That lady, this gentleman

BailarinesUn comentario inocente y el Opernball estuvo a punto ayer de provocar un escándalo en el que está implicada la alta política de EPR.

5 de Febrero.- Cuando yo era chico en mi calle los viernes eran un día de fiesta ¿Y por qué? Se preguntarán mis pacientes lectores. Pues porque en mi calle, construyeron unos pisos de protección oficial y, en los bajos de esos pisos, el Estado ubicó un Juzgado, al que la gente iba (mira tú por where) a casarse los viernes entre la una y las tres.

Y allí tenías tú a las vecinas de mi bloque, con butaca de palco, esperando a que salieran los novios y, entretanto, practicando ese deporte tan español que es criticar al inocente que no sabe que le están criticando.

Pues mira esta, qué perifollo se ha puesto. Pues teniendo ese pandero el vestido „la“ sienta como a un santo dos pistolas.

Si el novio era feo (no hay novia fea, pero los hombres somos como el oso, ya se sabe) las vecinas, como las tricoteuses que se ponían al pie de la guillotina, le llamaban „el príncipe azul“. Especialmente aguda y mala era la Señora Carmen, que en paz descanse, que hacía unos chistes malvados pero que te morías de una risa malsana que por serlo sabía mejor. Las bodas aquellas eran la modesta ración de glamour de unas mujeres que se podían permitir el Pronto pero para quienes el Hola era un lujo que solo se permitían si se moría un torero o se casaba una infanta (nuestra, o de alguna corte europea).

El Baile de la Ópera viene a ser lo mismo. Uno se sienta y, como más o menos todos los años salen los mismos caretos, pues uno se entretiene en criticar.

¿Y esta? Cómo ha venido este año, parece un repollo ¿Y el otro? Este está pidiendo pista (traducción, tiene un pie en la sepultura) cada año tiene peor cara. Y así, sucesivamente (ya dicen que el infierno está empedrado de lenguas de televidentes del Opernball).

Naturalmente, todos los años hay quisicosas. Unas quisicosas que, comparadas con los famosos españoles que se entreacuestan pues tienen un aroma casi entrañable. Por ejemplo:

Di que estaba ayer Mirjam Weichselbraun (a la que he visto crecer como presentadora, porque cuando yo llegué aquí hace diez años era una pava del copón) entrevistando al inmarchitable Harald Serafin (y a su hijo „Haraldito“) cuando de pronto, ponen un corte de Serafín, en 1985, entrevistado por la Mrijam Weichselbraun de entonces, una envarada, tiesísima y absolutamente insoportable Ursula Stenzel (hoy, ya lo saben mis lectores, candidata a todo lo candidatable del partido ultraderechista FPÖ). Pues di que, se acaba el corte, y dice Weichselbraun:

-Y este era Harald Serafin en 1985 y la entrevistadora…No sé qué habrá sido de ella. No creo que haya progresado mucho.

Este comentario -malévolo, pero vamos, a años luz de los „Andreíta, cómete el pollo coño“– ha bastado para que Harald Kickl cerebro del FPÖ, haya puesto el grito en el cielo y, tras hacer un panegírico de Ursula Stenzel haya dicho que Mirjam Weichselbraun „va a ir“ al consejo de la ORF, que se el órgano rector de Esa Santa Casa, para que le apliquen a la muchacha un severo correctivo por hacer comentarios „basura“ (Abfalliges) sobre Ursula Stenzel en una tele pública pagada con el dinero de todos los austriacos y austriacas y blablablá.

La ORF, como si fuera The Times, en una nota cuyo tono está tres octavas más abajo de la del FPÖ, ha defendido a Weichselbraun -la cual, supone uno, debe de estar hasta el chichi de hacer todos los años la retransmisión de todo lo retransmitible en la ORF y debe de estar deseando que la echen-; en el comunicado oficial de la ORF se ha dicho que el tono de Weichelbraun era una cosa normal dentro de lo juguetón (spielerisch) que es este tiempo, el carnaval, en donde cierta subversión está permitida.

Por cierto, Weichselbraun protagonizó otro momento de alta tensión ambiental cuando entrevistó -a la pobre le tocan todas- a la invitada de Lugner de este año -una has been en toda regla- Brooke Shields (mis vecinas la llamaban, allá por los ochenta del siglo pasado „ la broque siels“ (con acento en la e)

Claro Brooke era una invitada de pago y posó con Lugner (ese ser) y, como no se acordaba del nombre, lo llamaba „This gentleman“ todo el rato (que yo me partía).

Pues bien: di que, por las cercanías del plató en donde se estaba realizando la entrevista, pasó (oh, morbo) el ex de Brooke Shields, Anthony Delon -el hijo de Alain Delon, al que mis vecinas llamaban „Aláin Delón“, que rima con jamón y con pompón- en fin, Weichselbraun que consigue tener en el mismo plano a Lugner (el retorno de las chochonis), a Anthony Delon, que no sabe cómo largarse de allí, visiblemente enfadado y megaborde con la presentadora, y a Brooke Shields -que no se sabe qué le pasaba por el cuerpo, porque entre lo operada que está y el bótox ha perdido la capacidad de expresar sus emotions). La cosa, como una reacción entre tres elementos químicos incompatibles, se veía inestable y peligrosa y Weichselbraun tuvo que dejar marchar a Anthony Delon que dijo, literal „me he pasado por aquí cinco minutos pero ya me iba“.

Ays, !Qué sería del Opernball sin estas cosas!


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