!Ay ay ay! !Aua aua aua! Paquito undercover en la seguridad social (1)

¿Dos días sin post de Viena Directo? Qué ha pasado. Pues una cosa muy aparatosa. Cualquier sacrificio es poco por mis lectores, por eso la cuento.

19 de Marzo.- Hoy hará tres días que colgué el último post de Viena Directo, y me perdonarán mis lectores la ausencia, que para lo que aquí se estila ha sido larga, pero es que, como ningún sacrificio es poco para mí a la hora de informar a mis lectores de hasta el último detalle de la vida en Austria, el viernes, implicándome al máximo en lo que puede considerarse periodismo de investigación, sufrí un cólico nefrítico y me tuvieron que hospitalizar.

Naturalmente, dadas las circunstancias, se comprenderá que no me dio tiempo a avisar de que, por el momento, los posts de Viena Directo quedarían interrumpidos, pero por otro lado también fue una oportunidad de oro para experimentar, en mis propias carnes como si dijéramos, cómo funciona de verdad un campo que, hasta el momento (afortunadamente) yo ignoraba: el de la seguridad social austriaca.

La cosa fue así: di que, como la previsión del tiempo para Austria era fantástica el viernes, decidí (gracias a Dios) cogerme un día libre en el trabajo -trabajo en Viena- e irme a Burgenland, en donde paso los fines de semana.

Estuve toda la mañana trabajando en el jardín, disfrutando del sol que hacía y de la temperatura primaveral.

A medio día, decidí que la mañana había sido muy productiva, y que me merecía hacer un receso y comer algo (si lo llego a saber…). Total: que me hice una comida sana y rápida: una tostada con aguacate.

Mientras hacía la digestión, encendí el ordenador con la intención de escribir el post del día pero, como todavía tenía tiempo, no lo hice inmediatamente, sino que me puse a copiar el libro que escribí durante mi viaje a Ucrania y que me he propuesto terminar en las próximas dos semanas.

En estas estaba cuando empezó a dolerme mucho la espalda.

Al principio, lo achaqué a un dolor muscular por haber estado transplantando unos rosales en el jardín, pero en cosa de minuto y medio, el dolor adquirió una intensidad insoportable.

No me dio tiempo ni a apagar el ordenador.

Retorciéndome, desencajado, busqué ayuda y la ayuda llamó por teléfono al médico más cercano, que resultó ser la doctora B., que en aquellos momentos estaba la pobre en su casa también almorzando, con su hija y su nieta. El camino al domicilio de la doctora B. fue, me lo creerán mis lectores, uno de los más angustiosos que he hecho en mi vida. Fuera de mí, me dejé hasta las gafas en casa (yo que no veo un pijo sin ellas).

Conseguí bajarme del coche y, prácticamente a rastras, desesperado, llegué al jardín de la doctora y allí, ente espasmos y convulsiones, deposité la tostada de aguacate entre los parterres de esa santa (pobre mujer), la cual, con total sangre fría, me cogió por los sobacos , me metió en su casa y me tumbó en el sofá de su salón (puso cerca un cubo de plástico, por si a mí me quedaba algo en el estómago, porque ella es una santa, pero previsora, claro).

Inmediatamente, me puso una vía y, en la vía, suero para hidratar el riñón, y después, me dijo:

-Paco, atención que te voy a poner una inyección.

Y me puso una, y luego otro calmante (sería calmante) en la solución salina.

Yo sudaba (esto, como en el soneto de Quevedo, „quien lo probó, lo sabe“) y una color se me iba y otra se me venía.

-Paco ¿Cede el dolor?

Y yo gemía. O sea, que no.

-Pues esto es lo que puedo hacer por ti, así que vamos a llamar a una ambulancia y que te lleven al hospital.

Me tomó los datos (nombre, fecha de nacimiento) y con esto llamó a la ambulancia, que se presentó inmediatamente.

