Austria tiene un problema y en gran parte solo podemos arreglarlo los extranjeros. Cuanto antes se enteren los austriacos, mejor para ellos.
16 de Diciembre.- Se puede conocer la inteligencia de una persona o de una sociedad por su reacción ante los problemas. Ante un inconveniente cualquiera, los menos espabilados tenderán a negarlo o a intentar, por todos los medios, seguir creyendo que siguen en la situación anterior a la aparición del problema (¿El cambio climático? !Filfas! !Embustes! Hace un poco más de calorcillo, pero eso ha sido siempre así). Los inteligentes, en cambio, aceptarán que el problema existe y tratarán de resolverlo abordando la cuestión sin ideas preconcebidas.
Una cuestión de la que depende el futuro de nuestro nivel de vida actual es el envejecimiento de la población. La gente tiene menos niños de los que haría falta que tuvieran.
Se trata de un efecto colateral de fenómenos que han surgido en los últimos 50 años y que son, por sí mismos, buenísimos. Por ejemplo, la incorporación de la mujer, en pie de igualdad, al mundo académico y profesional. Como resultado, las parejas retrasan cada vez más la edad de ponerse a la tarea de tener chiquillos e, incluso, hay cada vez más mujeres que no cuentan con la maternidad como una de sus prioridades (respetabilísimo, por cierto) y que deciden que pueden realizarse sin tener niños.
Ante este fenómeno innegable, cuyas consecuencias adversas son el envejecimiento y, en casos extremos (como el español) la disminución de la población, los menos espabilados pretenden volver a la situación anterior, cosa que es obvio que no acepta la mayoría, porque las conquistas de las mujeres en todos los terrenos no tienen vuelta atrás (afortundamente) y es deseable que, tardando lo menos posible, se alcance la igualdad plena.
Los inteligentes, en cambio, aceptan que, si queremos seguir manteniendo nuestro nivel de vida y nuestro sistema social, si no producimos población que renueve los contingentes actuales, necesitamos importarla. O sea, necesitamos inmigrantes. Y necesitamos muchos.
Recientemente se han publicado un informe del Gobierno austriaco que cifra en 50.000 personas anuales las necesidades de Austria de aquí a 2030 si se quiere mantener la población activa del país (y quien dice la población activa, dice también el sistema de pensiones y la competitividad de la economía); naturalmente, si el canciller Kern saliese un día, se pusiera detrás del púlpito de una rueda de prensa y dijera:
–Meine Damen und Herren, vayan ustedes haciendo sitio, que tenemos que si no nos queremos extinguir necesitamos a 700.000 tíos de aquí a 2030.
El bochinche sería fenomenal. Y el bochinche sería fenomenal porque años de propaganda han hecho que, en la mente del austriaco medio, se asocie inmigrante o extranjero con una persona pobre y sin formación (gente como nosotros ¿Verdad, querido lector?) Pero el hecho es que Austria necesita imperiosamente mano de obra no nacida en el país para mantener funcionando la maquinaria de su economía. Todos los inmigrantes que vivimos aquí somos el ejemplo claro. De hecho se podría decir que, sin los extranjeros, Austria se paralizaría.
Naturalmente, esto de la emigración es como cuando un hijo nuestro sale a esas noches de luces progresivas y músicas ensordecedoras a buscar novio/a. A todos, por supuesto, nos gustaría que el nene o la nena se nos presentasen en la cena de navidad con un desarrollador de software y se nos pondrían los pelos como escarpias si, por ejemplo, la niña de nuestros ojos se liase con cualquier portero de discoteca de genes belicosos y dotación neuronal justita. O sea, que Austria necesita inmigrantes pero, como es lógico, no le valen todos los inmigrantes. Por decirlo de una manera que todo el mundo me pueda entender Austria, como todos los países, Austria necesita talento y en la carrera por atraer el talento debe estar metida.
Del informe publicado por el Gobierno austriaco también se deduce que la clásica figura del Gastarbeiter (o sea, los turcos que venían a realizar empleos poco cualificados, generalmente en la industria y la construcción) ha pasado a la historia (relativamente). El contingente de extranjeros más grande que vive en Austria son los alemanes (casi doscientosmil) pero luego hay mucha migración intracomunitaria serbios, rumanos y turcos también (que aunque no sean de la Unión son, sobre todo en Viena, una colonia grande).
Sin nosotros, la economía austriaca se pararía, porque los extranjeros hacemos trabajos que los austriacos, por lo que sea, no quieren o no saben hacer (en los estratos poco cualificados de la cadena laboral, lógicamente, los austriacos no quieren porque consideran esos trabajos poco prestigiosos o mal pagados como pasaba en España antes de la crisis; y en los estratos altos del ecosistema laboral, los extranjeros hacemos cosas que los austriacos no saben hacer pero que nosotros, por lo que sea, sí).
Son obviedades que se le ocurren a cualquiera que se pare a examinar la cuestión pero para mucha gente en este país son todavía un tabú ¿Hasta cuándo? Dependerá de la inteligencia con la que Austria, como sociedad, aprenda a afrontar su problema.
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