El inmigrante: un ser al margen (para bien)

Puerta de San MiguelLos inmigrantes somos la avanzadilla de esta Humanidad que, a principios del siglo XXI, solo tiene un afán: saber quién es.

24 de Febrero.- Querida Ainara (*) : el gran problema al que los hombres se enfrentan en estos principios del siglo XXI es el de la propia identidad.

Nunca, en ningún momento de la Historia, ha sido tan importante como ahora la respuesta a esa pregunta primordial a partir de la cual todas las demás se hacen ¿Qué soy? Las grandes tensiones a las que se enfrenta la cultura de este siglo son cuestiones de identidad, lo cual es lo mismo que decir que son tensiones de pertenencia. Antiguamente, pongamos hasta los años cincuenta del siglo pasado, la gente tenía muchísimo más fácil que ahora adscribirse a determinados grupos. Se era (se nacía) mujer, se nacía hombre (lo que se esperaba de los sexos estaba tan demarcado y tan bien delimitado), se era comunista, o se era de izquierdas o de derechas. La vieja sociedad se ha ido desmoronando poco a poco, y ya los hombres no somos lo que éramos (por fortuna) y las mujeres ven como un anacronismo ser como eran sus abuelas (también afortunadamente) y en cuanto a la política, o la nación…En fin, todos percibimos a los políticos no ya tanto como personas que profesen una determinada ideología como personas que profesan LA ideología, la cual consiste mantenerse en el poder cueste lo que cueste.

Y el ser humano, sin embargo, necesita cubrir esa necesidad, la de pertenecer a un grupo. Quizá sea esta la razón por la que los populismos, con su sencillo „nosotros contra ellos“ florezcan en este mundo que está mudando de piel. Porque la identidad, Ainara, no solo nos da nuestras coordenadas en el mundo, lo que el mundo puede esperar de nosotros (o sea, que nos comportemos de manera masculina o femenina, o que votemos a los verdes o al FPÖ) sino que también nos da, en justa reciprocidad, una imagen mental de lo que nosotros podemos esperar del mundo. Y podemos enfadarnos si no lo conseguimos.

Sin ir más lejos ayer, un lector de estas páginas (probablemente sin ser consciente de ello) planteaba el problema de la calidad de vida en Viena desde esos términos de la identidad y la pertenencia. „Yo, que pertenezco al grupo de los autóctonos -o a un grupo que, por cercanía cultural, podría asimilarse con los autóctonos- y que debería ser mimado por el Poder establecido, soy postergado en favor de esos otros que vienen -los refugiados, los inmigrantes- y que, al no pertenecer al grupo, no deberían ser objeto de mimo por parte de ese Poder establecido“.

El tema de este artículo me ha venido a la cabeza al pensar en un libro que estoy leyendo ahora. Se trata de „Hollywood Queer“ y es una especie de diccionario en el que el autor repasa a las personalidades LGTB de la industria cultural estadounidense. En un momento dado, se habla de la feroz oposición que los activistas gays establecen contra aquellos homosexuales que aceptan y se comportan según el estereotipo de gay que ofrece la sociedad heterosexual dominante -el del gay culto, sensible, con buen gusto, sin pluma, amigo de sus amigas, etc- y lo ven como una claudicación, en realidad como una pérdida de la propia identidad -otra vez la identidad- en favor de una identidad postiza, aceptable por la mayoría porque no se considera agresiva.

De los gays, Ainara, pasé a los inmigrantes. Y pensé que su problemática es parecida. Pasé al problema que se nos presenta a todos los que vivimos en un país extranjero, al tener que vivir en ese delicado equilibrio que consiste en estar integrado en la sociedad de acogida pero sin perder en ningún momento nuestra identidad (cosa imposible de lograr totalmente).

En esto, hay multitud de posibilidades: está el inmigrante que sigue comportándose extremadamente como cuando vivía en su país (comiendo a las tres de la tarde, negándose a aprender el idioma que no es el suyo) y, en el otro extremo, está el inmigrante que, para facilitarse la vida, para no sobrellevar los inconvenientes que conlleva el peligro potencial de ser concebido por los aborígenes como una presencia „agresiva“ o „molesta“, trata de borrar todas las señas de su idenitdad de origen, de hablar sin acento, hasta el extremo de enterrar su lengua materna y no hablarla ni siquiera con sus hijos. Esta última postura, por cierto, sería la que defiende la ultraderecha, la de borrar del inmigrante todos los rasgos que lo denuncian a las claras como tal.

Yo tengo que confesarte, sobrina, que juego por un lado y por el otro. Pienso que el estereotipo permite adoptar una identidad juguetona, bajo cuya máscara se pueden decir y hacer cosas que a un aborígen le están vedadas. Por eso, en determinadas situaciones, aunque siempre con un afán lúdico, procuro exagerar mi acento y mi gesticulación y, de forma un poco burlona, decir !Eh, que aquí hay un español! Pero también me gusta, llegado el caso, plantarme y demostar una cara seria cuando la situación así lo exige ¿Quién es el verdadero Paco? Pues, como pasa siempre: los dos. El que mira y observa y el que convierte el estar sentado a un lado del camino en una ventaja.Y así hay que verlo.

Besos de tu tío

(*) Ainara es la sobrina del autor


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