Anécdotas del emperador Francisco José que quizá no sepas

Franz JosephEn estos días se cumplen 99 años de un acontecimiento definitivo en la Historia moderna de Austria.

4 de Diciembre.- Hace cuatro días se cumplieron 99 años de un acontecimiento que marcó un punto de inflexión definitivo en la Historia de Austria: el 30 de Noviembre de 1916, en un día feo y desapacible, marcado por una lluvia fría y grisácea (no lo digo yo, lo dejó escrito Joseph Roth) era enterrado en la cripta de los capuchinos de Viena el recordman habsbúrgico de permanencia en el trono: el emperador Francisco José. Nada menos que 68 años de ordeno y mando.

Pero ¿Cómo era el emperador Paco Pepe en la intimidad? Vamos a intentar contarlo mediante con una serie de anécdotas:

-Francisco José nació en el Palacio de Schönbrunn el 18 de Agosto de 1830. Hijo del archiduque Francisco Carlos y de su mujer, la archiduquesa Sofía de Baviera. Tuvo suerte de que, según todos los genetistas, el coeficiente intelectual se herede por vía materna, porque el padre de Francisco José (hermano del emperador de entonces) era, siendo benévolos con él, bastante „border line“.

No así su madre, que estaba hecha una ardilla y que, a una inteligencia bastante saneada, unía una gran ambición política. Dado que el emperador no había tenido descendencia y a su hermano, el archiduque Francisco Carlos, la cabeza le servía escasamente para sostener la chistera, desde el principio de la vida de Francisco José estuvo claro que él iba a ser el próximo emperador, así que el „entourage“ de la archiduquesa Sofía se concentró en hacer de aquel chavalillo, tímido, de ojos azules y belfo algo caído, como todos sus familiares, el candidato perfecto para sentarse en el trono casi milenario de los Habsburgo.

Como primera medida, se le puso un aya, la señora Louise von Sturmfeder, para que le imbuyera al pobre niño „sentido del deber“, „sentido dinástico“ y una religiosidad a prueba de bombas. O sea, lo normal en cualquier jardín de infancia Para que no careciera de referentes masculinos, de su educación se encargó también un teólogo, Josef Othmar von Rauscher, que decidió que lo mejor para que un niño crezca sano era inculcarle que su nacimiento era un regalo de la misericordia divina (Gottesgnade) y que el parlamento y otras instituciones democráticas tenían un tufo sospechoso a azufre y a novedad y que, generalmente, fastidiaban el plan divino para los pueblos más que otra cosa.

-A pesar de esto, sus contemporáneos describen al jovencito Paco Pepe como un chaval guapo, educado y agradable aunque es verdad que el tener al lado a la del „sentido dinástico“, al de la „misericordia divina“ y a su madre, que solo se diferenciaba de un general del ejército imperial en que no fumaba en pipa, hizo que el angelico se criase más bien tímido y, como le sucedía a su familiar, Felipe II de España, fuera más bien „metío padentro“ como suele decirse y se pusiera enfermísimo cada vez que alguien le dirigía la palabra.

Con los años, la conciencia de que él representaba la Unión del imperio y, por qué no decirlo, la idolatría casi religiosa con la que le trataba todo el mundo, y que no hacía más que acentuar la carencia de relaciones humanas normales que había caracterizado su infancia, el emperador se hizo todavía más frío, más inexpresivo y más tímido y sus funcionarios contaban que las audiencias con él eran una tortura, porque se quedaba callado y no decía ni mú (naturalmente, el protocolo mandaba que no se le podía hablar y que había que esperar a que él te dirigiera la palabra).

-Francisco José, fuera de los rezos (fue muy beato, en parte por el lavado de cerebro al que le sometieron de niño y en parte por sus deberes institucionales) no era hombre de grandes jardines intelectuales.

Miraba como cosas de mujeres y de manera bastante despreciativa, los esfuerzos literarios y filosóficos de su mujer (de la que estaba él estaba tan enamorado como mal de la cabeza estaba ella). A Francisco José le gustaba jugar a los soldaditos (a pesar de que todas las guerras que entabló las perdió) le pirraban las paradas y los desfiles militares más que a un tonto un lápiz, era un cazador entusiasta; le gustaba la arquitectura, siempre en el estilo antiguo que seguramente le encantaba a su preceptor el teólogo y, salvo que era un buen dibujante (algo maquinal, sin fantasía) era un completo negado para cualquier forma de la alta cultura.

-Francisco José compensaba su total falta de imaginación con generosas dosis de constancia. Era una apisonadora intelectual: lento pero seguro. Se levantaba todos los días del año a las cuatro de la mañana, se arreglaba, desayunaba con frugalidad y se sentaba en su despacho a mirar dosieres y actas. Salvo causa de fuerza mayor, se acostaba todas las noches a las ocho. Era puntual hasta la pedantería y llevaba grabado a fuego en las meninges el mismo sentido del deber que esos empleados locos que se sienten los dueños de la empresa (o que piensan que no se van a morir nunca).

-Los gustos del emperador eran bastante frugales, a pesar de que, si comparamos con los estándares de hoy, a su muerte era muchísimo más rico que cualquier monarca reinante en la actualidad (más incluso que la reina Isabel de Inglaterra, y eso que la madre del príncipe Carlos está forradísima). Su comida favorita era el Taffelspitz, una especie de cocido que se hace por estas tierras y que comían todos los burgueses de su época; y le gustaban los Kaiserschmarren (inventados, por cierto, no para él, sino para su mujer la cual, debido a las barbaridades que hacía para estar flaca padecía piorrea y tremendos dolores de muelas). Esta frugalidad no le impidió financiar le lujoso tren de vida de la loca de su señora, la emperatriz Elisabeth, de la que estaba enamorado como un terrícola al que le hubiera sido dado conocer a una hermosa marciana; y de la que luego fue su amante, la actriz Katharina Schratt, una mujer tranquila y religiosa como él, que conservó hasta su muerte una total discreción sobre su relación con el emperador.

-Francisco José mantuvo toda su vida una gran sangre fría ante las adversidades de todo género que se abatieron sobre él. Las pérdidas políticas le afectaron poco (al fin y al cabo las veía como una especie de peculiares manifestaciones del amor que Dios padre sentía por Austria) pero las personales fueron bastante duras y dejaron huella en él: la muerte de su hija Sofía, de su único hijo varón, Rodolfo; de su hermano, el cabraloca del emperador Maximiliano y, finalmente, el asesinato de su mujer, que le dejó sumido en la desesperación e hizo de él, en los últimos años de su vida, un hombre taciturno y tristón, al que la propaganda se esforzaba por presentar como „el abuelo de la patria“.

-Para terminar, dos historias curiosas: si uno se fija en las fotos del emperador Francisco José, verá que las medallas que le tapizaban la pechera no tienen dibujos. Y no lo tienen porque era el único militar de su ejército que estaba autorizado a llevarlas del revés (para no llevar el pecho tapizado con medallas con su efigie, claro).

-En los últimos años de su vida fue candidato hasta tres veces al premio Nobel de la Paz. No se lo dieron, claro. Su voz, sonaba así


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