Periodismo y relaciones públicas

Una vez más, la figura de Armin Wolf está siendo puesta en entredicho. Un episodio más de acoso y derribo contra él ¿Tendrá éxito?

26 de Abril.- Cuando todos éramos pequeños (y alguno de mis lectores no había nacido) la televisión empezó a volverse inteligente y nació Murphy Brown, una de las comedias más ácidas (y más elegantes, nada que ver con las mierdas de Charlie Sheen) que se han emitido nunca.

Murphy Brown, protagonizada por la competente Candice Bergen, contaba la vida de una presentadora estrella de un telediario de máxima audiencia en una cadena de televisión ficticia, llamada FYI (solo muchos años más tarde, yo me enteré de que era la abreviatura de For Your Information). El primer episodio, mostraba la vuelta de Murphy Brown a los platós después de haber pasado por una cura de desintoxicación del alcoholismo que le había llevado a hacerle una entrevista llena de preguntas escabrosas a la (entonces viva, hoy turbosanta) madre Teresa de Calcuta. Y de ahí, para arriba.

A partir de ahí, Murphy Brown se rio de aquellos Estados Unidos del tonto de George Bush (muy parecido al tonto de Donald Trump, solo que menos bocazas) y, por hacerlo y, sobre todo, por hacerlo tan bien, se enfrentó con la oposición de los sectores más fundamentalistas de la religión de los Estados Unidos (Murphy Brown, como Candice Bergen, era una serie muy progresista, no en vano Bergen estuvo casada hasta 1995 con el director francés Louis Malle, matrimonio que solo deshizo la muerte de él).

A las (locas) de la cofradía de la familia tradicional les parecía que Murphy Brown constituía un mal ejemplo para las mujeres, sobre todo (aunque no lo dijeran) porque el personaje interpretado por Candice Bergen se pasaba por el forro de las meninges el estereotipo de señora puestísima vestida con faldita de tubo por debajo de la rodilla, collar de pel-las, y twin-set que propugnaba la administración Bush (el mismo que había propugnado la administración Reagan, solo que con blusa de lazo). Las cofrades del llamado “cinturón de la Biblia” llegaron al paroxismo cuando Murphy Brown (¡Un personaje de ficción!) decidió tener un hijo soltera, “sin concurso de varón” y se hizo inseminar. Aquello fue más de lo que la caverna pudo soportar y, pocos meses más tarde, la comedia, que se había convertido en el azote oficioso de un gobierno dirigido por un zote beato y, como se demostró más tarde, mentiroso, fue retirada de antena (también por cierto cansancio del producto).

Me acordaba hoy de todo esto porque el órgano oficioso de la ultraderecha austriaca, el Österreich (gran periódico, pero mejor papel higiénico) ha emprendido una cruzada contra la versión austriaca de Murphy Brown: el jefe de los informativos de la tele austriaca, Armin Wolf.

Es la enésima. Se le reprocha a Wolf su estilo de entrevista, que sus críticos consideran demasiado agresivo y aquellos que no lo somos consideramos necesario y sanísimo. Wolf, el hombre con el mejor servicio de documentación y, sobre todo, la memoria más aguda de Austria, se dedica a conectar los hechos y a recordarles a sus entrevistados todas las inconsistencias en las que caen. Su único pecado es acudir siempre a las entrevistas con los deberes hechos y preguntar sin miedo y con sentido común. Sus entrevistados, acostumbrados a tratamientos más complacientes, naturalmente, se duelen y hay mucha gente, en este país en el que la porquería se guarda debajo de las alfombras, que quiere su cabeza.. Fue Wolf el que tuvo enfrente a Erwin Proll y le amargó el retiro al recordarle (insistentemente) que había mantenido en secreto el flujo de fondos públicos a una fundación privada. Pröll, al que muchos reprochan haberse comportado siempre como un monarca, se indignó muchísimo de que Wolf llamase la atención a toda Austria sobre algo que a él le hubiera gustado mantener en silencio. No ya porque fuera un delito (que probablemente no lo fuera), sino porque arrojaba una sombra de uso dudoso del poder sobre alguien que siempre ha presumido de mantener una conducta intachable (al mismo tiempo que alimentaba una red clientelar y de quids pro quos sin los cuales, desde Julio César, ningún político ha podido mantenerse al frente de un sistema complejo de Gobierno). Es Wolf el que no deja a Strache colocar su discurso impunemente, como hace en otros sitios, haciéndole preguntas incómodas. Fue Wolf (aunque no preguntó él) el que investigó la historieta del candidato tróspido en las últimas elecciones, la del terrorista islamista en la explanada del templo de Jerusalem.

De momento, el jefe de Wolf, Wrabetz, respalda totalmente a su subordinado y le ha dedicado en público palabras de alabanza. No es tonto, y sabe que, al margen de cualquier otra consideración, Wolf es uno de los activos más fuertes de credibilidad de una cadena, la ORF, que siempre está bajo sospecha de servir a los arbitrios de los gobiernos de turno.

En cualquier caso, el espectador tiene derecho a saber todo lo que Wolf pregunta porque ese es el periodismo de verdad. Lo otro, como dijo aquel, son relaciones públicas.


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