El “dispertal” de la “Juelza” y la emigración (1/2)

CineAyer estuve viendo en un cine de Viena El despertar de la Fuerza y, reflexiones cinematográficas aparte, medio mucho que pensar sobre esto de emigrar.

4 de Enero.- Los vieneses estamos recibiendo la visita de una vieja dama muy fastidiosa y que nos visita todos los años: la gripe. En mi caso, la muy plasta de ella llevaba anunciando que iba a venir a verme desde el día 30. Me tomé un paracetamol y aguanté, mal que bien, la nochevieja. El día uno de este año, empecé a moquear, así que pensé que la gripe se había tansformado en un catarro y que serían siete días de bajada y siete de subida. Me confié demasiado, salí a la calle, estuve en el cine y, al volver, ya tenía fiebre otra vez. Y ahí estamos.

Pero hoy quería hablar precisamente de la película que estuve viendo ayer en el cine (en el Apollo Kino, por cierto) y de cómo me dio que pensar a propósito de cómo „El despertar de la fuerza“ o, mayormente, las reacciones que El Despertar de la Fuerza ha provocado, expresan de alguna manera un rasgo común de la naturaleza humana y una manera en la que algunas personas reaccionan ante la experiencia de la emigración.

Un poco de historia

Hagamos antes un poco de historia:a finales de la séptima década del siglo pasado, un director americano, George Lucas, el cual, aparte de por el cine, se interesaba mucho por la mitología, escribió una película „La guerra de las galaxias“ que combinaba sus dos hobbies: el cine lo ponían los viejos seriales de las matinées de su infancia (Flash Gordon y otros) y la mitología…Pues eso: la mitología Reader´s Digest al alcance de cualquier americano de esos que comen en platos de plástico.

El guión de la película salió a trompicones y ni el mismo Lucas, en su momento, sospechaba que se convertiría en un fenómeno de masas de la cultura pop y en el primer Blockbuster propiamente dicho. O sea, una película pensada para atraer al número mayor de espectadores posible y para servir de combustible a la „conversación“ global (entonces, sin internet, aún incipiente).

Como primicia o producto pionero, Star Wars ha resistido (muy) mal el paso del tiempo. George Lucas era un productor independiente, y no podía contar con grandes estrellas, así que se apañó con lo que había: Mark Hamill (Lucas Trotacielos) era un actor curtido en las series de televisión familiares (es un habitual de las pelis de sobremesa de Antena 3); Harrison Ford un carpintero (guapo, pero limitadito en todos los sentidos, incluido el actoral) al que había conocido cuando fue a hacerle una escalera y Carrie Fisher, la hija de Debbie Reynolds (Cantando bajo la Lluvia) una joven actriz que buscaba su camino.

La guerra de las galaxias“, a pesar de sus evidentes limitaciones, fue un auténtico bombazo y, a su rebufo, se hicieron dos películas más. La segunda, la más sólida y la tercera bastante bochornosa , las cosas como son (ves los ewoks ahora y dan bastante penilla). Películas en las que los actores se las vieron y se las desearon para darle un poco de coherencia a sus personajes.

Años después, un George Lucas que, a través de Industrial Light and Magic (subrayemos lo de Industrial) y de THX, su sistema de sonido, cambió para siempre la manera de hacer películas, inventó la cosa de que las tres películas originales no eran una trilogía, sino parte de una eneada de películas, una ópera magna (como la de Luis Cobos), que formaban parte de un gigantesco fresco espacial (sí: estas tonterías se pueden decir en serio también). Total: que se remangó, se escupió en las manos (raca raca) y escribió y rodó tres películas que jamás se debían de haber rodado, tratando de repetir el milagro de las otras. El mundo había cambiado bastante y el Lucas guionista, claramente, no estaba a la altura de un fenómeno fan solo comparable al de Star Trek (Lucas, como director y como guionista ha sido siempre bastante medianito). Total, que las películas nuevas fueron una infamia de las que lo mejor que se puede decir es que hay que verlas dobladas para que mejoren un poco (son como esos vinos de Tetra Brick que, si no te los bebes con Coca-cola, no hay narices de bebérselos).

La generación de los que tenemos cuarenta años, sin embargo, guardaba en el interior de sus corazoncitos las tres películas primeras así que esperó con notable expectación el estreno de esta última, dirigida por el Steven Spielberg del siglo XXI, Abrahams. Abrahams ya había convertido en cine lo que, antes, había sido una pachanga de amigos viejunos (las películas de Star Trek) y había vuelto a poner en valor una „franquicia“ a la que le pasaba como al ABC, que no perdía lectores, sino que se le morían (las cannes morenas de la teniente Uhura ya no eran lo que habían sido en los sesenta).

Abrahams se enfrentaba al mismo reto formidable al que se enfrentó la hoy reina Letizia cuando se anunció que se casaba con el hoy rey: o sea, tener contento a todo el mundo. Una tarea imposible, como todo el mundo sabe.


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