Ingles vienesas

Las gitanicas que vendan bragas en los mercadillos de Brasil se habrán quedado sin un argumento de venta. En Austria, hay gente que quiere que pase lo mismo.

11 de Abril.- Una de las tonterías que los seres humanos decimos más a menudo cuando nos queremos meter con algo que no nos gusta de otras personas es que lo que están haciendo “no es natural”.

Las personas homófobas, por ejemplo, acusan a los gays y a las lesbianas de que, cuando se entreacuestan, están violando las normas de la naturaleza. Naturalmente, es un argumento que estas personas utilizan quitándole las partes que no les resultan convenientes. Por ejemplo: todo el mundo sabe que lo natural en las personas miopes es que no veamos tres en un burro (la naturaleza nos ha hecho así) pero los miopes y los astigmatas no dudamos en corregir a la naturaleza que nos ha hecho cegatos poniéndonos gafas o lentillas. O sea, que estamos actuando también “contra natura” (y mucho) y ninguna de estas personas llegaría y me soplaría a mí una gaya por la calle para quitarme las gafas y que mi visión volviera a su defectuoso estadio primigenio, acusándome de ser un pervertido o un guarro por intentar poder leer los carteles del metro.

Con esto quiero decir que en este estadio del siglo, y prácticamente desde siempre, el ser humano ha estado manipulando su propio cuerpo y luchando a brazo partido por mejorar lo que trae de serie. Por una variedad de razones, claro, pero principalmente para vencer los límites que su cuerpo le impone o por aumentar su cotización en “el mercado de la carne” y hacer así que sus genes tengan más posibilidades de perpetuarse o, simplemente, para señalizar ante las parejas sexuales de su gusto que en la cama son unos pumas en celo.

En nuestra órbita cultural, los apasionados del fitness someten a su cuerpo a dietas salvajes a base de proteínas y almidón, y a sesiones de ejercicio que llegan a lo insalubre, para lucir como si les hubieran cogido por el pito y les hubieran inflado como a los flotadores de playa; los tatuajes han dejado hace tiempo de ser una cosa típica de las penitenciarías y de los cuarteles de la legión, para convertirse en complemento coqueto de hombres y mujeres; los hay y las hay que, además, se hacen agujeros por el cuerpo para darle dinero a ganar a los fabricantes de pendientes de acero quirúrgico; en otras culturas, se operan los dientes para separarlos o desordenarlos (Japón), o se ponen discos de arcilla para estirar los lóbulos de las orejas, o se causan heridas superficiales para hacer dibujos con las cicatrices (las escarificaciones). Las morenas, contra natura también, se tiñen de rubias o se tapan las canas (también muy naturales llegados a cierta edad). Las rubias, se oscurecen el pelo. Los calvos se implantan cabello (algunos quedan como Chuky, el muñeco diabólico) y los que llevamos barba nos la recortamos para que no parezca que un accidente náutico nos ha mandado a una isla desierta alejada de las comodidades de la civilización y los científicos nos dicen que, si ya somos poco naturales, lo seremos aún menos en el futuro, cuando las nuevas ramas de la biología permitan ponerse otra nariz como quien se compra unos zapatos nuevos.

En Austria, un mercado en expansión es el de la depilación, otra de las formas más extendidas de hacerle a la naturaleza una pedorreta. Según informan medios locales, los aborígenes creen cada vez menos en aquel axioma que afirmaba que donde hay pelo hay alegría y, por un prurito dizque de higiene que no es más que el querer copiar el ideal estético del porno (rama mainstream, porque porno hay para todos los gustos, con pelo también) se someten a tratamientos, dolorosos en la mayoría de los casos, al objeto de eliminar el vello en todo el cuerpo. Las mujeres, también se hacen la cera en las partes pudendas (las famosas ingles brasileñas), pero los hombres aún confiamos en la Gilette y son pocos, en su mayoría profesionales del striptease, los que acuden a los profesionales para dejarse lampiña la zona de los Pirineos (¿O se decía “Perineos”?).

Asimismo, hombres y mujeres se diferencian también en los tiempos.

Los austriacos se rasuran más en cuanto llega el verano, momento en el cual hay más probabilidades de emular al cantante catalán Raimon e ir con las bolas “al vent” (o sea, que mejor llevarlas lisas como huevos de pascua), mientras que ellas se quitan los peletes durante todas las épocas del año (ya lo decía Antonia San Juan: “la mujer desciende del mono tanto o más que el hombre”).

Los profesionales austriacos del ramo de la depilación no cesan de introducir nuevas técnicas para luchar contra el avance imparable de la naturaleza en nuestros cuerpos y la última es una pasta de azúcar que, según parece, es menos agresiva que la cera. Se lamentan, sin embargo, de que Austria tiene aún mucho que aprender en el asunto de la depilación y sueñan con un estado de cosas como el de Brasil, tierra de promisión en donde los hijos de las esteticiéns están rollizos y gordos y sus madres terminan sus jornadas laborales agotadicas de pasarle el cortacésped a las praderas de innúmeros montes de Venus.

Lo que está claro es que las gitanas que vendan bragas a un euro en los mercadillos de Brasil se habrán quedado sin argumento de venta. En mi infancia decían:

-Vamos, niñas, llevarlas ¡Pa taparos el bosque!

Otro de los daños de la deforestación.


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Comentarios

2 respuestas a «Ingles vienesas»

  1. Avatar de Sandra
    Sandra

    ¡Qué gracioso Paco!,me toca muy de cerca el tema de las selvas amazónicas corporales,y he de decir con conocimiento de causa,que aquí en Austria las podadorad oficiales no tienen mucha idea y es muy caro.Ni en el Salon más Chic de Viena lo consiguen como en España.Siempre tengo la sensación al salir de la sesión de “desplume” que me han podado a medias.

  2. Avatar de Eugenia
    Eugenia

    2 veces fui en Graz a sitios diferentes que se anunciaban como “chic” después de buscar mucho. No tenían ni idea y salí no desplumada sino pelada porque casi me arrancan la piel ???? del precio mejor no acordarse.

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