Inventando la rueda

Vienna Arsenal

El FPÖ de la ciudad de Graz piensa haber dado con la fórmula perfecta para que mejore la calidad de la educación en esa ciudad. Veamos cuál.

17 de Septiembre.- Cuando yo era chico, en España, fui a un colegio (como es natural). Al mejor que mis padres podían permitirse. Las instalaciones, no eran lujosas (estaba en un semisótano que, después, ha sido una frutería y, más tarde, una tienda de muebles) pero la enseñanza era muy buena. Lo dirigía un señor tonante, de la edad de mi abuelo, que se llamaba D.Luis Hernández García (un día se agarró un berrinche enorme porque alguien, en un programa de radio, osó llamarle Luis, a secas, sin el Don y, para más inri, de tú).

Durante la guerra civil española (1936-1939), Don Luis, Luisito en aquel momento, estuvo a salvo en el sur de Francia y en el país vecino se empapó del idioma y de los rigurosos métodos educativos galos y, a su escala, ya de mayor, trató de enseñarnos el primero y de poner en práctica los segundos. Con desigual éxito. Por ejemplo, en aquel colegio, que ya no existe, llevábamos uniforme. Feísimo, por cierto. Los chicos, pantalón marrón castaña, jersey de cuello alto blanco y jersey de pico verde botella. Las chicas, igual, pero cambiando el pantalón por una faldita tableada que ponía a mis condiscípulas en desventaja frente a aquellos curiosos que querían averiguar de qué color “las llevaban” (¡Ay, la infancia, época dorada de lo más mastuerzo del ser humano!). En verano, todo igual, salvo que el jersey de cuello alto se cambiaba por un polo y las chicas se desprendían de los leotardos blancos que eran obligatorios (y sensatos) en invierno.

Cuando los alumnos empezábamos a desarrollar un criterio propio en asuntos del vestir (solía coincidir con la eclosión hormonal que nos hacía interesarnos más –aún- por de qué color “las llevaban” nuestras condiscípulas) empezábamos a echar pestes del uniforme y, desde la patronal (los adultos) se trataba de hacernos ver sus ventajas. La más convincente era que, en una España (aquella España) que nuestros libros de texto describían como un país “en vías de desarrollo”, los uniformes anulaban las diferencias sociales (no las anulaban, claro, solo las camuflaban). Los niños pobres y los niños ricos (que en mi colegio, a pesar de los rumores que propalaba la dirección, eran pocos) iban vestidos igual y nadie tenía por qué sentir envidia ni pena por la diversa suerte ajena.

Hace ya más de treinta años de todas estas cosas y yo, la verdad, no sé aún si que los críos lleven uniforme es bueno, es malo, o que es. Hay gente, sin embargo, que tiene una opinión formadísima al respecto.

La rama de Graz de la formación ultraderechista FPÖ, ha pedido que, en esta bonita localidad austriaca, se imponga el uniforme para los escolares. Se han invocado, para hacerlo, las mismas razones que Don Luis utilizaba en mi infancia o sea que aumentaría el sprit de corps, que anularía (camuflaría) las diferencias sociales y que permitiría distinguir a los miembros de la comunidad educativa de las “personas extrañas” (¿Los profesores también deberían ir uniformados?) y que, al no estar preocupados por el qué me pongo (tía, tía, tía) los chavales y las chavalas utilizarían el tiempo que ahora usan para dudar delante de su armario en tareas más productivas. Por ejemplo, en aprenderse la fórmula infalible para resolver ecuaciones de segundo grado o la anatomía interna del mejillón o los afluentes del Danubio (lo cual es considerar también que los adolescentes y las “adolescentas” tienen una neurona y, por lo tanto, experimentan considerables dificultades para realizar varias tareas simultáneamente, como por ejemplo andar y comer chicle al mismo tiempo). Colores y demás se dejaría al albedrío de cada centro, pero el FPÖ, como resulta esperable, quiere que los niños lleven pantaloncito y las niñas lleven faldita, para que las criaturas se acostumbren a que hombres y mujeres son cosas diferentes y a ellas no se les pase por la cabeza adoptar papeles en esta vida que, por razón de su sexo (así piensan en el FPÖ) deberían estarles vedados.


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