Los elefantes vieneses

ElefanteAyer, en la ORF, se produjo el único gran debate entre los candidatos a la alcaldía vienesa ¿Qué piensan sus votantes? ¿Strache o Häupl? No es nada fácil.

6 de Octubre.- Quizá el reto fundamental al que se enfrenta cualquier escritor (yo también) es el de darle a sus lectores, pocos o muchos, algo que no puedan encontrar en ningún otro sitio.

A fuerza de machacar en el mismo clavo durante casi diez años y de intentar hacerlo cada vez mejor, en la modesta medida de mis posbilidades, he llegado a una conclusión de que, si uno quiere conectar con las personas que van a leer solo se puede hacer de dos maneras: o bien con la forma de contar las cosas, tratando de que sea lo más auténtica y personal posible (lo que Umberto Eco llama „preguntarle al material con el que se trabaja“); o bien con la perspectiva que se elige para contar las cosas; lo cual, si bien se mira, no deja de ser una variante de lo primero.

La conclusión es que, pase lo que pase „mormure quien mormurare“, hay que avanzar por el camino de uno sin fijarse mucho en lo que tenga alrededor y pueda distraerle y tener como lema una frase de Katharine Hepburn que a mí me gusta citar cuando salen a colación estos temas: „Haz o sea, escribe, lo que sientas y, por lo menos, habrá alguien contento“.

Entrando en materia: ayer, en la segunda cadena de la ORF se produjo el inevitable debate entre los candidatos a la alcaldía vienesa. Inevitable(mente tostón) y, además, con morbo, porque uno de los candidatos es Heinz Christian Strache, el jefe de la ultraderecha austriaca.

Mientras el debate discurría, como suelen ser estas cosas, en plan Sálvame -el ABC de la democracia y de la no-democracia es que hay que dirigirse siempre al habitante más tonto de la Polis, de manera que todo el mundo entienda de qué se habla- yo me preguntaba cómo iba a convertir aquello (!Aquello!) en un post de Viena Directo.

Y es que, queridas lectrices, queridos lectores, hay cosas de las que, de manera ineluctable, hay que informar también si uno quiere hacer un retrato de cómo es la realidad de una persona normal en este país.

Me fui a la cama con ese come-come y hoy por la mañana, al levantarme, he decidido que trataría de reflejar, lo más imparcialmente posible, los comentarios de los austriacos con derecho a voto que surgieran en mi entorno, al objeto de hacernos todos una idea no ya de (mencionando la gilipollez usual en estos casos) „quién había ganado el debate“ sino de la percepción que los ciudadanos habían tenido de él.

En el metro, nadie ha hablado del debate (en el metro, en Viena, nadie habla) así que mi propósito de pulsar la opinión del Pueblo Soberano en el ferrocarril suburbano estaba abocado al fracaso más estrepitoso a no ser que, claro, me acercase a algún viajero y le interrogase al efecto (cosa que no he hecho porque no quiero seguir sembrando dudas sobre mi salud mental).

En mi oificina, la verdad, el tema ha tardado en salir.

Trabajo en una empresa en la que todos somos representantes de una burguesía media, con lo cual era poco probable, en principio, que hubiera muchos votantes de Strache entre mis compañeros.

Dado que realizamos labores bastante complejas, también puede decirse que la media de mis compañeros es un poquito más inteligente que el resto de sus convecinos vieneses y esto se ha notado cuando han empezado a salir las opiniones a propósito de lo que sucedió ayer en un plató de la ORF.

En general, a todo el mundo Strache y lo que representa le produce bastante repulsión (cuanto más inteligente es la persona, más repulsión) sin embargo también ha habido, incluso en personas que no simpatizan con él, expresiones de admiración ante su capacidad de comunicación y su carisma mediático (una capacidad y un carisma que han ido creciendo, en parte por la disciplina del usuario y en parte por la incapacidad de los que tenía enfrente).

En general, la percepción era que Strache estaba muy seguro de sí mismo y que los demás políticos han caido en una tela de araña que es tan vieja como el mundo. Esto es: en vez de tratar de definirse por sí mismos, cada vez más se definen en relación a lo que ellos piensan de lo que dice la ultradrecha; con lo cual terminan, tácitamente, reconociendo que la ultraderecha es la que marca el canon de lo aceptable. Strache, en el imaginario colectivo de los dos tercios de la población austriaca que se inclina por otras opciones políticas, es como un buen malo de James Bond. O sea, es inevitable reconocer que, aunque represente al lado oscuro (negro oscuro) lo que hace, o sea, hacer el mal como la Bruja Avería, lo hace muy bien.

En general también se considera a Strache un político poco serio y, en una sociedad tan sumamente compartimentada y clasista como es la austriaca, se le considera también como el político de la gente con menos medios económicos y, por lo tanto, con menos medios para proveerse de la información necesaria para hacer un análisis complejo de la realidad o para examinar de manera crítica los mensajes del populismo de la ultraderecha).

Curiosamente, no han sido pocos los austriacos a los que yo he escuchado (mientras hacía mi trabajo normal, o en fugaces conversaciones de pasillo o sobremesa) que han hablado de Strache como un mal necesario. Necesario para limitar los excesos „sociales“ de los otros partidos.

Por cierto, los medios dirigidos a ese estrato de la población al que Strache también se dirige han dictaminado que el político ultraderechista fue menos convincente que el alcalde socialista que hoy ocupa el puesto. Por mis indagaciones, yo he sacado la conclusión contraria. Veremos qué sucede.


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