Ich werde dir nie verzeihen. Jamás

Rey¿Sería posible en Austria un “Cabalgate” como el que sacude en España las redes sociales?

7 de Enero.- El corazón tiene razones que la razón no entiende. Por eso, no me da (casi) vergüenza explicar que solo he llorado (un poquito) cuando murieron dos famosos. Una de ellos fue la poetisa Gloria Fuertes, porque mi infancia fue aún un mundo en el que una poetisa podía salir por la tele y, escudándose en eso de que escribía “poemas para niños”, decir unas verdades como puños.

En la minúscula biblioteca de mi colegio, había un libro de Gloria Fuertes que creo que fue uno de los primeros que leí en mi vida. Se llamaba Don Blanquisucio, y contenía un gran mensaje que me ha servido mucho. Se trataba de un hombre, bastante malhumorado, que quería que todos en su país fueran blanquísimos. Y, como no podía ser de manera natural, pintaba todas las cosas de blanco y a la gente también (recuerdo, como si la tuviera delante, una de las ilustraciones del libro, con muchas casitas pintadas de blanco). La desgracia de Don Blanquisucio era que, en un momento dado, empezaba a llover, la pintura blanca se disolvía y todo volvía a lucir sus diversos colores naturales. La Historia de Don Blanquisucio me impactó tanto que creo que me hizo un fiel creyente en que lo mejor es que todos seamos cada uno como seamos, y en que es inútil tratar de que todo el mundo sea igual, e imponerle nuestra manera de pensar. Porque luego viene la lluvia, en este caso, la vida, y todos sabemos cómo termina la historia.

Gloria Fuertes que tiene también, por cierto, una buena porción de enormes libros para adultos, publicó una obra de teatro que, en su momento, a los niños no nos pareció ni bien ni mal (aunque claro, Gloria Fuertes era como los Teletubbies que, una vez pasada una edad, ya te dejaba de interesar, hasta que descubrías el inmenso calado subversivo de sus aparentemente inócuos juegos de palabras). Se llamaba Las Tres Reinas Magas (Melchora, Gaspara y Baltasara, naturalmente)

No he tenido más remedio que pensar en Gloria Fuertes estos días, con todo el lío de la cabalgata de Madrid y de si los reyes se tenían que parecer (casualmente) a Ruiz Gallardón o si tenían que ir vestidos como Merlín el encantador.

Como esta mañana me “guasapeaba” mi amigo Luis Tercero (entre los historiadores, famoso en el mundo entero) en España ha sucedido algo que, los que vivimos aquí, sabemos que sería poco menos que imposible en Austria, un país, un lugar, en donde la tradición es la religión que con más devotos cuenta y que se diría empeñado en la tarea imposible de parar el tiempo. En Austria no hay cabalgata de Reyes –ni puñetera falta, la verdad- aunque a nadie se le ocurriría “reinterpretar” por ejemplo, al Krampus, inventando un desfile de monstruos modositos en el que también hubiera “monstruas” o, a un nivel más adulto, el Baile de la Ópera.

Los españoles (los normales, vaya) en cambio, tenemos una actitud bastante corrosiva (y mucho más sana) en lo tocante a las tradiciones porque las tradiciones emanan, generalmente, de quien tiene poder para mantenerlas (en este caso, la Religión) y el poder, ya se sabe, conlleva escalafones y los españoles, como es de todos conocido, solemos tomarnos a pitorreo todo lo que nos dejan, y algo más, a quienes tienen la ingrata tarea de mandar sobre nosotros, sean del partido que sean.

Como español residente en Austria, tengo que confesar que, como supongo que le pasa a la mayoría de mis compatriotas, me costó acostumbrarme a la omnipresencia de la tradición en la cultura austriaca.

El hombre del sur que hay dentro de mí, cometía el error (lo comete aún) de cachondearse de manera inmisericorde de la insistencia de los austriacos en hacer las mismas cosas los mismos días del año, lo mismo que sus abuelos y que los abuelos de sus abuelos antes de ellos. Si por mí fuera, no habría navidad (solo que, claro, como personas a las que quiero mucho no pueden vivir sin la navidad, pues yo, por amor, pues me aguanto) y como soy más malo que un dolor de barriga, y la edad me ha hecho cínico, sospecho mucho de la madurez y de la salud mental de las personas como la señora esta que escribió un twitter en el que juraba rencor eterno (algo muy poco cristiano, por cierto) a la alcaldesa de Madrid porque su pijísima hija había notado que los Reyes Magos no iban vestidos como en el belén renacentista del palacio de sus abuelos.

Mi consejo, queridos radioleyentes (sobre todo a los radioleyentes que vivan en Austria) es que, si el cuerpo les pide chotearse de las tradiciones que consideren ridículas (y todas lo son si uno se las toma demasiado en serio) que se choteen, pero que lo más que pueda verse del choteo es que levantan la ceja un poco, como un mayordomo inglés de película. Se lo pasarán igual de bien, pero con la ventaja de que conservarán más amistades.


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