Austria second

Si el sentido del humor es el indicio más seguro de la presencia de la inteligencia, quizá también se pueda afirmar lo contrario.

15 de Febrero.- La Regenta, de Clarín, es una de las cumbres de la literatura universal. En mi opinión, una novela muy superior, mucho más sólida, que Ana Karenina de Tolstoi. En la obra del ruso, los personajes, particularmente la protagonista, hacen agua psicológicamente por todas partes. En cambio el retrato de Clarín es exquisito y tan humano que consigue que, a pesar de que las pasiones que agitan a Don Álvaro Mesía, a Ana Ozores y a Don Fermín de Pas, estén muy alejadas de las de una persona del siglo XXI, el lector se haga cargo de las tensiones por las que pasan los personajes y se compadezca de ellos (en el sentido más etimológico del término).

De entre todos los tipos deliciosos que pueblan la ya de por sí deliciosa galería de secundarios de La Regenta, uno de los más graciosos es Trabuco. Ese hombre que quiere ser culto y refinado, pero que no da más de sí. Y como no da más de sí, se complace en ir “a lo seguro” y lo seguro, en aquella España de la Restauración eran la sacristía, el nacionalismo cuartelero y el pasar cada día con cuatro tópicos mal digeridos (por ejemplo, para ponderar la belleza de Ana Ozores dice que es “la venus del Nilo”). Naturalmente, Trabuco se enfadaba cuando le hacían ver que la venus era “de Milo”, el escultor y pensaba que podía cambiar la historia a base de empeñarse en “sostenella y no enmendalla”. Un caso de postverdad avant la lettre, o sea.

Una de las (poquísimas) cosas buenas que tiene el que Trabuco esté sentado en el despacho oval de Guasintón es que ha actuado como un revulsivo para el humor y la sana alegría de vivir. En este marco, una de las iniciativas más desternillantes es “Every second counts”. La conocerán mis lectores. Se trata de, a imagen de los holandeses, hacer un vídeo cómico-sarcástico, en relación con uno de los eslóganes más imbéciles y más dañinos de la campaña de Donald Trump ese de “America First”.

Como digo, empezaron los holandeses y lo clavaron; y la iniciativa, como cualquiera que tenga acceso a YouTube puede ver, se ha ido extendiendo. En Austria los encargados de hacer el vídeo (y de hacerlo muy bien y con la dosis de mala leche que la idea pide a gritos) han sido Sternmann y Grissemann, los presentadores de Wilkommen Österreich. Este es el vídeo.

Como en él, bajo el manto del humor (de un humor negro oscuro) se dicen verdades como puños, algunas personas (Donald Trump, desgraciadamente, no es el único Trabuco que hay por el mundo) se han sentido ofendidas. Vaya por Dios.

La ideología de Sternmann y Grissemann no es ningún secreto a estas alturas y en el vídeo se despachan a gusto contra la parte de Austria que no les gusta . Empezando por el Red Bull, siguiendo con Felix Baumgartner (ese “deportista” del que a veces se puede llegar a pensar que el aire enrarecido de la estratosfera le provocó graves desperfectos en la actividad neuronal) y terminando con el FPÖ. Felix Baumgartner ya ha intentado desquitarse diciendo que S&G son dos humoristas sin gracia (el pobre); Strache ha dicho que el vídeo es “una basura sin nivel” y, por último, el Team Stronach ha llevado el asunto al parlamento y ha preguntado al Gobierno si tenía conocimiento del vídeo (¡!) para, después, quejarse de su contenido y de la imagen negativa (¡!) que el vídeo presenta de Austria (los del Team Stronach no han subido nunca, que se sepa, a la estratosfera, pero se conoce que no abren mucho las ventanas de los despachos y claro, la cantidad de oxígeno presente en el aire termina siendo la misma que en la cumbre del Everest).

Aysss…


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Comentarios

Una respuesta a «Austria second»

  1. Avatar de Primo N.
    Primo N.

    Times are a’changing, primo, y cómo! No hace mucho el humor era un gaje del oficio que los políticos con menos cintura toleraban (unos a regañadientes y otros con resignación y una mueca congelada) y los más hábiles usaban para ganar votos mostrando esa campechanía que tanto gusta ver en los líderes (viste de Armani y tiene un sueldazo, pero ¡mira como disfruta de unos huevos fritos con chorizo como cualquier currela!) y que el Rey Juán Carlos dominó como pocos (es que en el fondo son como nosotros).

    Recuerdo, por ejemplo, como Aznar no podía dejar de parecer enfadado con el mundo cuando le intentaban arrancar una declaración en “Caiga quien Caiga,” y como Strache se dejó caer por “Wir Sind Kaiser” para hablar de su libro y salió escaldado sin poder hablar de su libro en ningún momento. El humor, la sátira era entendida como parte de un juego que también podía proporcionar réditos políticos. Strache entendió que era peor no dejarse ver en un programa de máxima audiencia que hacer el ridículo en él.

    Pero ahora los Trabucos de turno, en el poder o a sus puertas y embriagados por su aroma, quieren ser tomados en serio porque entienden que el poder les da la razón en todo y la crítica o la mofa no son sino pataletas de mal perdedor. Ahora les toca hablar a ellos y a los demás, callar.

    Lo que me preocupa es que esta repentina seriedad, esta falta de tolerancia hacia la crítica o el humor, esta tendencia a eliminar de nuestro campo de visión lo que no nos gusta o cuadra con nuestra visión del mundo está empezando a ganar terreno, a impregnar cada vez más el debate público, el político especialmente, convertido en un mitin en el que cada partido habla sólo para su galeria.

    Somos espectadores de un combate entre relatos del mundo en el que no se quiere conceder ni un centímetro al enemigo: aquellos que defienden los beneficios de la globalización y un mundo sin fronteras (y cierran los ojos a sus consecuencias, víctimas, y daños colaterales) y aquellos que defienden un regreso al paraíso perdido de las fronteras nacionales y la pureza de la raza (y no ven los beneficios que ha traído un mundo globalizado).

    El problema de los primeros es la altanería, el creerse en posesión de la verdad y moralmente superiores por los valores en los que dicen creer (lo cual torna a los que no son de su cuerda en paletos, ignorantes y moralmente inferiores). El problema de los segundos es que, por sentirse agraviados (si eres pobre es porque quieres o porque tu actitud no es lo bastante positiva), e ignorados, por estar fuera del reparto de esa tarta que la publicidad les muestra y porque la maravillosa globalización no les ha traído sino desempleo, precariedad, menos servicios, más competencia en el mercado de trabajo y por tanto más miedo al futuro, optan por los mesías de las soluciones fáciles: retornos al pasado, perros atados con longanizas

    El mundo parece estar inclinándose del lado de los vocingleros representantes de los segundos, que, aunque no son más que unos mastuerzos oportunistas que poco o nada tienen que ver con los votantes a los que representan, ponen de manifiesto el problema que los otros ignoran. Se trata del reparto de los beneficios de la globalización, que está generando y acrecentando la desigualdad.

    Mientras no haya debate y cada cual predique entre sus acólitos, todo seguirá igual. Habrá que prepararse para tiempos más oscuros y por desgracia menos divertidos.

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