Colección particular

Todavía quedan algunas fechas libres en este mes de abril. Quién sabe, quizá también tú formes parte alguna vez de mi “colección particular”.

2 de Abril.- Una de las cosas que el avance de la tecnología nos ha quitado (quién sabe si para bien) es ese cosquilleo que se siente cuando uno ve una fotografía que ha hecho impresa en papel.

A y EDesde que hago fotos, yo tengo la costumbre de imprimir (y a veces enmarcar) aquellas fotos de cada sesión que quedan más bonitas o aquellas de las que estoy más satisfecho. Es mi colección particular y tengo los cuadros a la vista, mientras trabajo editando fotos. Es muy reconfortante levantar la vista de la pantalla del ordenador y encontrarse con imágenes bellas que uno ha contribuido a crear.

El camino de una imagen hermosa empieza en el mismo momento en el que el modelo llega al estudio. Personalmente, reconozco que una de las cosas que más me gustan de hacer fotos a gente es que, gracias a ello, tengo la posibilidad de charlar con las personas a las que retrato. Hacerle una foto a alguien es, ante todo, decir algo de esa persona y no se puede decir lo que no se sabe. Es por eso que yo prefiero tomarme unos minutos en hablar con mis clientes. Esto tiene la ventaja de que la persona se relaja y luego es más espontánea posando (y las fotos, naturalmente, salen muchísimo mejor).

Procuro recibir a la gente con las luces encendidas, para que vayan perdiendo miedo. Tengo tres focos y son muy grandes (naturalmente, tienen sus softbox, que son unas cajas translúcidas que sirven para que la luz salga tamizada). Yo utilizo normalmente luces fijas. Supongo que es porque yo empecé a hacer fotos para Viena Directo, en la calle, y en esas condiciones uno es todo el rato consciente de lo que pasa delante de uno y de lo que está fotografiando. El flash, en mi opinión, da más luz, pero con él se pierde también una cierta espontaneidad, porque obliga a ver qué es lo que ha pasado durante ese relámpago de luz que ciega tanto al modelo como al fotógrafo (naturalmente, sé que la mayoría de los fotógrafos trabajan con dos o más flashes, pero yo personalmente no soy muy partidario). Por no hablar de que el relampagueo contínuo es bastante enervante.

Tras tres cuartos de hora o una hora, que es lo que viene durando una sesión normal, el modelo se va a su casa y yo quito la música (me gusta trabajar con música) y me quedo recogiendo. Si la sesión ha sido fructífera, como suele ser, me siento en el suelo del estudio, solo y en silencio, agradablemente cansado (porque hacer una sesión aunque parezca lo contrario, tiene algo de cosa deportiva) y me pongo a ver los brutos. Ahí aprovecho también para borrar algunas fotos malas, pero también, generalmente, para maravillarme de lo que la cámara ha visto en la persona que tenía yo delante y que, probablemente, se nos ha escapado a los dos mientras hacíamos las fotos. También me regocijo por anticipado con lo que sé que serán los resultados y empiezo a editarlas en mi cabeza.

franky -11aTambién sucede que, de vez en cuando, me entra un poco de miedo, lo que podríamos llamar cierto complejo de impostor ¿Cómo voy a conseguir que las fotos que he hecho, el magma de material que sale de una hora dándole al disparador -a veces setecientas imagenes o más- se transformen en lo que yo pienso que son fotos de primera calidad -no me conformo con menos-? En ese momento, de pasar revista, por la pequeña pantalla de la cámara, a la sesión, también suele aparecer una foto que es LA foto, la que va a definir el tono de la colección (también suele ser una de las que, al final, imprimo para mí).

Cuando me siento delante del ordenador, generalmente vuelco todos los archivos de una vez en el programa que utilizo para editar. Hago una primera criba, que me sirve para eliminar entre un sesenta y un setenta por ciento de las imágenes y quedarme con las que de verdad tienen posibilidades. Después, hago una segunda criba y entonces ya me quedo con la tanda final, las que voy a retocar, que suelen ser, de una sesión de una hora, entre cuarenta y cincuenta.

franky -20aUna vez tengo esto, para no aburrirme, procuro no seguir un orden cronológico determinado. A veces empiezo por el final, luego salto al principio y luego vuelvo al final. Establezco cuatro o cinco looks determinados y luego sigo hasta completar la serie. Cada foto me viene a durar una media hora más o menos, dependiendo de la dificultad del retoque. Hay que igualar el tono de la piel, potenciar los ojos, si la persona los tiene bonitos (por ejemplo, a los ojos azules o verdes hay que prestarles atención), hay que borrar granos o cicatrices, algunas marcas que, al natural, no se observan, pero que el ojo implacable de la cámara ve, como pequeños agujeros de piercings que el interesado ya no usa, por ejemplo, o en algunos casos esa cicatriz que ha dejado un rasguño cualquiera de la vida diaria. Yo no soy partidario de los „photoshopeados“ salvajes, porque hay gente que se pasa. Yo soy de la opinión de que un buen retoque debe ser exactamene igual que un buen maquillaje: potencia y saca partido de lo que debe potenciarse pero, en el momento en que se nota, ya está mal.

Por cierto, mi experiencia me dice que las fotos de la segunda sesión suelen salir mejor que las de la primera.

Daniel T, the boxerTodavía quedan algunas fechas libres en abril. Para los lectores de Viena Directo una sesión de fotos de una hora cuesta 199 Euros. El precio incluye, naturalmente, el volcado de toda la sesión más entre cuarenta y cincuenta fotos retocadas como ya he dicho, iguales a las que ilustran este artículo. Para reservar (en estudio o en exterior) no hay más que escribirme un mensaje a vienadirecto(arroba)gmail.com o utilizar el servicio de mensajería de Facebook.


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