Y tú ¿De qué tipo eres?

A lo largo de estos años, me he encontrado con muchos tipos de inmigrantes ¿Te ves reflejado tú en alguno?

15 de Abril.- Las mejores ideas para post se me ocurren o bien mientras estoy haciendo deporte, o en la ducha, después de hacer deporte, o en momentos tontos en los que el „celebro“ va y viene sin demasiado que hacer. Con los años (ya van casi once) he descubierto que este estado de atontamiento no se puede forzar (bueno, mis críticos dirán que no me hace falta, porque bastante „atontao“ estoy ya de natural), y supongo que el hecho de que no se pueda es un punto a favor de los que creen en eso tan vago que es la inspiración.

Pues resulta que hoy he ido a comprar unos limones al supermercado y, cuando estaba en la caja, me he comprado un polo y, después de pagar, he salido a la calle, he saludado al vendedor del Augustin (La Farola, en Madrid) y, con la redecilla de los limonoes en una mano y mordisqueando el polo con parsimonia, he ido andando tranquilamente a casa, demorándome mucho rato más del necesario. En este estado de mirar a las musarañas, he pensado que quizá sería buena idea escribir un artículo sobre los diferentes tipos de inmigrantes que me he encontrado durante estos años. Me atendré necesariamente a los tipos puros, y trataré de explicar sus cualidades con ejemplos españoles (mis lectores latinoamericanos seguramente podrán adaptarlos a sus países).

En primer lugar está el inmigrante negacionista. O sea, el que llega a Austria y, casi desde que se baja de la escalerilla del avión se niega a aceptar que ya no está en su país de origen. Es el típico español que sigue comiendo a las tres de la tarde, que se pasa el día buscando maneras de estar solamente con otros españoles, que solo ve televisión española (internet lo permite) y que, para todo, sigue haciendo la vida que hacía en España salvo porque ahora se queja de que toda la gente que tiene alrededor insisten (los muy miserables) en hablarle en un idioma que no entiende.

En el extremo opuesto está, naturalmente, el superintegrado. Este es el que se pasa y el que no quiere tener amigos españoles para no contaminarse, el que habla alemán como si fuera de Linz, el que dice „Ok“ en vez de decir „vale“ el que defiende con fe acérrima que Austria es el sitio ideal para vivir y el que, como a mí me ha pasado alguna que otra vez, se tira a la yugular de cualquiera que ose ponerle un pero a Austria, a los austriacos o a cualquier circunstancia que suceda en el país. En esos casos, su frase favorita es esa de „si tan a disgusto estás, vete para tu casa y no seas desagradecido con este país que te lo ha dado todo y blablablá blabablá“.

Está también el que yo he dado en llamar „el anglófilo“. Suele pertenecer a ese tipo de gente, común en Viena, que trabaja en un organismo internacional (con o sin relación con el colorido aunque algo amojamado mundo de la diplomacia), es una persona que no se plantea aprender alemán, pero no como el negacionista, porque le dé por saco aprender la lengua del país en donde es probable que se quede para siempre (aunque él no quiera aceptarlo) sino porque total, para lo que va a estar en el convento, „pa qué“. El inmigrante anglófilo suele manejarse en inglés y por lo tanto su contacto con el país suele ser mínimo, porque se suele relacionar con personas que están en la misma situación que él. Naturalmente, con unos, con otros y con todos los demás, esta gente hablan en inglés.

Muy escaso, pero también presente está el tipo „perro verde“. El perro verde es aquella persona que se ha tenido que ir de su país por raro/a. O sea, porque su manera de estar en el mundo, su forma de reaccionar, o cualquier otra circunstancia relacionada con él, le hacían tan raro para sus paisanos que, para que su „hecho diferencial“ no cantase tanto, se marchó de España a la primera ocasión. Perros verdes hay de muchos tipos. Yo topé una vez con un chico andaluz ue había vivido a dos pasos de la Millenium Tower y jamás, jamás, jamás, había sentido la mínima curiosidad por coger el metro (es línea directa) y darse una vuelta por el centro. Vivía en Viena sin salir de su barrio.

Luego está el que yo llamo „el Bertín“ (por Bertín Osborne, cantante-presentador español) . El inmigrante Bertín suele ser un pez que nada en el mismo banco que el negacionista, con el que, en algunos casos, mantiene una cierta simbiosis. El Bertín tiene más contacto con los austriacos, es incluso posible que hable un alemán regulero, pero su principal carcaterística salta en cuanto aparece otro español: y es esa familiaridad de „bueno, tú yo, como somos españoles, nos entendemos“ que tiene un modo de manifestarse muy parecido a lo que una compañera, cuando yo hacía teatro, llamaba „solidaridad de p^lla“, o sea la que ella decía que sentían dos hombres instantáneamente aunque no se conocieran de nada. El Bertín es ese tipo que, aprovechándose de la coartada de la nacionalidad, trata de metértela doblada en cuanto puede. Venga, hombre, cómo me vas a cobrar esto, si tú y yo somos españoles ¿No? Por ese palo.

Luego está el nostálgico. O sea, el que tiene idealizado su país de procedencia, y es incapaz de ver nada que no sea lo que dejó atrás. O sea, el „como en España ni hablar“. Suele este tipo tener una fijación con la comida y ser propietario de una maleta extragrande para traerse todas esas cosas que él piensa que aquí no hay (muy especialmente el aceite de oliva).

Aquí estaba cuando llegué a casa, pero seguramente a mis lectores se les ocurren más tipos (puros o mixtos) que quizá quieran compartir.


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