Qué piensan ellos (1)

¿Cómo puede uno acercarse a una realidad que le resulta desconocida? Quizá por la semejanza.

29 de Enero de 2017.- Hace unas semanas, anuncié a los lectores de Viena Directo mi intención de tratar de aprender un poco sobre la problemática de los refugiados y, al tiempo, compartir la información que obtuviera para que ellos también estuvieran en condiciones de saber más.

Hablé con diferentes personas que tienen relación con la cuestión, principalmente desde el lado austriaco. Cuando se publicaron los primeros reportajes, en uno de esos golpes de generosidad que tienen los lectores de Viena Directo y que tanto y tanto enriquecen este blog, me contactó el padre de un psicólgo español que trabaja con los demandantes de asilo y se ofreció a ponernos en contacto para que yo pudiera entrevistarle.

Tras algunos divertidos equívocos, conseguimos por fin vernos, poco antes de las navidades y tuvimos una conversación en un restaurante, ante un plato combinado que no pasará a la historia de la gastronomía, precisamente. He tardado un poco en contar lo que él me contó porque otras cosas se han cruzado en el camino, pero creo que lo que me dijo arrojó una luz nueva sobre mi visión del problema y sobre unos aspectos que, generalmente, no salen en los medios. El principal: ¿Cómo ven los demandantes de asilo su propia situación?

Cuando terminó la entrevista, de camino a casa, sin boli, sin papel, con mi libro electrónico en el bolsillo y el cuerpo aún convaleciente de un catarro bastante bestia, intenté aplicar al testimonio de mi interlocutor una regla que, desde que Jesús empezó a predicar su confusa de visión de un fin del mundo que a él le parecía inminente (pero que se ha demostrado más lento de lo que él esperaba) se ha demostrado infalible: la comparación.

Así, sentado en el metro, en la línea 4 de Viena, un viernes por la tarde, intenté ponerme, con los datos que el psicólogo español me había dado, en la piel de un demandante de asilo. Si tu país está en guerra (o si no está en guerra, pero puede estarlo, o si puedes ir por el campo y pisar una mina y volar por los aires), si vives con la amenaza de una muerte inminente, no solo tuya, sino la de toda tu familia, si tu realidad, tus proyectos, tus esperanzas, tus planes, tu sistema de valores, lo que siempre has dado por supuesto, se va a la porra ¿Qué harías? ¿A qué se asemeja una situación semejante? Y llegué a una situación que no es igual, ni mucho menos, pero que sí podría asemejarse, porque para muchas personas la crisis económica que hincó sus dientes en España con ocasión de la Gran Recesión de 2008 supuso una amenaza existencial. De hecho, muchas personas perdieron sus casas, su modo de vida, su intimidad personal, su libertad, su derecho a la cobertura sanitaria.

Este año hará nueve años de eso. Acudieron a mi mente las decenas de correos que he venido recibiendo durante todos estos años, de personas que abandonaron su país para venir a este ¿Qué les unía? ¿Qué semejanzas había entre ellos? Dos principalmente: la primera, que eran personas a las que la crisis había dejado sin proyecto de vida o para quienes la falta de dinero había supuesto principalmente una quiebra brutal de sus proyectos de futuro. Y la segunda, que eran personas que, en muchos casos, querían venir a Austria para trabajar y para mandar dinero a España, al objeto de aliviar la situación de los que quedaban en casa y, por lo que fuera, no podían desplazarse.

¿Quiénes eran las personas que, desde 2008, habían venido a trabajar a Austria? Pues los jóvenes, sin mayores ataduras y con la disposición de aprender el idioma y adaptarse a una situación, la de la emigración que puede ser muy dura (se ha hecho mucha literatura barata y sentimentalona al respecto, y yo no quisiera abundar en el tópico de “las maletas cargadas de sueños” que es una gilipollez además de una cursilería, pero sí que es verdad que la emigración es dura). Después, cuando la cabeza de puente se asienta, y el emigrante empieza a producir, pues es normal que mande dinero a España.


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