Austriacos, españoles y los muertos de París

ParísLos atentados de París, en Austria como en España, han desatado una reacción social en la que se han unido dos características humanas inseparables: el miedo y la estupidez.

17 de Noviembre.- Querida Ainara (*) : Esta semana, mientras leía lo que la gente (austriacos y españoles) escribía en relación con la desgracia de París, pensaba yo que el ser humano es un bicho curioso. Si uno leía estos días lo que los austriacos o los españoles escribían en las redes sociales, uno podía caer en la tentación de pensar que el planeta se había visto invadido no por la barbarie o la maldad, sino por algo muchísimo peor: la tontería. Una tontería pegajosa que, es muy fácil de entender, no es más que hija del miedo y que va socavando los fundamentos del sentido común hasta terminar con él.

Una de las tonterías que, durante estos días, ha tenido más fortuna, independientemente del idioma que se haya utilizado para decirla, ha sido eso de que “Pues en –ponga usted un lugar ignaro- hace no sé cuántos días hubo una masacre con tantos muertos y nadie se cambió la banderita del Caralibro; como estos eran muertos europeos…”.

Lo curioso de esta tontada, aparte del insultante, olímpico desprecio y la total falta de empatía con el que se trata a las víctimas de los atentados de París es que, cuanto más leído se cree el que la dice, más alto la suelta, más veces la repite y más satisfecho de su propia rebeldía se queda, sentado como un bonzo feliz sobre su propia gilipollez. Como un papagayo. Sin pensar.

No es nueva, claro. Por desgracia, hemos tenido que escuchar esta vulgaridad bastantes veces a lo largo de este año. Por ejemplo, cuando el colgado aquel estrelló el avión con las criaturas dentro.

Bajo mi punto de vista, Ainara, cosas como esta y como lo de “nadie se acuerda de los niños de Gaza” (lo que podríamos llamar una ramificación de la boutade primitiva) son producto de un mecanismo de defensa que el ser humano se pone delante de los ojos para intentar digerir tragedias como esta y tratar, aunque sea de rondón, de encajarlas en el devenir diario de la vida. Son intentos, por un lado, de buscarles una explicación lógica (aquello de „bombardeamos sus países y luego, claro, qué van a hacer las criaturas“, sin tener en cuenta que los terroristas franceses han nacido todos en Europa) y luego, buscando ese “claro, como esto pasa en otros lugares de la tierra, pues debe de ser una cosa normal”., impregnar a algo tan atroz como lo de París de una especie de grotesca normalidad.

Este tipo de contraposición, por cierto, de „ellos“ contra „nosotros“ es exactamente la que aplican los terroristas en su visión torcida del mundo (visión torcida, por cierto, que tienen en común con la ultraderecha europea en general, austriaca en particular). Eso de pensar que los musulmanes, aunque hayan nacido en Europa, en Austria, en Bélgica, no son europeos como los otros sino que, en realidad, continúan unidos a los países de sus padres por una especie de cordón umbilical invisible e irrompible. El miedo, la tontería, hermanos inseparables.

También es, Ainara, si bien se mira, una reacción de rencor inconsciente contra las víctimas.

madre e hijaLos muertos, en la portada de los periódicos, nos recuerdan la realidad incontestable de que nuestro mundo, ese heilige Welt, que dicen los austriacos, ha sido herido por un horror que somos incapaces de imaginar (o, peor aún: que somos muy capaces de imaginar que nos pueda asaltar a nosotros en cualquier momento). Y eso nos enfada y, como el ser humano, por lo menos en su inconsciente, nunca abandona la infancia, nos rebelamos como críos: “Los muertos, la leche que les han dao ¿No les da vergüenza recordarnos que no podemos hacer nada, que estamos metidos en esta vorágine de la que no sabemos cómo vamos a salir?”. Eran europeos como nosotros y nos han „traicionado“ dejándose matar, tirándonos a la cara la fragilidad de nuestra propia existencia.

