España, Inglaterra, Austria y Gibraltar (II)

KlosterneuburgEsta historia tiene la culpa, indirectamente, de que en Viena se implantase el ceremonial de corte español y también de que se construyera el monasterio de Klosterneuburg.

Para leer la primera parte, pinchar aquí

29 de Junio.- Cuando se ven las películas de Sisí, una de las cosas que más llama la atención es que la bruja de su suegra intenta por todos los medios „domesticar“ (o sea, reducir al tedio) a la pobre muchacha a base de inculcarle el „ceremonial de corte español“ muy al estilo Rottenmeier.

Este famoso ceremonial de corte que, junto con el fundamentalismo religioso (fanatismo, vaya) del que hicimos gala durante el siglo XVI y XVII, hizo los austriacos nos vieran como una especie de bestias pardas (más bien negras, por cierto, porque fueron los monjes de Montserrat los que vinieron a volver a la senda del catolicismo a la descocada Austria que había tenido un corto momento protestante) este ceremonial, digo, fue introducido nada más y nada menos que por uno de los protagonistas de nuestra historia: el archiduque Carlos, que se quedó a un tris de ser Carlos III de España pero que llegó a se Carlos IV del Sacro Imperio Romano.

Se conoce que el trauma de no haber llegado a ser rey de los españoles al hombre se le quedó, como diría cualquier entrevistada en el Interviú, „como una espinita clavada“ y , cuando se convirtió en emperador en Centroeuropa trató de darle a su reinado un indudable sabor español, empezando por el ceremonial de corte, pero también liándose la manta a la cabeza y queriendo copiar nada menos que el mismísimo Monasterio de El Escorial (que no habría cosas mejores para gastarse el parné, digo yo). Y lo hizo en las cercanías de Viena, derribando algunos edificios románicos, en Klosterneuburg.

Pero esto se aparta bastante de nuestro tema principal que es, en esta segunda parte del tema Gibraltareño, pero copón ¿Cómo narices llegó a manos de los ingleses el peñón que hoy es famoso por sus túneles y sus monos?

Pues fue porque, durante la guerra de Sucesión, concretamente el 1 de Agosto de 1704, una fuerza anglo-holandesa (los ingleses y los holandeses eran aliados de nuestro archiduque, futuro emperador, rey fallido de España) al mando del almirante Rooke, inglés, se situó delante del Peñón, en la Bahía de Algeciras.

La escuadra era imponente y totalmente desproporcionada a la resistencia esperable en Gibraltar: 61 barcos de guerra, 9000 infantes y 25000 marineros del lado inglés; del lado español 100 soldados, cuatrocientos civiles armados y más o menos los mismos cañones. Los dichos cañones estaban enclavados, por cierto, en unas fortificaciones más viejas que la tos que había hecho construir Carlos V en los días de su poderío pero que los españoles (ya se sabe que no somos muy prácticos) no habían hecho intento de sanear en los últimos 100 años.

Estaba claro quién iba a ganar.

Con las piernas temblándoles, los gibraltareños se aprestaron a oponer alguna resistencia:

-!Que no se diga, coñío ya, malahe loh ingleze ehtoh! -debieron decir.

Se captaron voluntarios entre la (presumiblemente acojonada) población civil, mientras los ingleses, con su conocida eficacia, no perdían el tiempo. Varios miles de soldados desembarcaron y se desplegaron por el campo de Gibraltar, suponemos que bien a la vista de los pobladores de la plaza.

Para calentar el ambiente, se envió una carta, fechada en Lisboa, el 5 de Mayo (una operación así se organiza con tiempo) en la que el pretendiente vienés al trono de España les decía a los gibraltareños:

-!Rendirse, jolines! No opongáis resistencia, que yo sé que vosotros, en el fondo, no sois partidarios del Borbón. Si sois buenos yo prometo respetaros a vosotros, vuestros privilegios y a vuestras propiedades. Os lo juro por la gloria de mi pariente, el pobre Carlos dos palitos, que Dios tenga en su gloria.

Ante estas razones, los gibraltareños tragaron saliva, se subieron la cinturilla de los pantalones (muy en plan Fraga en Palomares) y contestaron que ni hablar, que para ellos no había más rey que Felipe V y que tururú al archiduque Carlos y que estaban dispuestos a sacrificarlo todo por su nuevo monarca.

¿Ah, sí? Con que esas tenemos, se dijeron en el lado pro-austriaco. Pues „sus váis a enteral“. Y el día 2 de Agosto mandaron otra carta, esta vez más corta. Iba firmada por el Gran Duque de Hesse-Darmstadt el cual compartía el mando del cotarro austracista con el almirante inglés. El tenor era el siguiente:

-!Menschen de Gibraltar! Como no sus rindáis en media hora, saco la zapatilla y…Digooo, no: como no sus rindáis en media hora, ataros los machos, porque os vamos a bombardear y no va a quedar en Gibraltar un gibraltareño (o gibraltareña) con vida para contarlo.

La rendición, no se produjo.


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