Cuando els quatre gats son más de cuatro

TurquiaUna de las ventajas que tiene ser español en Austria es que la política interior española tiene poca o nula influencia en la vida de uno. No es siempre así.

1 de Agosto.- Una de las cosas buenas que tiene pertenecer a una comunidad tan pequeña como lo es la española en Austria es que los avatares de la política nacional española tienen poca o muy poca influencia en la vida diaria de uno.

Pongamos un ejemplo práctico. Supongamos que prosperase la llamada “desconexión” entre Cataluña y el resto de España, y que el resto de España tomase, como es normal, las medidas pertinentes para que prevaleciese el sentido común (o, por lo menos, la legalidad vigente).

En Viena debemos andar por los 4000 españoles, un par de cientos arriba o abajo. De estos, pongamos que un veinte por ciento sean catalanes (una proporción razonable), con lo cual tendríamos 800 personas (unos 650 adultos, pongamos). Si consideramos que de esas 650 personas, la mitad estarían de acuerdo en diversos grados con la independencia de Cataluña (así dice la representación del Parlament), tendríamos 325 y si pensáramos que, entre ellas, hubiera un 20% que, de ser convocada, acudiría a una manifestación pro-desconexión, nos saldrían 65 personas. O sea, ná de ná. De acuerdo: mucha gente para invitarles a unas cañas, pero en términos de manifa, la verdad, quatre gats.

Els quatre gats pro-desconexión tampoco tendrían muchas probabilidades de acogotar de manera efectiva a los otros 3200 españoles que, como dirían las noticias de Telecinco, “valoramos muy negativamente la independencia” (más que nada por falta de efectivos) por lo cual el Gobierno austriaco, en el legítimo ejercicio de sus funciones en tanto que garante del orden público en Esta Pequeña República, no tendría que quejarse de nada ante su excelencia, el señor embajador español, hombre por lo que uno sabe poco amigo de escándalos y de natural pacífico, cuyo trabajo seguiría siendo igual de poco peligroso y delicado que hasta ahora.

El problema viene cuando, como pasa en Alemania (y aquí también) hay una colonia de extranjeros que tiene muchos representantes (la turca) y cuando esa gente, para tenerla contenta, es financiada desde el país de origen por un Gobierno que, seguramente por cálculo político, está muy interesado en que esos nacionales que viven en el extranjero, canten a coro (y se les vea cantarlo) lo de:

-¡Se ve, se siente, Erdogan está presente!

Y también cuando los que corean el pegadizo eslogan se dedican, por ejemplo, a incitar al boicot de otros connacionales que viven pacíficamente en Austria sin meterse con nadie, pero que tienen a Erdogan atravesado.

Ayer, en la ciudad alemana de Colonia, se manifestaron, como todo el mundo sabe, varios miles de turcos residentes en Alemania (y en toda Europa) en pro del primer ministro Erdogan, el cual es conocido por su personal concepto de la democracia y de la libertad de expresión (conceptos que comparte con campeones de las libertades tan conocidos como el putín de Putin, el primer ministro húngaro o el cristianísimo gobierno polaco en pleno). Las autoridades alemanas, alegando motivos de seguridad, impidieron que el primer ministro turco se dirigiese a la muchedumbre congregada mediante los procedimientos que hoy proporciona la técnica (o sea, por videoconferencia) actitud que ha puesto al Gobierno de Ankara de muy mala Milch y que ha provocado que dicho Gobierno turqués llamase a consultas a su personal diplomático al objeto de demostrar su descontento.

Asimismo, el Gobierno del país de Ataturk también se ha cabreado muchísimo con el austriaco y le ha acusado de impedir que los turcos que viven en el suelo de este país con forma de pipa se expresen libremente y den rienda suelta al amor ardiente e incontenible que sienten por su querido líder.

A esta acusación, el canciller Kern ha respondido como hubiera hecho Strache, utilizando Féisbul -aprende despacio, pero va aprendiendo, que es lo importante- y le ha dicho a Erdogan y a su Gobierno que exactamente esa es la diferencia que existe entre Turquía y Austria. O sea: que mientras en Austria, la gente, siempre que cumpla con la ley, puede decir y hacer lo que le salga del pito, en Turquía solo se puede hacer y decir lo que le salga del pito a uno que ya sabemos quien es.

Fuera de estos dimes y diretes, las manifestaciones “espontáneas” a favor de Erdogan se producen ahora, y precisamente ahora, por dos motivos: por un lado, de cara a fortalecer en el exterior la figura de Erdogan después del golpe y por otro lado, porque Turquía está intentando hacer fuerza con todos los medios a su alcance para recordarle a la Unión Europea de que, le guste o no, es su puerta a Oriente Medio y que si quiere tener la puerta bien guardada (o sea, que le haga el trabajo sucio con los pobres refugiados) le conviene tener contento al Gobierno de Ankara ¿Se dejará chantajear la UE? Lo veremos próximamente.


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