Aunque internet nos ha hecho la vida más fácil, la vuelta al propio país tiene un componente traumático inevitable. Algunos consejos para llevarlo con paciencia.
12 de Octubre.- Ayer hizo diez años que llegué definitivamente a Austria y, como si se tratase de una casualidad hoy, día diez años más uno, estoy en España.
Como emigrante, siempre me ha resultado muy interesante el hecho de volver y creo que nosotros, los emigrantes, vivamos en Austria o en otro lugar, debemos tener siempre presente la vuelta, y los efectos que la vuelta opera en nosotros, aunque sea transitoria. Desde el principio, me he visto a mí mismo en este aspecto como una especie de experimento. Supongo que es otra manifestación más de mi curiosidad natural. ¿Qué he aprendido en este tiempo? Principalmente, que todo el mundo está preparado para el trauma que supone irse pero muy poca gente está preparada para superar el trauma que supone volver.
¿Cómo se manifiesta principalmente este trauma?
Yo recuerdo que cuando llegué a Austria, el hecho de no saber „leer“ la realidad me provocaba un gran rechazo de todos los aspectos de mi quehacer diario.
Por ejemplo, la televisión me parecía anticuada -no soy el único: muchas veces, cuando yo he defendido la ORF, algún que otro descerebr…Digoooo amable lector, me ha dicho que la ORF era la televisión española de los noventa-; me parecía que todo era soso, sin color; me parecía que la gente era fría y poco emocional -naturalmente, es mentira: los austriacos son perfectamente igual de „cálidos“ y emocionales que los españoles, lo que pasa que el código que utilizan para expresar esas cosas es muy diferente del nuestro-; me parecía que la gente era aburrida vistiendo y, en general, no entendía los códigos que utilizaban para darse señales los unos a los otros durante la vida diaria. Era un conductor lanzado por una autopista social de la que no entendía las señales. Naturalmente, durante el tiempo en que he estado viviendo en Austria, he estado aprendiendo constantemente a leer y ordenar los estímulos que me llegaban todos los días. Se puede considerar Viena Directo como una especie de resumen y catálogo de esos estímulos. Lo que sucede, naturalmente, es que, como todos somos seres humanos y tenemos nuestros límites, para „aprender“ Austria hay que „desaprender“ España.
Este proceso de olvido o, de otra manera, de „envejecimiento“ del banco de datos de España que tenemos, hace que, a través del tiempo, España se vuelva un país cada vez más extraño para nosotros. Los emigrantes, unimos al proceso natural de envejecimiento que les pasa a todas las personas, el proceso de quedar desconectados de lo que sucede en la realidad del país. Una desconexión no „macro“ (naturalmente, hay internet, hay periódicos) sino que es mayormente „micro“.
Como cuando uno se fue a Austria, cuando uno vuelve a España, el hecho de haber perdido los códigos hace que uno se ponga irritable. Por ejemplo, pasar del relativo comedimiento austriaco al…Bueno, a España, hace que uno lo encuentre todo interminablemente agresivo, inacabablemente ordinario. Hoy, por ejemplo, he estado paseando por la localidad madrileña de Alcalá de Henares, en donde había un mercado medieval.
Cuando uno vive en el extranjero, el cerebro reacciona a lo „incomprensible“ del idioma que te rodea, agudizando la atención y agudizando el esfuerzo que el esfuerzo hace „de fondo“ para entender. Esto hace que uno, cuando está rodeado de gente que habla en su propio idioma, se vea bombardeado por un montón de estímulos lingüísticos que uno no puede diferenciar. Y uno escucha, cuando pasa por el lado de alguien un montón de mensajes que, en general, le importan un pimiento y que se suceden constantemente y sin solución de continuidad. Qué sé yo,la señora que se cae y se pelea con la adolescente choni que le ha dado un empellón; el niño de doce años que va ilustrando a su amiguita:
–Si la tienes empinada todavía puedes follar -sic, escuchado en Alcalá de Henares a un chavalín que acababa de doblar la esquina de la segunda década de su vida.
Inevitablemente, a uno le empieza a parecer todo mal, uno se empieza a enfadar. Un enfado que, inconscientemente, está relacionado con la pregunta sin respuesta que el cerebro se hace constantemente „¿Por qué, con el trabajo que me ha costado aprender los nuevos códigos, toda esta gente se comporta como si esas reglas no existieran?“.
Si, para colmo, uno se ve sometido a una experiencia tan lisérgica como el telediario de Antena 3, sin la imprescindible (e imposible) transición desde la ORF, el enfado se vuelve de proporciones bíblicas. Es un informativo que parece pensado para aprovechar lo peor de la teletienda y lo más infecto de gran hermano. Unos presentadores amanerados, una realización en la que cada plano no dura más de tres segundos (comprobado), un descuido total por hacer los hechos más comprensibles y, sobre todo, una confusión letal y que es el ABC de cualquier mensaje: „ritmo“ no es „velocidad“.
España no es peor hoy que cuando me fui (en fin, el sistema educativo funciona como todos sabemos que funciona pero los pobres españoles hacen lo que pueden) ni Austria es mejor hoy que cuando yo llegué. Eso es lo que me repito cuando no entiendo lo que pasa a mi alrededor y me esfuerzo en comprender.
Deja una respuesta