La curiosa historia del austriaco belicoso

¿Se decidirá o no? Mientras Sebastian Kurz deshoja la Margarita nos centramos hoy en la curiosa historia de un austriaco mucho más belicoso.

11 de Mayo.- Las emociones forman parte de la vida e, incluso las negativas, proporcionan gran parte del placer que los acontecimientos nos producen. Por ejemplo: el miedo ante un peligro inminente es una sensación muy desagradable. Sin embargo todos, alguna vez en nuestra vida, hemos jugado a provocarnos ese mismo miedo, mediante una película de terror, por ejemplo y hemos extraído un placer evidente de saber que el fantasma susurrante de Joseph no era el de Cora, la niña atropellada por el carro del carbón (ver “Al final de la escalera”, gran peli de miedo).

Se podría decir que la capacidad de sentir emociones es un sentido más, como el olfato, o el gusto o el oído y que es un sentido igual de importante para nuestra supervivencia por muchas razones: porque nos ayudan a establecer empatía con nuestros semejantes, porque nos dan estabilidad psicológica, porque nos ayudan a huir del peligro.

Todo lo anterior es verdad, sobra decirlo, para el grueso de la población. Sin embargo, existe un número de personas que tienen roto “el cable” que va de la conducta a la emoción (y quien dice la emoción dice a la conciencia, buena o mala, que les produce la conducta). Esas personas son los llamados psicópatas.

Los psicópatas son una pobre gente a la que le pasa lo que a Rocío Jurado en la canción aquella, la de “hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo”, salvo que en el caso de la Jurado el tema se resolvía cambiando al amante pichiflojo por uno más fogoso para pasar del “hace tiempo que no siento nada” al “contigo vibro” y en el caso de los psicópatas de verdad, el no-sentimiento, no tiene solución. Niente. Zero. Null. Nada.

Los psicópatas reaccionan a su falta de sentimientos de diversas maneras y dependiendo del grado de carencia de emociones que padezcan. Hay incluso algunas profesiones para las que una relativa falta de sentimientos es hasta útil (médicos en condiciones extremas, por ejemplo, o reporteros de guerra). Cuando la falta de sentimientos es total, el psicópata, muchas veces, se ve inclinado a realizar actos extremos, encontrando en la descarga de adrenalina un sustituto fugaz y pobre de las emociones auténticas (aunque menos da una piedra, piensan ellos).

Leyendo las declaraciones que Benjamin F., un ciudadano austriaco recientemente detenido en Polonia, ha hecho al diario alemán Taz, uno no tiene ninguna duda de estar ante un psicópata de manual.

Benjamin es inteligente, es culto incluso (toca el violín), pero no tiene emociones y como no las tiene, las busca en el sitio más extremo en donde se pueden encontrar: en la guerra.

En la infancia de este hombre nada presagiaba un destino especial. Nacido en la Austria profunda, sus padres tenían preparado para él un destino modélico. Buenas notas, clases de violín, esquí en invierno. Benjamin F. incluso era bombero voluntario (una institución tan y tan austriaca de la que algún día hablaremos). Sin embargo, Benjamin F. no tenía sentimientos.

A los 17, se alistó en el ejército austriaco y, en cuanto pudo, se fue a Kosovo, en donde descubrió la guerra. Sin embargo, el Kosovo de hace unos años era demasiado poco para él, que se quejaba de que su unidad intervenía poco en los combates (¡Qué monólogo hubiera hecho Gila con su vida!) así que se enroló después en un barco que navegaba por aguas somalíes, a ver si le cogían los piratas. No le cogieron. Luego, trató de enrolarse en la Legión Extranjera, pero no le aceptaron. Se volvió a Austria y se puso a trabajar de puerta de discoteca (un oficio en donde hay que dar mamporros, esto es lo mío, debió de pensar). Pero lo de apalizar parroquianos beodos no le satisfacía. Él quería más: correr auténtico peligro.

Y entonces Putin vino en su ayuda. En 2014, la Federación Rusa se anexionó la Península de Crimea. Buscó en Facebook a cuatro o cinco colgados como él y allá se fueron. Sin embargo, en 2015 se le estropeó la diversión, porque Putin aceptó un precario acuerdo de paz con el presidente Poroshenko y la Unión Europea de árbitro.

¿Qué hacer? ¿Dónde había tiros? Pues en Siria, a luchar contra los barbas del Estado Islámico. Luego, de vuelta a Ucrania, en donde contactó, junto con otros locos, con la organización parafascista Pravy Sektor (Sector Derecho). Otros que tal. Allí parece ser que se vio involucrado en una matanza de civiles que ya se habían rendido (claro, te pones a matar, y matando, matando, pues te ciegas).

El viaje de Benjamin ha terminado, de momento, porque la policía polaca lo ha detenido cuando ha cruzado la frontera con Ucrania. Un yonki se ha quedado sin droga. De momento, por lo menos.


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