Posturas y gestos

Almdudler schwulEl sábado, el canciller Kern decidió darse un baño de multitudes. Sebastian Kurz, su ministro de exteriores, también. Las redes han sacado consecuencias.

21 de Junio.- Cuando sucedió el terrible atentado del club Pulse, en Orlando, lo que Mariló Montero llama „mis redes sociales“ se llenaron (con justicia) de mensajes de condolencia por lo sucedido.

No hicieron falta ni 24 horas para que esos mensajes de condolencia se transformaran en cascadas de imágenes y „memes“ procedentes de Twitter y del mismo Facebook en las que gays de los Estados Unidos sacaban su lado „Yes, we can“ (en austriaco, „We are unstoppable“) y decían cosas como „we are not afraid: this queens know how to have the shit done“. O sea, algo así, en traducción muy libre como „con lo que estas maricas han pasado en esta vida, un tiparraco fanático y fundamentalista no nos va a asustar, aunque lleve ametralladora“.

Y no es extraño que en la comunidad homosexual se sienta orgullosa de lo que ha conseguido en el último cuarto de siglo.

Los gays, de manera impecable, sin violencia, con sentido del humor, lentejuelas, mucha pechuga al aire (de ambos sexos) y simpatía, han pasado, en el mundo occidental, de ser un colectivo silenciado, culpabilizado, oprimido y objeto de escarnio, a convertirse en unos pioneros de la lucha (y de la victoria) por los derechos civiles.

Y no solo en el ámbito político: en este mundo capitalista, las marcas se rifan el tenerlos como target (No Kids, double Income -sin hijos y con el doble de ingresos-) y, si hace veinte o veinticinco años, se oía mucho (por desgracia) aquello de „si me sale un hijo maricón, lo mato“ o „mejor que me salga votante de X, que no maricón“ ahora yo estoy seguro de que muchas de las madres de los votantes de X (ponga aquí el partido que más rabia le dé) estarían encantadas de que su hijo, en vez de ser un cenutrio, fuera una persona como, pongamos, Jesús Vázquez.

Como a los gays, además, no les queda, por cojones, más remedio que ser especialistas en llevar unas relaciones públicas sin mancha (se tienen que camelar a los bestias que, en el recreo, de pequeños, les llamaban mariquitas y les hacían el vacío) han conseguido lo que parecía, hace años, en tiempos del nefasto Benedicto XVI y del no menos horroso Juampa dos palitos, un imposible. Que un papa (!Al fin, uno como Dios manda!) con la cordura puesta, haya dicho: „¿Quién soy yo para juzgar a un gay?“

(Luego, las reaccionarias dicen eso de que „estaba en of the record“ y que no ha cambiado ni una coma del magisterio de la Iglesia, y que los medios le malinterpretan y esto y lo otro, pero el hecho es ese: el papa Paquirri ha abierto el camino -timidín- de una cierta normalización).

Todo este prestigio público acumulado es goloso y, naturalmente, si un personaje público anda necesitado de un poquito de Red Bull en su imagen (ya se sabe, te da alas), no tiene más que acercarse a la comunidad gay, siempre tan agradecida con quienes la apoyan, para que, por lo menos, un poquito de ese brillo adquirido con tanto esfuerzo le destiña y la haga subir nota ante la opinión pública.

We stand with Orlando

Jose Luis Rodríguez, presidente que fue del Gobierno de España, lo sabía y, por eso, una de sus primeras medidas fue aprobar el matrimonio igualitario. Una medida que, en la práctica, tuvo unos efectos muy moderados (no se registró una sobrecarga en los juzgados de señores y señoras que fueran a casarse ni, supongo, aumentaron una barbaridad las adopciones de niños por parte de las parejas gays españolas) pero que a ZP le hizo entrar en el olimpo de los diesel. Una buena prensa que le duró, entre los gays, casi hasta el final, cuando perdió el sentido de la realidad y empezó a decir aquellas cosas de los „brotes verdes“ y que, además, tuvo otro efecto secundario, muy goloso para lo que el presidente pretendía: automaticamente, los opositores a esta medida tan justa como indudablemente necesaria, quedaron convertidos, a ojos de la opinión pública, en unos carcas irremediables que habían perdido -lo han perdido- el tren de la historia (que ahí siguen, por cierto, como el obispo Cañizares, que hace subrir el precio de los derivados de la harina cada vez que abre la boca).

El nuevo canciller de la República Austriaca, señor Kern, también necesitado de cierta propulsión (Faymann, su antecesor, le dejó la silla un poco coja y llena de remiendos) decidió el sábado darse un baño de multitudes y, cual Trudeau, ese señor de Canadá que también es muy gay friendly, se personó al final de la manifestación del orgullo gay y se declaró solidario con sus reivindicaciones. Entre los fieles de la romería de la virgen de Chueca cundió el „efecto uau“. O sea „Jaté, tía, que ha venido a vernos el mismísimo presidente“ pero claro, este movimiento, como apuntaba un inteligente lector mío el día de autos, si se quedan en „jo tía, tía, que ha venido a vernos el presidente“ y al día siguiente el señor Kern sigue negándoles a los gays y a las lesbianas su legitimísimo derecho a ser tratados como ciudadanos de pleno ídem, pues se quedan en postureo (de hecho, conociendo uno como ya lo conoce el percal austriaco, tiene mucha pinta de que se va a quedar en postureo).

Naturalmente, como sucedió en el caso español, Kern consiguió que los que, presuntamente, se oponen a las reivindicaciones del movimiento homosexual (o sea, principalmente el Partido Popular austriaco -ÖVP-) quedasen como unos carcas. Para más inri(quito) el mismo día en que se celebraba el orgullo, horas antes, hubo una llamada „marcha por Jesús“ (el hijo de María, la mujer de José, el rabino al que, extrañamente llamaban nazareno aunque nació en Belén). En fin: a esta marcha por Jesús acudió el que pasa por ser el miembro más prominente del ÖVP, la gran esperanza blanca del conservadurismo austriaco, Sebastian Kurz y ya se sabe que Jesús+Sotanas+Kurz es igual a carcundia, antigualla y caspa en las cabezas de mucha gente.

Kurz, además, no fue al orgullo (no siguió el ejemplo, por cierto, de otros marchantes por Jesús mucho más civilizados) con lo cual estaba servida la comidilla: el „moelno“ Kern contra el „viejoven“ Kurz.

Otra victoria de las relaciones públicas (y, de momento, solo de las relaciones públicas). Pero las relaciones públicas no hacen, por sí solas, que la gente viva mejor. Y de eso se trata con la política ¿No?


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Comentarios

Una respuesta a «Posturas y gestos»

  1. Avatar de Alvaritchen
    Alvaritchen

    ¡Ay, qué país, coñe! El constitucional decidiendo si el Austria que bosteza (o que se acuesta, o que lleva en un duermevela una generación) nos helará el corazón o no, que todo es posible todavía. Y por otro lado andamos decidiendo si el /Pink Washing/ del canciller le ha dejado rosa del todo o sólo sonrosado. Que separados en lo político y qué cerquita en el mapa el constitucional y el parque de Sigmund Freud

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