Por otro lado, el ser humano necesita tranquilizarse con el pensamiento de que los muertos están muertos porque “algo habrán hecho” (en este caso, ser los habitantes de un país rico, viviendo en una de las ciudades más hermosas de la tierra, o súbditos de un país que participa en la guerra contra el perverso, dictatorial y fanático estado islámico). Ese “algo habrán hecho” es la última, frágil barrera entre nosotros y la conciencia de nuestra propia muerte. Señor terrorista, a mí no me encañone con ese Kalashnikov que yo no soy de los que han provocado su venganza.

Lo de “los niños de Gaza” y otras cosas semejantes también es una especie de sedante ante la situación de tremenda impotencia en la que nos colocan hechos tan atroces como los atentados de París o el avión de German Wings. Como la masa se siente vulnerable, como tiene la conciencia exacta de que una atrocidad así puede pasar en cualquier momento, en cualquier ciudad, con o sin excusa (¿Hay excusa alguna vez?) y que eso amenaza la fantasía de inmortalidad en la que está asentada nuestra sociedad del shop till you drop, esa misma masa tiene que buscar un consuelo para su parálisis y el ideal es el de “aquí no pasa nada, porque esto pasa todos los días” y “como aquí no pasa nada” pues “no hay nada que hacer”. Todos los días mueren niños en Gaza o en Beirut y el mundo sigue ¿No? Pues hagamos como que no ha pasado nada.

JusticiaEsto último tiene otras variantes. Por ejemplo, los sinvergüenzas (los tontos) que van diciendo por ahí que entre los refugiados que vienen a Austria huyendo del terror hay gente indeseable. Este es el mecanismo: ante la incapacidad o ante la vagancia de ayudar, ante el hecho de que haya refugiados, el ser humano tiene que inventar un motivo para explicarse a sí mismo su inacción, o el miedo que le paraliza y el motivo ideal es “no: no les ayudo porque son gente indeseable que no se merece que les ayuden”. Sofistica este argumento todo lo que quiera. Cúbrelo con el merengue indignado que se te ocurra, dótalo de la coartada intelectualoide que más te guste. Di por ejemplo “No, no les ayudo porque yo vivo en un país pobre y estoy yo como para ayudar a otros !Que me ayuden a mí” o di por ejemplo “los españoles –o los austriacos, tanto da- están en el paro y nadie ayuda a los niños españoles, primero los de casa” o bien „nos roban nuestros trabajos, violan a nuestras mujeres“ o, incluso „que se mueran los feos, que nos roban las chicas“ y no habrá más que decir. Siempre encontrarás a un tonto (que es tanto como decir a un miedoso, que te apoye).

Los muertos, Ainara, y más si se mueren en circunstancias tan trágicas como las de estos días, son todos iguales. Igual de importantes y se merecen el mismo respeto, ellos y el dolor de las familias que dejan atrás.

Besos de tu tío

(*)Ainara es la sobrina del autor


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Comentarios

3 respuestas a «Austriacos, españoles y los muertos de París»

  1. Avatar de victoria
    victoria

    Muy valiente, Paco, para lo que se lleva ahora, todo tan políticamente correcto. Has sido muy valiente expresando tu opinión, que seguramente no coincidirá con la de mucha gente, pero, al fin y al cabo, este es tu blog, y tienes derecho a escribir lo que te parezca más conveniente, lo que te dicte tu conciencia, no lo que piense la masa, aunque eso, ya lo verás seguramente enseguida, te va a granjear numerosas críticas. Gran post, Paco. Como siempre ha sido un gran placer leerte.

  2. Avatar de Sandra
    Sandra

    Comparto tu opinión Paco,simplemente añadir lo que siempre dice mi abuela,la estupidez humana no la cura ni el mejor médico chino…..

  3. Avatar de Almudena
    Almudena

    Pero no es menos cierto que estos actos de horror indescriptible nos tocan la fibra más hondamente cuanto más cerca están de nuestra realidad. No es el momento, por supuesto que no, de poner en relieve las diferencias en la proyección mediática de unas atrocidades y otras (por ejemplo), no es el momento… pero a veces es inevitable darle vueltas, o por lo menos a mí me pasa. Hace tiempo que no sé si me dan más miedo “ellos” o “nosotros”

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