Vinieron dos chavales amabilísimos (lástima que no pueda saber sus nombres, para decirlos públicamente) me sentaron en una silla de ruedas y me bajaron a la ambulancia. En la ambulancia, me tumbaron en la camilla y me llevaron al hospital más próximo, que resultó ser uno a escasos diez minutos en coche de la frontera con Eslovaquia.

Allí, me recibió la doctora de Urgencias, una muchacha muy decidida que me preguntó qué me pasaba y me tomó los primeros datos. Me hicieron un análisis de sangre („cuidado, que le voy a sacar sangre, escuece un poquito“, me dijo la pobre y con lo que yo llevaba en los riñones, la verdad es que ni noté el pinchazo). La cosa fue que no podían hacer los trámites para el ingreso, porque !Ay madre! La base de datos se había quedado colgada.

Ahí fue lo bueno, porque en este hospital y, en general, en esta parte de Austria, no debe de haber demasiados españoles. Total, que para abreviar el trámite lo más posible, y dado que yo iba indocumentado (de verdad: llevaba encima nada más que la chaqueta de un chándal, el pantalón de lo mismo, los calzoncillos y los calcetines) les pedí papel y lápiz y les escribí mi nombre (ya saben mis lectores que los austriacos se forman un poco de taco con los apellidos dobles nuestros).

Allí, me hicieron una ecografía en donde se notó que tenía síntomas compatibles con un cólico nefrítico y luego, me llevaron a hacerme un TAC (Tomografía Axial Computerizada). A esta prueba me llevó por un pasillo cortito (el hospital este es pequeño) un celador también muy simpático, de unos cincuenta años. Una persona de esas que te infunde calma nada más mirarle.

-¿Cómo va usted?

Y yo:

-Ay ay ay uy uy uy.

Y él:

-Es que un cólico al riñón es muy fastidiao.

Y yo:

-Uy uy uy ay ay auuuaaaa!!!

Total, que llegamos al TAC -!El primero de mi vida!- que se hace en una máquina como de Star Trek -la moderna-. Una especie de rosca blanca.

-Va a tenerse que esperar un momento, que la radióloga está…-el resto se perdió en un nuevo espasmo del dolor.

Por suerte, llegó la radióloga muy pronto, que me estuvo explicando que el TAC era una prueba muy exacta pero que era su obligación informarme de que suponía una cierta carga radioactiva. Y yo pensaba „Señora, es usted un sol, pero de verdad no se enrolle más, que yo lo entiendo, que usted no me va a asar aquí a la parrilla, y aunque me asase y me dejase como a uno de Chernobyl, yo lo que quiero es que se me quite este dolor“.

Pero claro, tantos años viviendo ya en Austria, lo aguanté todo estoicamente (solo hacía uy uy uy y aua aua aua, pero más bajito). Tras la explicación vino un papel que firmé y ahi empezó la cosa.

Me dijeron que pusiera los brazos debajo de la nuca y ahí -llevaba el riñón inflamado, claro, el atasco de la piedra- fue Troya. Duró poco la cuestión y ya me subieron a la habitación.

Me dieron un supositorio (calmante, también) que no me hizo nada. En esto llevaba yo ya más de tres cuartos de hora de parto. Entonces vino la médico de urgencias que, amabilísima, me preguntó qué tal estaba y si me seguía doliendo. Y yo debí mirarla como deben de mirar los toros antes de que se los lleven las mulillas. Acto seguido vino una enfermera con una jeringuilla salvadora.

-Es morfina -me dijo. Y yo pensé „jopeta, qué bestias, cómo se las gastan aquí“ -¿Dónde quiere que se la ponga, en la tripa o en el muslo?

Y entonces me acordé de mi pobre abuela María, a la que siempre le ponían la heparina en la tripa y dije:

-En el muslo, póngamela en el muslo.

Y cinco minutos después, estaba soñando con los angelitos.

!Bedita sean las drogas, señora!


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