Vuelta la mula al trigo

Puntual y cíclica, vuelve la misma polémica ¿Cuál? La misma, hombre, la de siempre. Y usted ¿De qué lado está?

7 de Febrero.- Este verano pasado estuve con mi familia unos días en Galicia. Alquilamos un coche, y estuvimos recorriendo las principales ciudades de esa parte de España de la que solo se pueden decir cosas buenas. Mi sobrina Ainara, que este año cumplirá diez, estaba, naturalmente, presente también. Cuando llegamos a Santiago de Compostela, la muchacha soportó sin una queja el rosario de visitas a Iglesias al que la sometimos. De vez en cuando, eso sí, el angelito decía:

-Tío Paco ¿Otra iglesia? ¡Pero si yo no soy de religión, si yo soy “de valores”! –y de unos valores, por cierto, buenísimos. Doy fe.

A mí me dio pena no porque mi sobrina tenga en la actualidad un conocimiento muy difuso de la que fue la religión de sus mayores (no le impide ser una muchacha con un corazón de oro) sino porque, para ella y para los niños de su generación un paseo por el Museo del Prado pronto, si todo sigue como va, será un paseo por un bosque de códigos y signos tan incomprensibles como pueda ser la mitología griega para un profano.

La circuncisión de JesúsAunque es el signo de los tiempos, me dio penilla, lo mismo que me da pena cada vez que alguien dice: “era bueno no, lo siguiente” porque eso significa que el mastuerzo que dice esa vulgaridad ha dejado de utilizar una palabra que describe el mundo con más precisión que un comodín. Nos hace (se hace) a todos un poquito más pobres.

Desde hace por lo menos cien años, en España de manera imparable desde 1975, la religión, la católica en particular, pierde peso en la vida pública. El fenómeno tiene muchas causas: por ejemplo, y no menor, que no hay un intelectual cristiano destacable desde hace muchas décadas; también porque los valores que defiende la Iglesia, en particular en lo tocante a la moral sexual, han dejado de ser los mayoritarios en la sociedad. O sea, la religión (la católica) ha dejado de ser, para la mayoría de la gente, una herramienta “útil” para explicar el mundo. Y en la vida, como en la evolución, lo que no es útil, se empequeñece, se cae y se pierde.

En Austria, se ha dado un proceso similar, aunque aquí, sobre todo en el campo, todavía hay muchos jóvenes que, utilizando la terminología española “creen y practican” (y lo hacen con curas polacos o africanos, porque aquí la fuente de las vocaciones se ha secado también). O sea, tienen sentimientos religiosos y también creen en la Iglesia y asisten a sus ritos. En muchos casos la religión actúa como herramienta de integración en unas comunidades que son muy peqeñas y en las que escasean cosas que hacer en común. De todas formas, es obvio que la Iglesia ya no es la fuerza de cohesión de antaño. Especialmente víctima de este estado de cosas es el ÖVP (Partido Popular austriaco) en cuyo ADN está la religión católica y que lleva décadas sufriendo un desgaste directamente proporcional a la pérdida de peso público de la Iglesia.

Como recordarán mis lectores, hace días que el Gobierno austriaco decidió “resetearse” y lanzó un plan con diferentes medidas que tenían la poco disimulada intención de intentar que la ultraderecha no gane las próximas elecciones. Llamó especialmente la atención, aparte de la prohibición de las formas más duras del velo islámico en los lugares públicos, noticia que salió en medios nacionales y extranjeros, la decisión del Gobierno austriaco de “limitar la simbología religiosa en los espacios públicos”, particularmente en los funcionarios “para garantizar la laicidad del Estado”.

Hasta aquí, bien. Esta declaración de intenciones ha provocado un daño colateral que sería muy divertido si no fuera porque ha puesto al Ejecutivo austriaco en una posición un poco incómoda. Particularmente a aquellos de sus miembros procedentes del ÖVP. Tanto, que se han sentido en la obligación de salir a explicarse.

Evidentemente, ateniéndonos a la letra de lo dicho por el Gobierno, las cruces, presentes, por ejemplo, en aulas y habitaciones de hospital en colegios y hospitales públicos, son símbolos religiosos. Si el Gobierno austriaco quiere “limitar la presencia de los símbolos religiosos en los espacios públicos” es obvio que debería también quitar las cruces de las aulas y de las habitaciones de hospital. Sin embargo ya, destacadas personalidades del ÖVP, como Sebastian Kurz, el Ministro Turgente y Comunal (gracias, A.) y la nueva Landeshauptfrau de Baja Austria, Sra. Mikl-Leitner han dicho que “la cruz no se toca” (textual; en alemán, pero textual). Con lo cual, en la práctica, los esfuerzos del Gobierno por enjugar cualquier pérdida de “laicidad del espacio público” pueden terminar dirigiéndose, fundamentalmente (otro mensaje para los votantes de la ultraderecha) a los practicantes de las otras religiones y, en particular, de la mahometana.

Esta polémica de la cruz, especialmente en las aulas, es como el monstruo del lago Ness, el cual, cuando empieza a palidecer su leyenda, saca la cabeza de las frías aguas escocesas para que, casualmente, pueda fotografiarle cualquier turista americano y luego mandar las fotos a Cuarto Milenio.


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