Epi, Blas y Sebastian

Todos queremos mucho a los austriacos, pero tienen sus cosas, hay que reconocerlo. Una es el no querer bajarse del burro de los prejuicios.

21 de Marzo.- Este año hará trece que vivo en Austria. Durante todos estos años, he aprendido a hacer de lo que, en origen, fue un matrimonio de conveniencia, un matrimonio por amor. Y creo que lo he conseguido. Todo amor maduro pasa por conocer y aceptar no solo las virtudes del objeto de ese amor sino, naturalmente, sus defectos.

Los austriacos son una gente maravillosa pero tengo que decir también que, en más casos de los que a mí me gustaría admitir, y aunque parezca sorprendente, tienen una parte cerril, que es irreductible a la lógica y que, a lo largo de la Historia se ha manifestado de diferentes modos pero que podría reducirse a un miedo a que se aprovechen de ellos de alguna manera que ellos no sean capaces de percibir. Es un poco como un episodio de Epi y Blas, en Barrio Sésamo, pero a escala social. El principio es siempre el mismo:

EPI -Alguien más listo que yo se está aprovechando de mí.

BLAS -¿Cómo?

EPI -No lo sé, pero lo está haciendo. Y me jode mucho, tengo que acabar con esta situación inaceptable.

BLAS -Pero ¿Quién lo hace? ¿Quién se está aprovechando de ti?

EPI -No lo sé ¿Quiénes son los más listos, quiénes son los que mejor viven?

Durante una gran parte del siglo XIX y principios del XX, el Epi austriaco reaccionó con el antisemitismo y algunas formas de xenofobia, hábilmente manejada por políticos tan dudosos como el alcalde de Viena Karl Lueger (por ejemplo, la xenofobia que, durante la industrialización, se manifestó contra los obreros procedentes de las partes más pobres del Imperio, como Bohemia, que venían a Viena a trabajar en las fábricas, de los cuales se contaban todo tipo de leyendas con objeto de desprestigiarles) y hoy en día se manifiesta en la xenofobia que utiliza FPÖ. Aunque, como ahora veremos, ya no solo el FPÖ (lamentablemente).

Esta xenofobia se basa fundamentalmente en un mito, que flota en el inconsciente colectivo de todos los Epis austriacos, que es el del extranjero que se aprovecha del sistema y vive a costa de él sin trabajar.

Este mito adopta diferentes formas, dependiendo de quién lo utilice y de a quien le interese utilizarlo. Por ejemplo, la forma de los turcos que conciben a las mujeres como máquinas de parir hijos y que, por ello, se dan la vida padre (nunca mejor dicho) a base de las ayudas de la natalidad que da el Estado austriaco. También está el mito de las aldeas enteras de Rumanía, de Bulgaria, de Chequia y de Eslovaquia, que viven del sistema social austriaco a través del Kindergeld.

Son unos mitos que son totalmente ajenos a la verdad de las cifras, porque están tan firmemente enraizados en la mente austriaca y hay tantos austriacos dispuestos a creerlos, y medios de comunicación como el Kronen Zeitung los retroalimentan de tal modo, que no hay forma de desmontarlos y están ahí, dispuestos a que cualquiera pueda utilizarlos de manera interesada para llevar el agua a su molino.

Por ejemplo, Sebastian Kurz, el “Menistro” de Asuntos Exteriores de Esta Pequeña República acudió el domingo a la tele pública a un programa en el que los políticos contestan a preguntas de periodistas y que por eso se llama Pressestunde.

Entre otras cosas, Kurz se manifestó en el sentido de que él sería partidario de que los ciudadanos de la Unión no tuvieran derecho a ayudas sociales sino hasta pasados cinco años de residir en Austria y dijo algo que no cabe interpretar más que como una cínica señal a todos los Epis que le estaban escuchando:

-…Porque no hay que confundir la libertad de trabajar en cualquier parte de la Unión con la libertad de elegir el mejor sistema social…

Sebastian KurzPor supuesto, en la mente de los Epis que le estaban escuchando se dibujó la imagen de todos los extranjeros comunitarios, supuestamente una multitud, que saqueamos las arcas públicas austriacas ¿Qué hay de verdad en eso? La verdad es que no hay más cifras que las del AMS, el servicio público de empleo austriaco y no muy concretas, pero dejan entrever que lo que dijo Sebastian Kurz es una idiotez que podríamos excusar por el escaso contacto que un chaval que recibió su primer coche oficial a los veinticinco años tiene con el mundo real.

En Viena, capital de Austria, por ejemplo, hay actualmente unos 190.000 perceptores de las ayudas que Kurz quiere “recortar”, de ellos unos 17.000 son comunitarios residentes en Austria. El resto, austriacos. Mediante un sencillo cálculo se puede saber que representan menos de un diez por ciento de los perceptores. Muy lejos de la inmensa mayoría que parece sugerir el “Menistro” y, de ellos, habría que decir que solo una parte muy pequeña estarían cobrando fraudulentamente.

Por otro lado, en el estado actual de la legislación europea, la pretensión de Kurz es imposible (ya veríamos mañana) sin recortar también los derechos de los austriacos.

Para terminar como empecé quisiera también decir otra cosa: concibo mi experiencia en Austria como un examen de la población del país tomada al azar, y trato de ver a los austriacos de la manera más objetiva posible. Pues bien: en casi trece años que llevo viviendo aquí, sin excepción, todas las personas que he conocido que viven a costa del sistema, del modo en que a Sebastian Kurz le preocupa tanto, eran austriacos. Lo que pasa es que, aunque lo dijera el Kronen Zeitung, nadie lo iba a creer. Y es lástima que así sea.


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