El olor de la sangre

Internet nos ha abierto las puertas del mundo, pero también nos ha convertido en blancos móviles a disposición de cualquier imbécil (o imbéciles).

13 de Marzo.- La llegada de internet ha transformado a toda la Humanidad de una manera irreversible, del mismo modo pero mucho más rápidamente de lo que lo hizo la imprenta.

Gutenberg empezó a experimentar con tipos móviles hacia 1450 y en 1517, cuando Lutero publicó sus 95 tesis y cambió para siempre la faz de Europa, pudo hacerlo porque cabalgaba en una ola de libros impresos y sobre todo, muy baratos. La información (o la opinión) no solo estaba ahí, sino que era accesible a un número de personas que se había multiplicado exponencialmente.

Un fenómeno idéntico se ha producido desde que, a mediados de los noventa del siglo pasado, internet empezó a generalizarse. Entre la invención de los tipos móviles y las tesis de Lutero pasaron 67 años. Entre la generalización de internet y este mundo que reacciona a golpe de “Qué estás pensando?” de Facebook, apenas veinte.

Los que nacimos, crecimos y fuimos alfabetizados en el mundo antiguo (o sea, una gran mayoría de las personas que están leyendo este artículo) tenemos aún problemas para manejarnos en la nueva realidad, porque estamos acostumbrados a que, hasta hace poco, el radio de acción de las opiniones, por muy tontas que fueran, aún tenía escala humana, y el individuo que expresaba algo podía defenderse de las acusaciones de igual a igual o, por lo menos, ignorar a los pelmazos. Ahora, sobre todo a poco que se sea una persona un pelín popular, defenderse es prácticamente imposible y quien más quien menos corre el riesgo de perecer socialmente, arrollado por una avalancha de trolls, con lo cual el mundo (por lo menos de momento) se ha hecho un poquito más inhumano.

El domingo anterior al 8 de Marzo, día Internacional de la Mujer, Sephanie Sargnagel, modesta escritora notoriamente izquierdista, que se paga los schnitzels con su sueldo de funcionaria en el ayuntamiento de Klagenfurt y que, para que mis lectores se hagan una composición de lugar (sobre todo los españoles) vendría a ser una especie de Lucía Etxebarría, publicó un artículo más bien normalito escrito a seis manos con otras dos escritoras.

En el artículo, que apareció en el Standard, se hacía un recuento ficticio y jocoserio de un viaje que las tres escritoras habían hecho a Essaouira, en Marruecos, al objeto de escribir sendos libros (aquí, el artículo original fuente de todo el asunto). El viaje con propósitos creativos es el único detalle auténtico de toda la hisotria. Como ayuda, habían recibido 750 Eur por cabeza del Ministerio de Cultura austriaco en forma de las becas correspondientes.

El artículo pasó, como es de justicia dada su calidad (normalita) sin pena ni gloria; hasta que Richard Schmitt, director de la edición para internet del Kronen Zeitung, lo descubrió y decidió glosarlo en una columna suya (para cualquier persona normal, decir Kronen Zeitung ya indica la calidad esperable del producto periodístico, o sea, nula).

De todas maneras, Herr Schmitt (¿Quizá a sabiendas?) en vez de tomar el artículo del Standard como lo que era, o sea, un recuento FICTICIO y HUMORÍSTICO de un viaje a Marrakesch, se lo contó a los lectores del Kronen Zeitung como si todo lo que estuviera escrito en el artículo HUBIERA SIDO VERDAD. Y, según la costumbre de la casa, el titular con el que encabezó su columna de opinión fue un indignado “Sobre un “viaje literario” a Africa con Hachis, Alcohol y tortura de animales pagado por el contribuyente”.

En el artículo, se citaban párrafos del suelto de Stephanie Sargnagel en donde la escritora decía haberse liado algún porrete, , haber ido a la playa con sus amigas en minifalda, sin sujetador y con los labios pintados de rojo al objeto de ligarse a algún morito, pero solo haber cosechado saludos algo cansinos (la escritora utilizaba la expresión “willig” que es una manera de decir “tener ganas de sexo” que, en principio, no es vulgar) y, por último, una de las compañeras de viaje afirmaba haber matado a un gatito.

Fue publicar la noticia en la edición online del Kronen Zeitung y empezar a arder los foros de internet con los sospechosos habituales, que pedían (¿Al aire?) la esterilización forzosa de Sargnagel y su internamiento en un campo de concentración o que se ofrecían como verdugos para ejecutarla (sí: esta gente está ahí fuera y dan todo el miedo del mundo). Sargnagel se defendió bravamente en las redes sociales, pero naturalmente llevaba las de perder, porque los atacantes eran muchísimos más (a pesar de que, vista la campaña de desprestigio, hubo multitud de personas, mujeres fundamentalmente, que se solidarizaron con Sargnagel).

El Kronen Zeitung, medio que no es precisamente famoso por sus escrúpulos éticos, olió sangre y vio en el caso Sargnagel una manera de aumentar el tráfico hacia su página web, así que le encargó a un columnista de la edición de Klagenfurt, un tal Fritz Kimesweger, otro artículo sobre la cuestión. Kimesweger llamó a la autora “escritora fecal” y después dijo algo así como que “si estaba cachonda, aquí tenían los lectores la dirección de Sargnagel, para que quien quisiera fuera a satisfacerla” (sí: esta gente está ahí fuera y da todo el miedo del mundo). La redacción del Kronen Zeitung ha intentado luego arreglarlo diciendo que Kimesweger, cuya conducta es de todo punto inaceptable, solo estaba imitando “el vocabulario de la autora”.

Lo más gordo es que los sospechosos habituales empezaron a denunciar a Facebook la página de Sargnagel, hasta que Facebook se la cerró (ya la ha vuelto a abrir). Lo bueno de todo esto, si es que tiene algo bueno, es que la escritora ha compuesto una pieza teatral con todo lo que le ha pasado, que se estrenará próximamente en Viena. Todo sea por el arte.


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