With personality

Los austriacos viven, en general, felices; pero tienen miedo. Y quien tiene miedo a veces busca la tranquilidad donde no debería.

21 de Abril.- en la España del franquismo había un periódico que se llamaba El Caso.

El Caso, porque solo se ocupaba de UN caso. Criminal, claro. Al principio El Caso, se ocupaba de hasta dos casos cada semana, pero a la censura de la época, que se regía por el principio “si no se cuenta, no ha pasado” decidió pronto que el reconocer públicamente que, en España, había cada semana dos casos criminales susceptibles de ser tratados por la prensa, era mucho reconocer. Así que nada: un caso. Y el periódico no desapareció porque el director, muy largo, enfrentó al aparato de la censura estatal con el aparato de otra censura poderosísima de la época: la eclesiástica. Contrató a un censor eclesiástico (el de la diócesis de Madrid-Alcalá, y para asegurarse su aquiescencia, le puso un despacho y un buen sueldo, y así pudieron los españoles seguir comprando, cada semana, El Caso).

De resultas de esta política de racionamiento informativo, de la machacona propaganda oficial y, por qué no, de cierta ceguera voluntaria propiciada porque la horrible represión tras la guerra civil había hecho que la gente interiorizase que “significarse” era peligroso, el personal vivía convencido de que España era una balsa de aceite en donde nunca pasaba nada y en donde, si pasaba, era una vez a la semana y ya estaban El Caso y la inefable Margarita Landi, con su melena rubia y su pipa, para informar de que el criminal estaba entre rejas y los malos perdían siempre.

A la luz pública, por supuesto, no llegaba el enriquecimiento manifiesto del dictador y de la familia del dictador (la cual, hasta hoy, vive de las rentas), la explotación brutal de una clase media que no tenía otra salida que el pluriempleo, el hambre y la miseria que había a escasa media hora a pie del centro de Madrid (el pozo del Tio Raimundo) y la gruesa capa de polvo que cubría la vida intelectual del país (salvo escasas y muy honrosas excepciones) adormecida en el Que Inventen Ellos.

Lo malo de esto es que este estado de cosas sigue haciendo daño cuarenta años después de la llegada de la democracia; y aún hoy hay muchas personas que piensan que entonces no pasaba nada y que ahora pasa de todo y que lo que España necesita es un “hombre fuerte” que vuelva a instaurar la política de un caso por semana. Se da la circunstancia de que, por ley biológica, muchos de los modorr…Digoooo de las personas que piensan esto no conocieron el franquisimo y no tuvieron que sufrirlo y de lo único que se fían es de la machacona propaganda oficial la cual, como la basura radioactiva de un cementerio nuclear, parece tener una vida útil de varios miles de años.

En Austria, no son las cosas muy diferentes. Según una encuesta, que se realiza con cierta periodicidad, un tercio de los austriacos (¡Un tercio!) piensan que el nazismo tuvo sus cosas buenas (tampoco es cosa de ponerse tiquismiquis ¿Verdad?) y un cuarenta y tres por ciento de los encuestados piensa, asimismo, que lo mejor es tener al frente del aparato del Estado a un “hombre fuerte”. Yo, personalmente, no pienso que eso sea que los austriacos estén deseando un “caudillo” o un “dictador”, sino que más bien, “hombre fuerte” se podría traducir, de cara al imaginario colectivo como “un hombre con personalidad” en una época en la que los políticos tienden a lo translúcido y se han vuelto en figuras intercambiables. Lo cual, en este estado nuevo de la civilización, en donde la realidad es líquida, y el impacto de las noticias dura lo que un suspiro, cada vez es más difícil. Como con los actores de Hollywood, los políticos actuales no tienen tiempo de consolidarse (uno de los factores claves de la personalidad es el tiempo que se tarda en adquirirla). Se les exige que alcancen la cumbre inmediatamente y luego, crueles, les olvidamos, y les retornamos a su grisura. La gente tiene la sensación de que no son fuertes, de que no tienen personalidad, pero es que los gastamos muy rápido.


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