El discurso de Figl o la falsificación verdadera

cochePasado mañana, día 24, cumplirá 70 años el que sin duda es uno de los discursos más famosos de la Historia de Austria.

22 de Diciembre.- Durante el siglo pasado, la revolución en las comunicaciones, que cambió nuestra manera de relacionarnos con el mundo, se produjo en cuatro oleadas fundamentales: la primera fue la invención del cine mediante la cual la gente tuvo acceso a imágenes en movimiento del mundo que le rodeaba (o de países y gentes lejanos que no hubiera visto de otra manera); después de la primera guerra mundial, poco a poco, la radio como fenómeno de masas. Después de la siguiente guerra mundial, la televisión y, por último, a finales de los noventa, internet.

Hasta la popularización de la radio, a mediados de los treinta, las personas no sabían, por ejemplo, cómo sonaba la voz de sus gobernantes o de sus contemporáneos más famosos (al no haber megafonía, incluso la gente que iba a los mítines o a los actos públicos, se quedaba un poco como en esta famosa secuencia de la vida de Brian.

La radio se convirtió pues en un medio con un enorme impacto para transmitir mensajes y hacer llegar las noticias.

Nuestra historia de hoy cumplirá setenta años el pasado mañana, día 24, día de nochebuena.

Pasa en una Viena mucho más triste que ahora, mucho más sucia, mucho más destruida que ahora. Era la primera navidad después de la victoria aliada. Una navidad de mucha hambre, de mucho frío (los aliados le concedieron a la población, entonces, cinco metros lineales de leña por familia para calentarse; esta pobreza, combinada con la desnutrición, hizo que hubiera muchos muertos, durante aquel invierno del 45).

Para que los lectores de Viena Directo se hagan una idea, la ciudad en la que vivo se parecía mucho a la que sale en El Tercer Hombre; la enorme violencia de la guerra, el nazismo que se retiraba a las cloacas de la sociedad y el sálvese quien pueda general dificultaban mucho la tarea ya de por sí titánica del primer gobierno salido de las primeras elecciones libres desde las de 1930.

En la Ballhausplatz, sede, entonces como hoy, de las oficinas de aquel Gobierno, las ratas corrían por las habitaciones y mordisqueaban los expedientes pero era uno de los pocos sitios de Viena en donde había calefacción (en otros edificios gubernamentales se astillaban y se quemaban muebles viejos y, claro, hay que pensar que algún que otro expediente comprometedor).

En estas condiciones, el canciller Leopold Figl dio un primer mensaje por radio que se ha convertido en uno de los discursos más citados de la Historia de Austria. Figl, entonces de 43 años, había estado preso en los campos de concentración de Hitler y , desde su despacho, tiritando, en aquella noche eterna posterior al solsticio de invierno (que parecía, entonces, el solsticio del mundo) dio el discurso de navidad perfecto. Es una pieza oratoria a la altura de aquella en la que se insertó el „sangre, sudor y lágrimas“ de Churchill.


Sin embargo, en aquel momento el magnetófono de bobinas todavía no había llegado a la radiodifusión (y claro, aunque lo hubiera habido, el presupuesto de la radio austriaca tampoco estaba para muchas alegrías) así que la versión que se oye normalmente no fue grabada aquel día, sino en abril de 1965, más de veinte años después de los hechos ¿Una falsificación? Pues sí y no.

En aquella época, se le encargó la organización de un gran espectáculo, en la plaza de la catedral, para celebrar el vigésimo aniversario de la paz europea. Naturalmente, un bisnieto de Figl, trabajador a la sazón de la ORF, se acordó del emotivo discurso navideño de Leopold Figl pero claro, se encontró con que el discurso no aparecía por ninguna parte, porque no se había podido grabar.

Coincidió que, por aquellos entonces, Herr Figl, ya mortalmente enfermo, pasó por los estudios de la ORF para grabar un mensaje de despedida de la política, así que su bisnieto le convenció para que, con la voz quebradiza, pero totalmente reconocible, grabase no ya todo el discurso, sino algunos fragmentos y, sobre todo, aquel grito jubiloso de „Österreich ist frei!“ que certificó el pistoletazo de salida de la Austria moderna tal y como la conocemos hoy.

Meses más tarde, en octubre de 1965, el gran hombre murió, pero su voz quedó para la Historia.

(En esto, podría decirse algo que mi abuela decía mucho de „¿Qué más da el día de Santa Lucía que al otro día?“. Pues eso).


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