De vuelta en mi casa de Viena y con mucha tela que cortar. Hoy, un debate que, a medio plazo, puede terminar afectándonos a todos los españoles que trabajamos en Austria.
14 de Febrero.- De vuelta desde Suiza y con muchísima tela que cortar. Porque, aunque Viena Directo haya estado en servicios mínimos durante toda esta semana pasada, la actualidad, como es lógico, no ha parado y en Austria han pasado muchas cosas. Por ejemplo, que el viernes se eligió a la cantante que nos representará digoooo que representará a Austria en el festival de Eurovisión de este año. Tendremos tiempo de hablar de Zoë, que así se llama la muyaya, y tendremos tiempo de glosar su estilo „pequeño pony“ (considerando que canta en francés, más „petit pony“) porque, entre que intenta y no intenta repetir la „fazaña“ de Conchita Wurst, se tardará todavía un poco. Pero queda dicho que la elección está hecha.
Sin embargo hoy abordaremos un tema más serio que, si la cosa se tuerce, podría afectar a todos los ciudadanos comunitarios que vivimos y trabajamos en Austria.
Hagamos historia porque, como diría Belén Esteban, los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.
Cuando la Unión Europea empezó a crecer hacia el este de Europa (un mercado golosérrimo para todas las empresas austriacas que, casi inmediatamente empezaron a expandirse) una de las condiciones que puso el Gobierno austriaco para permitir la entrada de nuevos miembros fue que se le permitiera establecer una moratoria por la cual los trabajadores de esos nuevos miembros de la Unión no pudieran ser contratados libremente (o sea, en las mismas condiciones que un austriaco) hasta el año 2008, si no me falla la memoria.
Naturalmente, cuando se abrieron las fronteras y se estableció una ley anti dumping, lo mismo que las empresas austriacas se habían aprovechado antes de esos mercados vírgenes llenos de consumidores ávidos (los cuales engordaron, durante muchos años las cuentas de resultados de, por ejemplo, los bancos austriacos) los trabajadores de esos países vieron, en la proximidad (Bratislava está de Viena a una hora de tren) y en los sueldos altos, comparados con los países de origen, una oportunidad laboral.
Resultado de esta ósmosis laboral, resultó un panorama igual al de la España de antes de la Gran Recesión. O sea, los extranjeros, en Austria, compiten en situación de ventaja por los puestos de trabajo menos cualificados y están dispuestos a hacer el mismo trabajo por menos dinero que un trabajador poco cualificado nativo o, directamente, a aceptar empleos que los trabajadores austriacos consideran por debajo de su nivel. Resultado: los restaurantes de la parte este del país se han llenado de camareros húngaros.
Puede que sea casualidad (o no) pero Austria está en un año electoral. Se elige presidente y, pronto, probablemente, se convoquen elecciones legislativas para recambiar un Gobierno de coalición que, a pesar de los parches, está muy desgastado.
Puede que sea casualidad (o no) pero el caladero fundamental de votos de la ultraderecha es precisamente ese sector de trabajadores nativos de expediente académico justito (ergo, de oportunidades laborales justitas también) que han ido a parar, en muchos casos, al paro y que se lamen las heridas maldiciendo al supuesto húngaro traidor..
Naturalmente, no han ido a parar a las oficinas de desempleo solamente por la presencia de trabajadores extranjeros en el mercado de trabajo austriaco, sino sobre todo porque la economía austriaca no crece debido a múltiples factores pero, sobre todo, a la falta de reformas que serían necesarias pero algo impopulares. Pero en ese gigantesco departamento de la „meseocurre corporation“ que son los partidos políticos, alguien ha tenido la luminosa idea de enlazar los porcentajes de parados con el porcentaje de camareros húngaros o de cuidadores de ancianos rumanos trabajando en Austria, y sacar unas conclusiones que huelen sospechosamente a populismo.
Por ello, algunas voces del Partido Socialista austriaco se han elevado para lanzar un mensaje a esa masa de votantes con la esperanza (vana, en mi opinión) de que si, desde los partidos tradicionales, ven una señal, no se pasarán con armas y bagajes al lado oscuro de la fuerza.
De esta manera, se ha empezado a pedir el establecimiento de restricciones a la contratación de los trabajadores procedentes de los principales países exportadores de camareros para los restaurantes austriacos (y quien dice camareros dice también cuidadores de viejos, todos trabajos para los que, obviamente, no se necesita la física cuántica). Restricciones que se encuadrarían en el viejo lema de la ultraderecha de „el austriaco, primero“.
No es casualidad tampoco que el debate empezara por una entrevista que el canciller Faymann concedió al Österreich (gran periódico) medio notoriamente afín a la ultraderecha populista, en la que el canciller decía que los trabajadores extranjeros en Austria debían cobrar „lo mismo que en sus países“ (para evitar el efecto llamada, supuestamente). Esta entevista, que apareció en la edición digital del periódico, fue borrada horas más tarde cuando se levantó la polvareda previsible.
¿Por qué puede afectarnos a los trabajadores del resto de los países de la Unión? Cualquier restricción como la que propone la ultraderecha austriaca o las voces que se han levantado para pedir las restricciones chocaría frontalmente con el principio de no discriminación de la Unión y sería, de facto, una violación de uno de los principios fundamentales de la Unión Europea.
Ningún país puede decir „quiero trabajadores de X, de Y y de Z pero no de W, de K y de H“. Mi temor personal es que, para que la cosa no se vea solo como una discriminación a los países del este, se decida por ley restringir la contratación de todos los ciudadanos comunitarios y la tengamos liada. Espero no llegar nunca a tener razón.
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