Achtung! Ha estallado la primavera (política)

cactusAyer, mientras los vieneses se manifestaban por la tolerancia, se celebraba en Viena una concentración de un cariz bien distinto.

19 de Junio.- Las piscinas son sitios, se mire por donde se mire, desangelados. Ya pueden ser modernas, ya pueden estar pintadas de colores alegres, que uno siente, al entrar en ellas, una especie de congoja extraña, como si le bajara la tensión del ánimo. Sin saber que, hasta principios de este siglo, había sido una piscina, a mí siempre me asaltaba esta sensación al pasar por delante de la pirámide de Vösendorf.

Construida en principio como una prolongación del Shopping City Süd (del que dicen que es el centro comercial más grande de Europa, y por el que corre el rumor de que un ciudadano noruego lleva vagando sin encontrar la salida desde mediados de los años ochenta) en la pirámide estuvo oliendo a cloro hasta el año 2000, momento en que se acometió una gran reforma y se transformó el edificio, construido en 1983, en un centro de congresos y ferias de todo tipo, como esas llamadas Erotik Messe llenas de señores de aspecto tristón y vidas sexuales que no se imagina en la frontera del antierotismo.

Ayer, mientras por la Ringstrasse desfilaban la tolerancia y la alegría de vivir, en la pirámide de Vösendorf se celebraban a sí mismos los principales componentes de la facción ultraderechista del Parlamento Europeo. Unos seres que viven, al parecer sin advertirlo, en la contradicción de querer destruir una institución de la que forman parte. Festejaban lo que Strache, el anfitrión de parte de la ultraderecha austriaca, llamó con verbo inusualmente exhuberante (en él) una „primavera política“ (politischer Frühling).

Si el Gran Wyoming hubiera sido austriaco (que no lo es, por suerte, ni falta que nos hace) los guionistas que le escriben esos chistes malos que, además, lee tan mal (!Aprenda de Buenafuente!) no hubieran tardado ni minutos dos en relacionar la mencionada primavera con un inusual florecimiento de los capullos de todas clases.

Sin embargo, en Centroeuropa somos más lacónicos y, a fuer de chotearse de la „primavera“ dichosa pero conservando la imprescindible etiqueta informativa, ayer la ORF salvó la papeleta haciendo una descripción lo más objetiva posible del asunto:

Para comer había gulasch y salchichas -comidas típicas de las ferias de los pueblos, por estos lares-, para beber había cerveza, vino y zumo de manzana (pausa) y naturalmente (pausa) se podía fumar“.

Mediante esta sencilla descripción hizo el locutor de la ORF un sucinto retrato sociológico perfecto de los congregados. Y, como decía la canción, las palabras se quedaban cortas.

Y eso que omitieron que la música estuvo a cargo de un tal Werner Otti (dejo aquí a mis lectores un link para que se vea el refinamiento musical del maestro Otti).

A la lista de los asistentes no le faltaba un perejil.

La más prominente, aparte de los anfitriones, naturalmente, Marine Le Pen, a la que el candidato tróspido besó la mano. Pero también representantes de lo más granado del ultraderechismo polaco, del rumano, del checo (Amanecer de la Democracia Directa), del belga, una ex miembro del británico UKIP (ahora es diputada independiente en el parlamento de Bruselas) y, naturalmente, de la famosa AFD (Alternative Für Deutschland) alemana.

Como en un chiste de los que contábamos de niños (¿Saben aquel que diú que había un inglés, un francés y un español…?) los participantes empezaron sus intervenciones con „en mi país, a los inmigrantes los…“ esto, y saltaba el siguiente „pues en mi país a los inmigrantes…“aquello. Y luego, „pues en mi país a la Unión Europea…“ lo de más allá. Y asín, como dijo el clásico, sucesivamente.

El representante polaco, con singular gracejo, dijo que a Polonia no quería emigrar nadie porque su país no era interesante ya que ellos se habían librado de las perniciosas influencias extranjeras y extranjerizantes propaladas, en su perversidad, por la Unión Europea. También porque en su país no se podía hacer el vago (que es, por supuesto, a lo que aspiramos todos los emigrantes) y que allí, el que quería ganar dinero tenía que trabajar. Y por este carril siguieron todos los demás, criticando „la dictadura de Bruselas“ y abundando en el esterotipo del migrante cerril que, a pesar de serlo, vive en la contradicción de robarle los trabajos a los nacionales pero, al mismo tiempo, no cesa de maquinar maneras de hacer el vago para vivir de los sistemas sociales.

El acto, por cierto, lo cerró el infaltable Otti con uno de sus himnos patrióticos.


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