Middlesex

En España un grupo fundamentalista ha conseguido cierto eco mediático, en Austria, lentamente, ciertas realidades empiezan a abrirse paso.

1 de Marzo.- En Madrid y Barcelona, un grupo fundamentalista católico ha pagado un autobús con un mensaje publicitario en contra de la transexualidad, y más en concreto de la transexualidad infantil (para informarse bien sobre el tema, pinchar aquí y ver el estupendo documental “El sexo sentido” producido por Televisión Española).

Dejando aparte que es una manera de tirar el dinero como cualquier otra, en estas ocasiones uno no tiene más remedio que preguntarse qué necesidad hay, sobre todo por parte de personas que se dicen magnánimas y presumen de hacer el bien, de humillar de forma completamente gratuita a otros cuya vida es ya de por sí durísima.

Personalmente, he conocido solo a una persona transexual en mi vida (virtualmente, a más) y me parece admirable que resistan todo lo que resisten, empezando por las ganas de salvarles de bobos (asumamos que son bobos, y no malos) como estos del autobús y terminando por la falta de flexibilidad de las instituciones que les condenan a un auténtico calvario burocrático y médico que acabaría con la salud mental de gente menos fuerte que ellos.

Quienes les obstaculizan o les dicen que están mal de la cabeza, no entienden (o no saben, que es peor) que la sexualidad humana es una cosa muy compleja (quizá sea porque quienes les proporcionan la munición ideológica no tienen ninguna experiencia práctica del asunto, que es un poco como si a mí, que no tengo carné de conducir, me diera por vender coches). Yo siempre pongo el mismo ejemplo: cuando mi madre era niña, las monjas (pobres mujeres, víctimas ellas también) le ataban la mano izquierda a las niñas zurdas para que aprendieran a escribir con la derecha, y pensaban que les hacían un favor. Hoy sabemos que es una barbaridad. Pues con esto, igual.

Que los del autobús son unos ignorantes demasiado atrevidos y que a veces no es tan fácil decirle a la gente si es un chico o una chica lo prueba, por ejemplo, un reportaje muy bueno que emitió la ORF hace unas semanas en su programa Thema y que quizá alguno de mis lectores residentes en Austria vio(lamentablemente, dado que la ORF es como es, no se puede enlazar)

Se trataba de las personas intersexuales.

Es relativamente frecuente que haya personas que nazcan con unos genitales que no permiten saber si son de sexo masculino o femenino. El procedimiento estándar hasta el día de hoy es tirar un poco por la calle de en medio. O sea: “Venga aquí, enfermera Rottenhausen, mírele a este bebé la entrepierna ¿A qué se le parece usted esto? Pues doctor Stinkhoffer, me parece que esto es una niña”. Y entonces el doctor mojaba la punta del boli con la punta de la lengua y escribía “Mädchen”. Los padres, acojonaditos perdidos (¿Alguien se acuerda de lo que era, hace cuarenta años, traer a un niño al mundo con síndrome de Down?) criaban a su criatura como una niña. La vestían de niña, aunque su “hija” se negara en redondo “papá ¡Soy un niño, qué porras haces haciéndome trenzas!” (señores del autobús, lean y gasten el dinero en cosas más útiles) y, a los catorce años, se demostraba que la “niña” que se había sentido “niño” tenía razón (¿Por qué se les niega este derecho a los niños transexuales, cuando es exactamente lo mismo? !Qué joroña de gente!).

A veces, como sucedía con una persona que salía en el reportaje, los intersexuales no se sienten ni totalmente hombres ni totalmente mujeres (aun cuando su genitalidad haya sido cambiada quirúrgicamente para ser una cosa u otra) y hay personas que se sienten miembros de un tercer sexo, ilegal en Austria, pero legal en otros países (países que, en contra de todo pronóstico, no se han sumergido en la anarquía ni se obliga a nadie a practicar la zoofilia).

Casos como estos, que se alejan hacia los extremos de la campana de Gauss, demuestran hasta qué punto la identidad, los roles asignados a hombres y a mujeres, son en gran parte un constructo cultural; constructo que quizá, en otras épocas de la Humanidad, pudo ser una herramienta útil para moverse por el mundo pero que, o bien está obsoleto o, mejor, no debería serle impuesto a nadie (¿Usted quiere ir disfrazada de Ivanna Trump, la muñeca que no puede parpadear? Pues perfecto ¿Quiere usted ser Gloria Fuertes? –qué pena, Gloria, hija, que nadie se acuerde de tu centenario- pues perfecto también; chacun son gout).

En estos casos, lo mejor es no taparse los ojos con dogmas y escuchar, escuchar a esa gente que lo único que quiere es que le dejen vivir en su trozo del mundo, tranquilamente, como todos nosotros ¿Es tan difícil? Parece que para alguna gente, sí. Por desgracia.


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