El remedio y la enfermedad

El post de hoy plantea un dilema delicado, en el que actuar en un sentido o en otro puede agravar las consecuencias de lo que se quiere evitar ¿Qué harían mis lectores?

7 de Enero.- Resulta curioso como en todos los países hay persona(je)s que ocupan una cierta prominencia en el espacio público pero a los que poca gente confiesa tener alguna simpatía.

En los países latinos esa gente suele ser tachada de gafe, y se dice de ellos que traen mala suerte. Puede ser que, para que haya figuras luminosas y universalmente queridas como, pongamos, Joan Manuel Serrat, gente que nunca ha dicho una palabra más alta que otra y nunca se ha metido con nadie y cuyo éxito (cosa dificilísima) a nadie le molesta, tiene que haber otras plenamente asentadas en el lado oscuro.

Una de esas figuras, en Austria, es Johann Gudenus, vicealcalde de Viena.

Muchos de los comentarios que he leido a propósito de la noticia que voy a glosar hoy empiezan por „yo tampoco le puedo soportar pero…“ y es que Johan Gudenus es una persona que solo debe de despertar simpatías en su familia cercana y en sus conmilitones de Vandalia (otros a los que casi nadie querría tener de vecinos en la cama de al lado del hospital).

Gudenus (no hace falta decirlo con estos antecedentes) pertenece al FPÖ y es el hijo -político- en el que Heinz Christian Strache deposita todas sus complacencias y se podría decir que el no suscitar simpatías se lo ha ganado a pulso.

La mitad de su material genético le fue proporcionado por John Gudenus el cual, aunque esté feo hablar mal de los difuntos (falleció en septiembre del año pasado) debió de ser una de esas personas que cuanto más los conoces más quieres contraer el ébola.

Gudenus senior fue condenado en abril de 2006 por haber infringido la ley austriaca que prohibe negar la existencia del holocausto y por haber minimizado „groseramente“ (groblich) sus consecuencias.

Como su hijo, John Gudenus fue miembro de Vandalia, organización de los llamados „Burschenschafter“ de carácter ultraconservador. Los Burschenschaften, de ideas políticas fuertemente reaccionaria nacieron Alemania en el siglo XIX. Son pangermanistas (o sea, les chincha mucho que Austria no pertenezca a una presunta Gran Patria alemana) y racistas también de forma poco disimulada (en los noventa, por ejemplo, se formó mucho revuelo porque un japonés despistado quiso integrarse en una de estas organizaciones y no le dejaron porque „saltaba a la vista que un japonés no puede ser ario“).

Volviendo a Gudenus junior, es conocida su querencia hacia Rusia, país a donde viajó regularmente durante sus estudios y del que tiene títulos académicos. Johann Gudenus no solo da conferencias de forma asídua en ese país (habla perfectamente ruso), abominando, por ejemplo, de la homosexualidad y de la situación de la que los gays gozan en los países de la Unión en donde su estatus es igual que el de los heteros, sino que actuó como „observador“ en la pantomima organizada por el Kremlin bajo la forma de un „referendum“ en el que se decidió el estatuto de la Península de Crimea, anexionada por la Federación Rusa y gobernada ahora de facto por un ejecutivo títere al servicio de Moscú.

Según el DÖW, Dokumentationsarchiv des österreichischen Widerstandes, organización que se encarga de monitorizar a la ultraderecha austriaca y a la escena neonazi, Johann Gudenus es uno de los políticos que ha escorado al FPÖ hacia el racismo y la xenofobia. De hecho, ha sido condenado por la justicia austriaca en, al menos, dos ocasiones, por haber hecho manifestaciones injuriosas en este sentido.

Pues bien: el otro día, según informa el semanario Profil en su página web, Johann Gudenus fue con su novia y un número de personas indeterminado a un conocido restaurante de Viena, el Club X, situado en la almendra central de esta capital. Ya estaban Gudenus y sus acompañantes sentados a la mesa cuando un camarero se les acercó y les dijo que en el Club X no se servía a gente como ellos (mayormente, como Gudenus) y que por favor, abandonaran el establecimiento. Preguntado por la cuestión el dueño del local, un cierto señor Sammy Zayed (austriaco, pero de padres no nacidos en Austria), no solo confirmó los hechos, sino que además dijo que su local, el Club X, estaba por la tolerancia y la apertura de ideas y que como Johann Gudenus no encaja en esos valores, le había parecido bien que Gudenus que se fuera a tomar Schnitzels o morcillas (a otra parte, se entiende).

Hasta el momento, por cierto, Johann Gudenus no ha hecho ningún tipo de comentario a propósito del incidente. Su novia sí, en un post de Facebook que ha sido borrado y en el que se lamentaba de lo deficiente que era la tolerancia de los que se dicen tolerantes.

Personalmente, me parece que, aunque comprensible, la actitud de Sammy Zayed es poco inteligente, aunque solo sea porque le está haciendo el juego a aquel al que pretendía penalizar. Es probable que Gudenus se haya dado cuenta de que su silencio le era mucho más beneficioso que cualquier toma de postura. De esta manera, ha conseguido (otra vez) algo que los políticos ultraderechistas, desde Hitler hasta el presente, han hecho muy bien: que les vean en el papel de víctima.

Todo el discurso ultraderechista, desde que el mundo es mundo, está basado en el victimismo: los „arios“ como víctima de la conspiración „judeomasónica“ internacional, los „austriacos autóctonos“ acosados por los inmigrantes y la degeneración racial (Umvolkung, palabra muy querida para Gudenus, procedente del apestoso vocabulario nacionalsocialista), etcétera, etcétera.

¿Qué hubiera hecho yo en una situación semejante? Probablemente, nada o, más sutilmente, tratar a Gudenus como si fuera un perfecto desconocido. A veces, el mejor desprecio es no hacer aprecio.


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Comentarios

Una respuesta a «El remedio y la enfermedad»

  1. Avatar de Charls
    Charls

    “Victimismo y narcisismo son los dos rasgos del nosotros intacto que las clases políticas y sus aduladores y sirvientes intelectuales han levantado en cada comunidad, proscribiendo o dejando al margen no solo cualquier referencia favorable al marco político común sino casi cualquier noción adulta de ciudadanía. El lugar de nacimiento no es un hecho accidental, sino una marca del destino y un motivo de orgullo. Sin hacer más esfuerzo que el de ser de donde eres ya posees el privilegio de un origen único, que por un lado te ofrece la confortable posibilidad de contarte entre los perseguidos, las víctimas y los héroes sin necesidad de padecer personalmente ningún sufrimiento.[…]

    El pueblo asegura el abrigo inmediato de lo colectivo y lo inmemorial, el halago de compartir valores ancestrales. La ciudadanía, por comparación, ofrece poco más que intemperie, y cada una de sus ventajas posibles está sometida al contratiempo de la responsabilidad y la incertidumbre.

    El miembro del pueblo se sabe ungido por una garantía de perfecta inocencia. La inmersión en una colectividad ennoblecida por la historia y hasta por la prehistoria y caracterizada por méritos que la hacen única y ejemplar en el mundo le da derecho a ir con la cabeza muy alta, con la tranquilidad del que está a salvo de la duda sobre sí mismo y sobre los suyos, del que está seguro de sus merecimientos, como el aristócrata antiguo de sus privilegios.”

    Todo lo que era sólido, Antonio Muñoz Molina

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