Julieta: mensajes desde la zona de conflicto

JulietaEl día 5 de Agosto se estrenó en Viena Julieta, de Pedro Almodóvar. Fue muy interesante verla con una audiencia austriaca.

19 de Agosto.- El día 5 de este mes, justo en el momento en el que yo salía de viaje para el este de Europa, se estrenó en Viena Julieta, de Pedro Almodóvar.

Como siempre, en el Film Casino, del distrito 5 de esta capital, se proyecta en castellano con subtítulos en esta lengua extraña (así las cosas, las churris y los churris que no dominen el idioma de Bertín Ohbonne no tengan ninguna excusa para no acompañar a mis pacientes lectores).

Dada la fecha del estreno, y dado lo ocupado que ha estado uno viajando a potenciales zonas de conflicto (¡Ay, el putín de Putin!) pues no pude ver la película hasta ayer por la tarde. Aparte de la peli, sobre la que luego me extenderé más, fue muy interesante estar sentado en una sala en la que el único español que asistía a la proyección era yo.

Yo diría que Pedro Almodóvar es un director poco conocido en Austria. O sea, que sus películas son para minorías (y por eso se estrenan en verano). Pero diría también que, como dice siempre mi padre, “el (austriaco) que prueba, repite, si el bolsillo se lo permite” y esto es porque ya hace muchos años que las películas de Almodóvar no están hechas para el público español y el director (que es, a la vez, un avispadísimo empresario) las hace pensando desde el principio en el mercado mundial, que es donde, sospecho, las pelis le dan a El Deseo, su productora, mucha más pasta que en España.

A los austriacos que ven las pelis de Almodóvar no les molesta lo que, en mi opinión, lastra más sus últimos filmes a los ojos de un espectador español y es que, dado que Pedro empieza a ser un caballero de cierta edad y tengo la impresión, la realidad española debe de agredirle mucho, sus películas, desde Los Abrazos Rotos, han perdido el contacto con la calle que tenían cuando Almodóvar era, sin duda, el mejor retratista de la España de su tiempo y se han convertido, cada vez más, en ejercicios de estilo; precisos y sofisticados artefactos cuasi matemáticos, en los que la autenticidad y el realismo no son, obviamente, una prioridad. Es más, la realidad es retorcida sin piedad y puesta al servicio de la historia que Almodóvar quiere contar (¿No es eso, al fin y al cabo, el concepto más acabado del arte?)

Así pasa con Julieta, que se diría que sucede, como el Quijote, en un país irreal que coincide en algunos puntos con la España de 2016, pero cuya única misión es servir de fondo, como los telones que tenían antiguamente los fotógrafos, a las andanzas de los personajes.

Pero esto, muy lejos de quitarle intensidad a la película, hace que, por el contrario, lo que le pasa a Julieta se vuelva cada vez más desasosegante, cada vez más absurdo, hasta que, al final, merced a un guión al que no le sobra ni le falta nada y en la que incluso la historia del padre de Julieta, que pudiera ser considerada como una ramificación gratuita de la historia, funciona como un contrapeso que muestra que la propia Julieta, sin darse cuenta de su maldad o siendo culpablemente autoindulgente, inflige, de otra manera, el mismo dolor que le es infligido a ella por los otros personajes de la película.

Julieta es una película sobre la culpa, sobre la incomunicación, sobre el dolor que produce esa incomunicación cuando es entre personas que son como extensiones de nosotros mismos fuera de nuestro cuerpo, como nuestros hijos o nuestros padres o nuestras parejas. Julieta es una película sobre la educación de los hijos y sobre el fracaso que todo proceso de educación y de transmisión de valores lleva aparejado (los hijos no somos nunca lo que nuestros padres pensaron que seríamos). Hay un momento en que Julieta le dice a su hija “te eduqué en el mismo espíritu de libertad en que me habían educado a mí, intenté que crecieras sin culpa, pero he terminado contagiándotela, como un virus”.

Julieta es también una película vocacionalmente literaria (en el mejor sentido del término y también, en momentos muy concretos, en el peor) y Julieta, y en eso coinciden todos los austriacos que la han visto (y este español, que también) es una brillantísima película europea, con todo lo mejor que el cine europeo tiene. Es una película hecha para espectadores inteligentes, que buscan historias con las que identificarse, que les hagan pensar, que les pongan a cien el corazón o que se lo detengan en seco (a mí me pasó ayer: al final de la proyección terminé con una opresión en el pecho que ha ido creciendo en las últimas horas y que ha ido agrandando la película en mi recuerdo). No es una película para todo el mundo, pero habla sobre todos nosotros. Como debe ser.


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