Con pelos y dientes

Con la edad, uno aprende a leer en los físicos ajenos. Los pelos y los dientes dicen tanto y tanto de la gente…

16 de Marzo.- Cuando uno se va haciendo mayor, se va fijando en las cosas que le van faltando con un poco de vergüenza, como si fuera culpa suya el haberlas perdido.

Yo me fijo mucho en los dientes y en el pelo de la gente. Más en los dientes, las cosas como son, porque como fui el primogénito de mi familia, cuando me fabricaron mis padres, de recién casados, andaban cortos de presupuesto y utilizaron los materiales que tenían más a mano, de resultas de lo cual, lo que ellos no se gastaron originalmente en mis piños, lo llevo yo gastado en dentistas durante todos estos años.

Esto de los dientes, o sea, los esfuerzos para mantenerlos en estado de revista y, sobre todo, que no me duelan, me ha dado muchas satisfacciones en lo personal, porque he tenido la suerte de conocer a grandes profesionales que, después de haberse pagado chalets y yates que tienen atracados en la Costa Azul a cuenta de mis peripecias endodóncicas, luego se han hecho mis amigos, de manera que tengo un escogido equipo de dentistas al que, de vez en cuando voy a visitar y no solo a su consulta, también a sus domicilios (creo recordar que hace ya más de tresmil artículos, cómo pasa el tiempo, relaté en este mismo espacio cuando fui a ver por primera vez a la doctora B. y, siguiendo una costumbre local, se ofreció a taladrarme una pieza dental sin utilizar anestesia –vamos, sin utilizarla en mí– y yo le dije que me sentía muy honrado de que me considerase tan machote pero que no, que gracias, que a pesar de lo que dicen las malas lenguas y los resultados de nuestras elecciones, a los españoles no nos gusta sufrir para nada).

En cuanto al pelo, la verdad es que cero traumas. Yo, de más joven, tenía un pelazo, las cosas como son, pero ahora ya me empieza a clarear, de lo cual se deduce que soy una persona decente, cosa que me alegra. Me he quitado un peso de encima.

En los días de calor y solazo, se pone uno una gorra –mi preferida es una que me compré en Barcelona- en los días de frío, se pone uno un gorro –que también los hay bonitos- y apañada está la cosa. Por no hablar de lo que uno se ahorra en champús y acondicionadores y gaitas. Jamás me pondré un peluquín, como Fred Astaire, que los tenía a cientos, o implantes, que hacen que parezcas Chuki el muñeco diabólico, o una plantación de eucaliptos vista desde el aire. No, yo seré (ya soy) un calvo sexi. Me gustará que me den besitos en mi frente, que se extenderá un día desde el entrecejo a la nuca.

Digo que soy una persona decente porque, si mis lectores se fijan, en esta plaga de malas personas que nos aflige últimamente, todos presumen de pelazo, de lo cual se deduce que tiene que haber una relación.

Sin ir más lejos, el holandés que ayer perdió, que no se sabe de qué tiene más cara, si de malo de Batman o de malo de Jarri Póter.

El pelo también debe de tener un poder hipnótico, porque a pesar de que se ve a la legua que el tío es un psicópata, como Donald Trump (que también presume de pelazo) a casi un millón de ciudadanos holandeses con derecho a voto, dicha evidencia les chupa un pie y van, se ponen, y le votan. Afortunadamente, le votan menos de lo necesario para que él pueda seguir haciendo el mal, pero le votan. Misterios del alma humana. Iker Jiménez, qué haces que no lo estás investigando.

En Austria, Strache también tiene mucho pelo, aunque la parte que le queda debajo del cuero cabelludo, o sea, la cara, cada vez esté más abotargada (el matrimonio no le ha sentado bien, o los años, que no pasan en balde incluso para las eternas promesas de la política). Boris Johnson, el artífice del Brexit, también tiene una relación peculiar con los peines (es inglés, podría disculpársele) y Marine Le Pen aunque tiene el pelo relamido y eso, es un poco como la Reina Sofía, otra mujer aun peinado pegada. Solo que no se tiene noticia de que el pelo de la Reina jubilada haya tenido alguna vez un movimiento natural (lacas Nelly, ayudando siempre a la mujer moderna) mientras que, sin embargo, el pelo de Marine se mueve como la melena de Rafaella Carrá cuando cantaba lo de explota explótame expló cada vez que hace algún comentario racista o xenófobo o histérica, invoca la esa abstracción de la familia tradicional y otras idioteces semejantes

La victoria de VdB y la de Rutte pueden verse así también, no ya como “balones de oxígeno” para la Unión Europea, sino como una victoria del buen pelo, el pelo natural, contra el pelo presuntuoso o el pelo de tormenta. El pelo humilde, civilizado, laico, ilustrado (particularmente el de VdB) contra las peliteñidas del lado oscuro de la fuerza.


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