Huevos benditos, benditos huevos

En estos días se consumen en Austria muchos huevos. Tantos, que quizá merezca la pena hacer una serie de consideraciones al respecto.

16 de Abril.- En estos días, hay una escena que se repite por toda Austria (especialmente, mañana, lunes de Pascua).

En una comida que es el contrapunto primaveral de la de navidad („pascua florida“) las familias, pasado el tiempo de privaciones (autoinfligidas) de la cuaresma, se sientan a la mesa y se ponen como el quico de viandas: en mi casa, jamón cocido, Krenn (esa raíz picante que tienen más vitamina C que los limones) y, por supuesto, huevos duros.

El protocolo para consumirlos, es el siguiente. Se coge el huevo por la parte más gorda, y se choca la parte libre, con un golpe seco, con el contrario. Aquel cuyo huevo queda indemne, gana.

Se repite el ritual o juego hasta que el huevo de uno se rompe y, ya medio pelado, se lo puede uno comer.

Poniéndonos metafóricos, podría decirse que es lo mismo que la política mundial, pero en versión inofensiva y pascual ¿Qué otra cosa hacen todos los días Trump y Putin, o Trump y el de Korea -la mala-? Pues eso: hacer chocar sus huevos (con perdón). El que termina con los huevos averiados, pierde.

Los huevos son de colores, por cierto (los que se comen, de los otros no hay noticias fidedignas). De un tiempo a esta parte, se ha puesto de moda comprarlos ya coloreados en el supermercado, en mi casa, señora, los coloreamos nosotros. En mi casa, y perdón por ponerme de nuevo de ejemplo, presumimos de tener una relación personal con nuestros huevos. Después de colorearlos, los huevos nos quedan mates. Tradicionalmente, en Austria, se le saca brillo a los huevos con un trozo de tocino, que se restriega por la cáscara hasta que se obiente el brillo deseado. Otro episodio de la historia de amor que, ancestralmente, une a los austriacos con las grasas saturadas.

En relación con este aspecto, por cierto, los que hemos nacido en los años setenta, en épocas como esta no podíamos evitar consumir huevos con un poco de prevención. Cuando éramos pequeños, siempre había en la tele una señora con una blusa de lazo y pelo permanentado la cual, con aire serio y experto intentaba convencernos de que abusar de los huevos era una cosa que producía un impacto negativo en el colesterol. Tanto Putin, como Trump, como el de sátrapa de Korea -la mala- no debieron de interiorizar esta prevención contra la sabrosa dádiva de las gallinas y por eso, quizá, le vaya al mundo como le va. Quizá, si en vez de exhibirlos tanto, se preocupasen más de sacarle brillo a sus huevos discretamente, para hacer gala de su poderío „hueval“ más de tarde en tarde, pues todos seríamos mucho más felices y nos ahorraríamos sustos.

En cualquier caso: parece ser que, según los últimos estudios, el consumo de huevos no es ni más ni menos saludable que el de otros alimentos, siempre que se haga con moderación.

De hecho, el que los huevos hagan que aumente el nivel de colesterol parece ser que es un mito y que el nivel de colesterol de la sangre viene de otros muchos factores, por ejemplo la genética. O sea, que el colesterol, con huevos o sin ellos, no se ingiere.

Mientras escribía este artículo me he acordado de que ayer murió la señora más anciana del mundo, la decana de la Humanidad, una mujer que pasaba por ser la última superviviente del siglo XIX. Llegó hasta los 117.

Esta campeona de la supervivencia, cuyo primer amor luchó en la primera guerra mundial, se alimentó durante gran parte de su vida de muy poca carne, muy pocas verduras y, eso sí, tres huevos diarios. Uno cocido y dos crudos. En un año, son 1095 piezas. En 10, 10950. La cifra, si consideramos un siglo, dan mareos. O sea, que si los huevos fueran tan venenosos como nos decían en nuestra infancia, a lo mejor hubiera tardado mucho menos en darle esquinazo a la parca.

En fin: otra cosa que hay que considerar a propósito de los huevos es que, probablemente, los ejemplares que consuman mis lectores si están en Austria, gozarán de bendición eclesiástica. Ayer, en la iglesia, el cura que ofició la misa terminó bendiciéndonos a todos los huevos -con perdón- (y la carne, y los panes). Felices pascuas.


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