Una cuestión de lenguas

parejaSi tu pareja es austriaca ¿En qué idioma os comunicáis? La cuestión no es, ni mucho menos, menor.

19 de Octubre.- Hoy tenía yo pensado escribir sobre un tema de esos que a uno le surgen por sentido del deber, pero hete aquí que, a la hora de la comida, ha surgido otro mucho más entretenido, así que en segundo y medio he cambiado de opinión. Se ha ventilado el tema de en qué idioma hablan las parejas cuyos miembros son de distinta nacionalidad. Llevo aquí once años y, según mi experiencia, cada par resuelve el problema como Cupido le da a entender.

La cuestión no es baladí porque, naturalmente, tener un territorio idiomático común facilita las cosas (o las dificulta irremediablemente).

Hay parejas en las que la parte austriaca (sobre todo más si se trata de mujeres) deja aparcado para los asuntos comunes su idioma nativo, el alemán, y aprende español; hay parejas en las que se decide que la parte española deje un poco aparcado su idioma y hable en alemán, lo cual, naturalmente, resulta muy útil si uno vive aquí. Aunque fuera de casa, naturalmente ; y hay, por último, parejas que suelen inclinarse por la solución más justa (quizá, bajo mi punto de vista, no la práctica) y elegir un tercer idioma, que a los dos componentes de la relación les resulte igual de ajeno. Suele ser el inglés.

El idioma que una pareja elige, aunque sea tácitamente, para comunicarse, tiene una influencia enorme en el devenir de la relación, hasta el punto de que puede condenarla al fracaso o predestinarla al éxito.

Dejando aparte el tercer caso que yo mencionaba, que suele ser el más infrecuente, el establecer que el idioma oficial sea el de uno de los miembros de la pareja no deja de desequilibrar el balance de poder a favor de aquel cuyo idioma prevalece. La parte que no habla en su lengua materna tendrá, mientras dure la relación, que utilizar un instrumento que yo siempre comparo con una prótesis lingüística. O sea, cuando alguien pierde una mano, los médicos le pueden poner una prótesis que hace más o menos lo mismo que una mano, pero que no es su mano. Con todo lo que ello implica.

El espacio en común que se forma cuando se establece una pareja es, a efectos prácticos, ante todo, un espacio de negociación. Negociaciones que abarcan desde decidir qué película se va a ver en el cine hasta cómo nos vamos a repartir los gastos de la casa o cómo queremos que se eduquen nuestros hijos.

Las negociaciones en una pareja, además, se mueven a veces en un terreno muy visceral; tampoco hay que perder de vista que, por muy bien que vaya la pareja y muy feliz que sea la vida en común, siempre se producen discusiones. Naturalmente, y eso lo sabemos todos los que vivimos en un país distinto de aquel en el que hemos nacido, mantener conversaciones de importancia en un idioma en el que no hemos crecido exige un esfuerzo de concentración mucho mayor por no hablar de que “jugar en casa” idiomáticamente hablando da una ventaja que, en cuestiones de matiz, puede ser y en muchos casos es, trascendental.

Cuando hay hijos por medio, el tema del idioma también tiene su importancia, porque el idioma es uno de los elementos más fuertes que forman nuestra identidad. Nuestro país puede dejar de existir, parcelarse, declararse independiente, reorganizarse, lo que sea, pero la lengua que hablamos es una parte fundamental de nuestro esprit de corps con nuestros semejantes. Si en una pareja, lo cual es tanto como decir en un hogar, se da más importancia a la lengua de uno de los cónyuges, los hijos pueden caer en la tentación de pensar que la persona cuya lengua es postergada es menos importante, menos digna de ser tenida en cuenta, o simplemente que la lengua secundaria es menos útil, menos digna de ser tenida como instrumento digno de comunicación.

En este caso, quizá más que en otros, cada pareja.


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