Viena, una ciudad de libro

Quijote¿Qué tiene que ver el Quijote con Gracita Morales? Este y otros chascarrilos mas una lista (ni larga ni corta) de recomendaciones literarias hoy, en Viena Directo.

23 de Abril.- Feliz día del libro, feliz día de Sant Jordi, feliz día de San Jorge, en fin, feliz día. En uno tal como hoy, hace cuatrocientos años, murió Miguel de Cervantes (el pobre) sesentón y, después de una vida bastante aperreada, exitoso (al fin).

Pudo disfrutar apenas seis meses de la inmensa popularidad que tuvo la segunda parte del Quijote pero la verdad es que, durante su vida, el pobre fue un pupas al que le pasó de todo.. Incluyendo, por cierto, lo de ser emigrante en tierra extraña aunque bien es cierto que él, más que emigrar, „lo emigraron“ a Argel, en donde dio con sus huesos en prisión. Esto ha dado pie a que la biografía del pobre de Cervantes haya tenido siempre una cierta tendencia a confundirse con la de su héroe más famoso aunque Cervantes, más que loco, probablemente fue un hombre al que sus contemporáneos no entendieron mucho y que tuvo que buscarse la vida como pudo (¿No somos todos un poco así?).

A pesar de lo cual no debió de ser Don Miguel persona de carácter fácil y no se llevó nada bien con sus contemporáneos, incluyendo a sus compañeros de prisión en Argel, particularmente un dominico zumbón con el que, incluso con grilletes, no hubo química. Todo esto quizá porque, como le sucede a muchos genios, Cervantes debía de ser más listo que la media pero un poco desastre para las relaciones públicas. Sin ser un Quevedo, el cual debía de ser un tipo bastante avinagrado (un poco el Francisco Umbral siglo de Oro), Miguel de Cervantes fue un escritor fuera del sistema literario de su época, al que la gente no conseguía encontrarle el punto.

Su teatro, en la mayoría de los casos, pasó sin pena ni gloria (no podía competir con Lope de Vega, que era el J.J. Abrahams del siglo de oro); al leer sus poesías, sus compañeros de época se encogían de hombros (también es cierto que eran buenas, pero que no tenían razones para sobresalir) y quizá fue por eso, porque Cervantes les miraba a todos desde la exclusión, por lo que le salió un libro bien especial pero, aceptémoslo, raro, frankenstein ortopédico de muchos géneros inconexos, mezcla de cosas que nadie en su época se atrevíaa mezclar. Un libro que es un poco como la voz que tenía Gracita Morales o el talento actoral de Chus Lampreave (la pobre), que técnicamente, quizá no fueran los mejores, pero no cabe duda de que levantaban al público de sus butacas.

Hoy, sin embargo, no hablaremos de esos dos volúmenes disfrutables al máximo que, absurdamente, todos los españoles escolarizados nos vemos obligados a leer cuando no podemos sacarles mucho partido (se vende el Quijote como un libro de humor cuando, si lo es, es un poco como el humor de Viridiana, de pobres desdentados y viejos que comen cosas en malas condiciones y les entra cagalera). No, no hablaremos hoy más del Quijote, sino de libros que pasan en Viena. Una ciudad casi tan literaria como musical pero que, qué quieren mis lectores que les diga, yo tengo la sensación que está buscando todavía un Bulgakov que le escriba su maestro y Margarita o su Galdós que le levante un monumento como Fortunata y Jacinta.

El primer libro, evidentísimo, para pasearse por la Viena literaria es El Mundo de Ayer, de Stefan Zweig, hombre también como Cervantes, de biografía bastante complicada, Zweig, desde su exilio de Estocolmo, se dio (nos dio) un paseo por la Viena de los últimos tiempos de la monarquía del emperador Paco Pepe (o sea, de Sosó, y su mujer Sisí). El libro de Zweig se lee muy bien y se agradece muchísimo un punto agridulce (si bien se mira, tan del gusto austriaco) que evita que la melancolía se transforme en autocompasión.

Francisco José

La segunda obra que es imprescindible leer es El Tercer Hombre, de Graham Greene. El libro fue escrito como cañamazo del guión de El Tercer Hombre película (a Graham Greene le gustaba trabajar así) y es un entretenido Thriller que permite vislumbrar cómo era la Viena de la segunda mitad de los años cuarenta. Un lugar negro, despoblado (Viena sigue teniendo menos habitantes que antes de la primera guerra mundial), de donde la alegría se había exiliado. Buscará el lector en vano la frase sobre los relojes de cucú y la democracia, quizá la más famosa de la película, porque fue una improvisación de Orson Welles, el cual parece ser que era especialista en ellas (en las improvisaciones).

Si está cansado de imperios austro-húngaros y monarquías finiquitadas, puede el curioso lector de Viena Directo comprarse Komm, süsser Tod (Ven, dulce muerte, se llama la traducción española) y pasará un buen rato con Brenner el detective creado por Wolf Haas y paseará (en ambulancia) por la Viena de los años ochenta. Como en el caso anterior, es muy recomendable ver la película pero el libro también es gracioso. Si se puede, mejor en alemán.

Por no hacer la lista larga, vamos a poner aquí solo otro libro más de los muchos que podrían ponerse aunque no uno, sino dos: La lengua Salvada y La Antorcha al Oído, escritos por el simpar (aunque algo hermético) Elías Canetti, quizá uno de los mejores escritores del siglo XX. De familia de judíos sefarditas (su nombre es perfectamente traducible por „Elías Cañete“) Viena fue para él el ombligo de su producción literaria; no solo por los dos libros que mencionaba yo más arriba, sino porque Cañete experimentó en esta ciudad una epifanía que le llevó a concebir (lentamente, porque él era lento para sus cosas) su Opera Magna: Masa y Poder. La epifanía, eso sí, le vino en una situación un poco inconveniente, como él mismo explicó: mientras observaba el incendio del Palacio de Justicia en los años veinte. Pero claro, nadie elije dónde le pillan los momentos de inspiración.

Quién sabe, lo mismo, mientras estoy escribiendo esto, a alguien se le está ocurriendo la idea para el Quijote del siglo XXI. Molaría ¿Verdad?


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