Toma el tranvía y corre

El viernes, se produjo en Viena uno de los robos más cortos (y más tontos) de la Historia de la Humanidad.

23 de Enero.- Marguerit Duras decía, y a mí me gusta citarla que, “Il n´y a pas d´erreurs, il y a que des actes bizarres”. O sea, que no hay errores, solo actos raros (por cierto, aprovecho para decirles a mis lectores que, cuando dicen, en angloparla que en una película sale “sexo bizarro” por ejemplo, para describir que dos personajes realizan el acto en una posición o con un atrezzo inverosímil, en realidad lo que están diciendo es que los personajes hacen sus cositas de una manera valerosa, que era el significado de la bizarría que todos aprendimos cuando nos alfabetizamos; a Cabeza de Vaca, Martínez del Pulgar o Pizarro –que rima, por cierto, con bizarro- les hubiera parecido bien cómico que, al hablar de su bizarría, cundiera la sospecha de que les gustaba que les hicieran cosas raras por orificios insospechados).

En fin: sigamos.

En estos últimos días ha habido noticia de un acto bien, pero que bien raro, en el sentido que Mme. Duras decía.

El viernes por la tarde, el conductor del tranvía número sesenta, convoy que, de ordinario surca raudo, veloz y aproximadamente silencioso las calles de esta ciudad, dejó el tranvía en un momento del recorrido para hacer lo que viene siendo una micción. Dos minutos largos tardó el hombre en cumplir con la naturaleza, sacudirse la churra y subirse la bragueta, pero le bastaron a un fulano que, según confesión propia, “no se lo pensó mucho “(ah, des actes bizarres…) para birlarle el convoy y lanzarse calles adelante hasta que las líneas vienesas, alarmadas por el pobre tranviario, cortaron la corriente de la línea sesenta y el tranvía se paró en seco, dos estaciones más adelante del lugar en donde el conductor había dejado el convoy.

En este momento, el ladrón, ante la atónita mirada de los pasajeros, que no sabían lo que estaba pasando, puso pies en polvorosa y estuvo fugado un par de días, hasta que la policía, utilizando una precisa descripción proporcionada por uno de los testigos del que debe de ser uno de los robos más idiotas de la historia (¿Qué puede querer hacer nadie con un tranvía?) le echó el guante al ladrón.

Se trata de un ciudadano austriaco, de 36 primaveras de edad, el cual fue, hace algunos años, empleado de las Wiener Linien (o sea, de la empresa de transportes vieneses).

Según han atestiguado dichas líneas, cuando el payico dejó la empresa, también devolvió la llave de actuación que los conductores de tranvías, por lo cual resulta bastante incierto (otra palabra que se presta a equívocas utilizaciones) cómo consiguió el ladrón poner en marcha el vehículo. Sin embargo, lo hizo.

Como decía yo más arriba, el de treinta y seis años, después de negar un poco al petrino modo, terminó confesando que había sido él el que había cogido el tranvía, pero no fue capaz de dar un motivo que justificase por qué lo había hecho. Por venganza parece ser que no fue, sino quizá por un deseo de jugar. Ánimo juguetón que le puede costar caro, porque probablemente le vaya a caer, por su inédito delito, un multazo del copón.

El hombre, por cierto, se encuentra en libertad con cargos.


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