Funkstille

foto-pared¿Por qué hay muchísimos austriacos que son incapaces de decir que no abiertamente, o de dar una respuesta concluyente? ¿Es una característica nacional?

Funkstille: literalmente, silencio en las comunicaciones. Expresión proveniente del lenguaje marítimo y militar.

22 de Septiembre.- Hace más de un año (¡Un año ya!) mi gata Matilde desapareció durante un día y medio, sumiendo a sus cachorrillos, entonces de corta edad, en el desconsuelo, a mi hogar en el susto, porque ya se sabe que madre no hay más que una y para los mamíferos de corta edad resulta una fuente nutricia insustituible.

Recuerdo que, durante esas horas angustiosas lo que más me corroía no era la desaparición misma, sino el miedo, irracional, de que pudiera quedarse en eso, en desaparición, para siempre, y que nunca supiéramos qué era lo que le había pasado a Mathilde.

Supongo que también era eso lo que le pasaba al personaje de Emma Suárez en Julieta y lo que provocaba, en cualquier persona sensible, el mal cuerpo con el que se termina cuando un va a ver la película.

Porque el duelo se supera, pero el silencio, la falta de respuestas que se renueva constantemente en las profundidades del alma es una cosa a la que es imposible acostumbrarse, porque es la sensación de haber llegado a un callejón cegado.

Dígale No

Pero no tiene la cosa por qué ser tan dramática como en Julieta.

Una clienta quiere casarse en el otoño del año próximo y, austriaca y previsora (suelen ser sinónimos, cuando hablamos de estas cosas) quiere que le haga un reportaje de pedida y utilizar alguna de las fotos para imprimir las invitaciones. Sin embargo, no puede imprimirlas aún, porque no tiene todavía fecha de boda y no tiene fecha de boda porque no tiene narices de encontrar un restaurante en la zona de Burgenland (ella es de allí) para celebrar el convite o recepción.

Mientras ayer me explicaba cómo quiere las fotos, me contaba que una de las cosas contra las que se había enfrentado era contra el silencio. Ella llama a los restaurantes cuyos dueños, al teléfono, se muestran muy entusiasmados por la posibilidad de celebrar su boda. Algunos, hasta le piden el teléfono, para mandarle “guasaps” y que así “la comunicación sea más eficiente”, se comprometen a enviarle un presupuesto o un menú en fecha viable, y cuando la fecha viable llega, nada, silencio. Mi clienta llama por teléfono pero, si se lo cogen (que no siempre se lo cogen) le vienen con evasivas y luego, nada, el silencio, hasta que ella desiste.

Un amigo mío, austriaco, está arreglando su casa. Es una vivienda antigua que necesita algunas reformas y mejoras y puestas al día de cosas que tienen ya treinta años y han cumplido su ciclo de vida. Pues bien: mi amigo, ya le ha pasado varias veces, llama a profesionales (yo qué sé: al marmolista, pongamos por caso; o al albañil) y le pide presupuesto para algo. El profesional en cuestión se muestra siempre invariablemente entusiasmado y siempre dice “jo jo, mach i” (o sea, que sí, que sí, que te lo hago) y se compromete a concertar una cita para echarle un vistazo a lo que tiene que reformar o para mandar un presupuesto y luego, nada. Silencio. Llamadas sin contestar. Ninguna explicación. Hasta que mi amigo, como mi clienta del párrafo anterior, desiste y tiene que volver a empezar la búsqueda (Por cierto, yo he presenciado algunas conversaciones de estas y de verdad, con la mano en el corazón, juro que mi amigo es el más amable de los hombres, económicamente solvente y que en ningún caso da pie a que le den plantón de esta manera).

Yo mismo he sido víctima también de esta enervante incapacidad austriaca para decir que no o para dar una respuesta concluyente que cierre los asuntos abiertos y empiezo a pensar que se trata de una característica nacional, cultural, esta incapacidad de dar la cara y de dejar las cosas pudrirse, a la Rajoy. Además, de que, como se pueden imaginar mis lectores, en la mayoría de los casos, el miedo a desagradar se trata de un miedo absurdo, de naturaleza neurótica y que el silencio suele ser mucho peor que el haber dicho, de una vez, el señor del restaurante “mire, no puede ser, pero es que estamos totalmente reservados o nos ha surgido otro compromiso”, el marmolista “soy una persona ya de una cierta edad, trabajo solo, y no me da tiempo a hacer todos los encargos, le voy a dar el teléfono de un marmolista amigo mío”.

En vez de eso, Funkstille. Und das nervt.


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