Luis Trenker, gallardo y calavera (1)

Gallardo, calavera, un seductor siempre con un pie en el desastre y el otro en el placer: Luis Trenker, el austriaco más controvertido de su tiempo.

4 de Febrero.- En los últimos años cincuenta del pasado siglo, la televisión en mantillas, los espectadores alemanes se acostumbraron a ver la figura de un jovial caballero, de dientes irreprochablemente perfectos y una original corbata de lazo. El caballero, en un plató que figuraba un despacho-biblioteca, contaba su vida (bueno, una versión bastante edulcorada de su vida) y coqueteaba con la formalidad y la sinvergonzonería con esa soltura que, después, sería familiar también para los lectores españoles, por ejemplo a través de ese encantador sinvergüenza, seductor siempre con un pie en lo inconfesable, que fue el escritor Jose Luis de Vilallonga.

El señor que alegraba las veladas a los alemanes del siglo pasado se llamaba Luis Trenker y, más que escritor, que lo fue regulero, y más que director de cine, que otro tanto, se le podría llamar un „artista de la supervivencia“.

La casi centenaria existencia de Luis Trenker empezó en Tirol, entonces parte del imperio austro-húngaro, en 1892.

Era hijo de un escultor y nieto de otro y quizá estos antecedentes artísticos le llevaron siempre a comportarse como si la realidad fuera una materia porosa que, convenientemente moldeada, podía ser manipulada en su propio beneficio. También pudiera ser porque, si uno se fija en la biografía de Trenker, no se puede evitar la sensación de que nuestro hombre no se sentía de ningún sitio y siempre, cuando la cosa se ponía fea –y se le puso fea con alguna frecuencia- siempre tenía preparado un lugar en el que enrocarse. Trenker, como buen tirolés de su época, creció siendo un niño y un joven bilíngüe, a caballo entre dos culturas: la de su padre, austriaca y, por lo tanto, de raíz germánica; y la de su madre, con la que hablaba el ladino, el dialecto de Tirol. Ya desde el colegio, se ve en la biografía de Trenker algo que fue fundamental durante toda su existencia y que, con el tiempo, se convertiría en una parte nada despreciable de su quehacer profesional: los deportes de montaña y la escalada.

Como la mayoría de los hombres de su generacion, Trenker sirvió en la primera guerra mundial (arma de artillería) y el conflicto bélico supuso en su vida una cesura que no se cerró hasta bien entrados los años veinte.

Después de la primera guerra mundial, Luis Trenker aprovechó su buena planta, su indudable labia y su propensión a no dar un palo al agua (o a darlo, pero sin que le costara mucho) para encontrar una novia adinerada, Hilda von Bleichert, la cual le dio cuatro hijos que, a su vez, poblaron la vejez de Trenker con una multiutd de nietos y bisnietos.

Para explicar cómo Luis Trenker llegó al cine, habría que contar que, después de la guerra mundial, las masas de la república de Weimar, hambrientas de emociones fuertes y, sobre todo, de fuentes de evasión que les permitieran olvidar las miserias de la inflación, descubrieron un género cinematográfico: las películas de montaña en las que los protagonistas se enfrentaban a peligros, amores y aventuras en nevados paisajes alpinos.

Entre todos los pioneros de aquel cine, el de más éxito fue Arnold Fanck, un caballero alemán que producía películas como churros, con una eficacia (y una falta de imaginación) totalmente germánicas, cosa que no impedía que el público las esperase con impaciencia.

Fanck enroló al experto Luis Trenker en la producción de su película „La montaña del destino“ (Der Berg des Schicksals, dejo un vídeo para que mis lectores se hagan una idea) en 1921, como guía de montaña.

Sin embargo, al descubrirse que el actor elegido para desempeñar el papel protagonista no sabía escalar, Trenker, gallardo y calavera, convenció a Arnold Fanck y se hizo cargo del papel. De esta forma, la arquitectura perdió uno de sus efectivos y el séptimo arte ganó uno. Se sucedieron, una tras otra, las películas de montaña. En las primeras, Trenker se limitó a actuar, pero después, se hizo una especie de Juan Palomo cinematográfico y actuaba, dirigía y escribía sus idilios alpinos. En 1928 abandonó la arquitectura definitivamente y se mudó a Berlín, en donde permanecería hasta 1940, convirtiéndose en un personaje habitual del famoseo de la Alemania de entreguerras y en un „compañero de viaje“ de los nazis. Precisamente esta, su etapa más controvertida, la examinaremos en el próximo capítulo de nuestra historia.


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