Donde acaba la razón y empieza el sentimiento

Una de las características de la propaganda es que la razón y la evidencia, en muchos casos, no tienen nada que hacer contra ella.

12 de Febrero.- La Gran Recesión de 2008 fue tan profunda, tan violenta, atacó tan friamente los fundamentos de la clase media mundial y de manera tan transversal y tan transnacional, que los políticos locales se vieron , en cada país, obligados a distraer a sus nacionales de su incapacidad para mitigar los altos niveles de desempleo y las trágicas consecuencias de que las arcas públicas dejasen de ingresar miles de millones en impuestos.

Naturalmente, estas distracciones han ido siempre por el lado de la búsqueda de culpables de la situación, reales o falsos.

Lo que ha tenido en común, en general, toda esa operación de búsqueda de cabezas de turco ha sido que no ha estado basada en lo racional, sino que han ido a las profundidades del cerebro, a la emoción y, especialmente, a la ira.

En España, por ejemplo, los partidos nacionalistas, en el poder en Cataluña, descubrieron relativamente pronto el independentismo como una eficaz cortina de humo que apartase la mirada del público de la inepcia de su gestión. Fue relativamente fácil y, con pocas variaciones, es la táctica que lleva utilizando la ultraderecha en Austria desde hace décadas.

El mecanismo es tan infantil como efectivo y casi da penica volver sobre él. Se basa en el cuento siguiente: érase una vez un grupo étnico A -en este caso, los catalanes- que vivía feliz hasta que llegó otro grupo étnico B (esto es, el resto de los españoles). Los catalanes eran unos seres industriosos y valientes que, de pronto, se vieron en la desgraciada situación de ser parasitados por los invasores (Espanya ens roba, en sus variantes más o menos sutilies). Solución (cae por su peso): echemos a los españoles y con lo que ellos „nos quitan“ viviremos todos felices y podremos atar a los perros con longanizas.

En Austria, los invasores, la bestia negra, el „virus ajeno“ que ataca el corpus social (metáfora especialmente cara a los nazis) son (somos) los extranjeros.

Por lo demás, el mecanismo es exactamente el mismo, y de nada vale que los estudios digan que los inmigrantes damos más a Austria de lo que Austria nos da a nosotros (lo mismo que no vale de nada demostrar que Cataluña sería un estado económicamente inviable), el cuento del inmigrante/extranjero/refugiado parásito es tan tozudo que no hay manera de desactivarlo.

El objeto de todo este asunto, reducido al mínimo común denominador es convertir el devenir de la historia en una batalla de „nosotros“ contra „ellos“ (naturalmente, la victoria tiene que estar suficientemente lejos para que no parezca inminente y suficientemente cerca como para que merezca la pena luchar por ella).

En Austria, quien se arroga la representación del „nosotros“, de las auténticas esencias patrias inmarchitables es, naturalmente, la ultraderecha. El resto son (somos) „ellos“ (o los partidos austriacos que no son tan nacionalistas tienen siempre sobre ellos la sospecha de ser „unos vendidos“).

Uno de los caballos de batalla de la ultraderecha desde, por lo menos, el final de la primera guerra mundial han sido las minorías presentes en Austria. Particularmente la minoría de habla eslovena presente en Carintia.

Los derechos de esta minoría, lo mismo que los de la minoría croata presente en Burgenland, están reconocidos por la constitución austriaca.

Entre ellos, el derecho a utilizar su propia lengua y a llamar a los pueblos con placas en las que el nombre del lugar esté escrito en los dos idiomas. La constitución austriaca data de poco después del final de la última guerra mundial, sin embargo, hasta que la ultraderecha no fue relevada del poder por la actual coalición a tres (ÖVP, SPÖ y Die Grünen) no se alcanzó el acuerdo que permitió poner fin a la llamada „guerra de las placas“ (por las que señalan los nombres de los lugares).

Sin embargo, esta semana y de manera un tanto imprevista, ha estallado otra guerra que demuestra hasta qué punto la propaganda, es tan difícil de eliminar del inconsciente colectivo como el pegajoso chapapote de las playas gallegas.

Se avecina una reforma de la constitución del Land de Carintia y tanto SPÖ como Die Grünen han propuesto que en la ley fundamental de Carintia, que está subordinada, naturalmente a la constitución austriaca, se incluya una mención a la minoría eslovena. El Partido Popular austriaco se ha negado en rotundo a que eso sea así y ha amenazado con dejar caer la coalición que hace gobernable, hoy por hoy, Carintia.

Preguntado el jefe del Partido Popular carintio y presidente de Carintia, Sr. Christian Benger, a propósito de las razones de su negativa, la verdad es que ha dado pocas, por no decir ninguna; ha acudido, eso sí, al „nosotros“ contra „ellos“ y ha desautorizado cualquier opinión proveniente de fuera de Carintia intentando explicar que la relación de los austriacos „de verdad“ con los componentes de la minoria de lengua eslovena es un asunto „muy emocional“ en Carintia.

Naturalmente, lo que Berger quería decir es que reconocer los derechos, la mera presencia como sujeto político, de la minoría eslovena, sería como cerrar una historia que lleva más de un siglo coleando (ya lo explicamos aquí en 2011, en ocasión semejante).


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