La delgada línea roja

laberintoDesde los atentados de París un fenómeno está haciendo que, cada vez a más vieneses, se les esté poniendo mal cuerpo. Descubre cuál es y el reto que representa.

23 de Noviembre.- Uno de los frentes más delicados a la hora de combatir el terrorismo es el ideológico. Nosotros, los españoles, lo sabemos por propia (y dolorosa) experiencia. A veces, resulta muy difícil establecer la frontera en donde la legítima práctica de la exposición de las ideas propias se convierte en una incitación al crimen o en una apología del proceder de aquellos que intentan, mediante medios violentos, imponer determinado estado de cosas.

Las sociedades europeas llevan tiempo ocupadas (y, como dice la tontería) también muy preocupadas por el hecho de delimitar qué aspectos y corrientes del Islam entran dentro del derecho al ejercicio de la libertad religiosa y cuáles de esas corrientes son peligrosas para la sociedad del continente y para los logros que Europa ha tardado siglos en conseguir, como la separación de la religión (de las religiones) de aquellos asuntos en los que los clérigos pintan poca cosa y, por lo tanto, la separación de esas dos nociones que, a veces coinciden (siempre para los creyentes) y a veces no, como son las de delito y pecado.

Cuando llega el buen tiempo, en Mariahilferstrasse, a la altura de esa plaza que ha surgido, como por ensalmo, de la peatonalización de la calle, puede verse un tenderete en el que se reparten Coranes gratis (encuadernados en blanco y oro, por cierto, una combinación particularmente cara a los jeques de Arabia y a todas las abuelas del IMSERSO).

Los señores que reparten ejemplares del libro sagrado de los musulmanes (expurgados, eso sí, de cualquier exégesis crítica) llevan las barbas largas y los vestidos que distinguen a los practicantes más conservadores de la religión islámica; algunos medios locales, que les han preguntado si son salafistas, han obtenido siempre la misma respuesta !Qué mala es la gente, señora! Nosotros, lo que somos es creyentes de nuestra fe, y nos dedicamos a predicar la verdad tal cual la entendemos sin meternos con nadie (respuesta que es un poco como si a un albañil de la Obra o a uno de esos kikos que no son de Churruca, tú le preguntas que si él es un católico fundamentalista y entonces él te dice que no, que el hereje es el Papa Paquirri, que está convirtiendo la Única Religión verdadera en un aguachirri solo apto para comodones, pues un poco lo mismo).

Los señores estos del Corán se ofrecen a contestar las preguntas del paisanaje y están enmarcados dentro de una iniciativa llamada Lies (“Lee”, en alemán, no tiene nada que ver con las trolas angloamericanas). Iniciativa que está financiada por las pías monarquías petroleras de la Península Arábiga, en el mismo plan misionero que los anglosajones van a África Central a explicarles a aquellas pobres gentes que, si el mundo va como va, es porque Dios está enfadado con nosotros porque los gays se dedican a darse besos en la intimidad de sus cuartos (ya ves tú: como si a Dios le importase algo con quien se besa la gente). En fin.

Desde los atentados de París, han aumentado las quejas vecinales en el distrito 7 de esta ciudad, a propósito del reparto gratuito de coranes.

Estas quejas vecinales han puesto a los representantes de los ciudadanos en un serio brete ¿Qué hacer? Porque lo que estos señores hacen, lo mismo que los Testigos de Jehová cuando reparten la famosa revista Atalaya en donde nos anuncian la felicidad ultraterrena, no es un delito de ninguna manera (ya se cuidan ellos de que no sea delito, claramente). O sea que no se les puede meter mano por el tema de predicar su religión aunque de Alemania se sepa que algunos de estos señores, golosones, tienen como objetivo a los miles de musulmanes que, huyendo de la guerra, han puesto últimamente pie en suelo europeo y haya programas de la televisión teutona, filmados con cámara oculta, en donde a las preguntas de los cándidos europeos, algunos de los señores que reparten el Corán gratis se pongan las botas de criticar todo lo que les parece que, en la sociedad europea, se aleja de la pureza prístina de la más pura enseñanza coránica (por ejemplo, un, dos, tres, responda otra vez, que las mujeres sean iguales que los hombres; o que se beba alcohol o que se vean más centímetros cuadrados de piel femenina de la cuenta).

Naturalmente, hay otros motivos por los que prohibir este tipo de prédicas sería, cuando menos, peligroso. Si prohibes a estos señores hablar en contra de la igualdad de hombres y mujeres ¿Qué haces con la autora de “Cásate y sé sumisa” y su coro de palmeros? Por poner un ejemplo.

Por otro lado, si prohibes a estos señores hablar de sus cosas y luego dejas que la de “Cásate y pon la mesa” publique su libro o las señoras histéricas se contramanifiesten en el día del Orgullo Gay y llamen satánicas a las gentes que participan en tan colorida caravana, indudablemente estás dando alas al victimismo del que se aprovechan (!Y cómo!) los que buscan la radicalización (no hay nada que funcione mejor que prohibir algo, convertirlo en “especial” y, al que lo defiende, en víctima; funciona siempre eso que decía Antonio Gala de que “contra Franco, vivíamos mejor”).

¿Qué hacer entonces con los señores que reparten coranes? ¿Cómo saber que no están haciendo nada ilícito? ¿Cómo evitar que la gente “normal” se soliviante al verlos o cómo evitar tener la sospecha de que uno está sembrando vientos que pueden terminar trayendo tempestades?

La respuesta no es fácil, probablemente no haya solo una pero, lo que está clarísimo, es que la sociedad tiene que actuar con inteligencia y finura. Le va la vida en ello.

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