo de la policía húngara.

O estamos a merced de gente que puede hacer circular (y de hecho lo hacen de la manera más desvergonzada) toda clase de calumnias acerca de nosotros. A despecho del ínfimo porcentaje que representamos con respecto al resto de la población, pueden decir, por ejemplo, que queremos invadir un continente que no es el nuestro con malas intenciones. Para imponer un determinado credo religioso, o para ejercer el terrorismo, por ejemplo (o para expandir enfermedades infecciosas o envenenar el agua, por qué no; ya puestos…). Todos, con un plumas, una mochila a la espalda y un plátano y una botella de agua mineral en la mano, sin afeitar y sin haber podido ducharnos en días, tenemos indefectiblemente pinta de malhechores.

Yo no estuve nunca en esa situación, gracias a Dios, pero aprendí que la frontera entre esto de ahora y aquello es muchísimo más fácil de traspasar de lo que podría parecer a primera vista.

El padre al que Petra Lazslo le puso la zancadilla (yo estoy seguro, además, de que la muy malvada de ella lo hizo por obtener una imagen impactante para la cadena, de línea editorial ultranacionalista, para la que trabajaba) ha resultado ser un ex entrenador de fútbol de primera división.

Afeitado, duchado, vestido de persona, quizá haya conseguido explicar en inglés quién es, a qué se dedica y qué sabe hacer. De pronto, de entre la multitud de personas menesterosas que se hacinan en las fronteras, que patean los caminos de esta Europa buscando un poco de seguridad, ha quedado destacado y muchos, en los próximos meses, aprenderán a verle exactamente como lo que es: como uno más.

En este momento, en Nickelsdorf, en Heiligenkreuz, en Salzburgo ¿Cuántos habrá que tengan detrás una historia similar a la suya?


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Comentarios

Una respuesta a «Un hombre más, un hombre menos»

  1. Avatar de David
    David

    Por cierto Paco, las vueltas que nos hace dar la vida… La tipa esa estigmatizada para siempre ( se lo ganó a pulso ) y este hombre con trabajo en Getafe y de lo suyo.
    Un saludo desde Barcelona.

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