Las dos maneras de hacer las cosas

Sebastian KurzLa precampaña electoral austriaca también puede enseñarnos cosas sobre la naturaleza humana.

19 de Junio.- Una de mis citas favoritas de Adolfo Suárez es un aforismo que creo que resume bastante bien lo que es la vida. Decía el primer presidente de la democracia que solo hay dos formas de hacer las cosas: la fácil y la buena. Naturalmente, para llegar a esta conclusión hay que haber vivido un poco. Es típico de los niños y de las personas jóvenes el pensar, por inexperiencia o por inmadurez, que los milagros existen y que se pueden alcanzar grandes resultados sin esfuerzo.

A pesar de que la evidencia no cesa de aportar pruebas en contra, constantemente recibimos mensajes de que el éxito fácil y rápido es posible (Adelgace sin pasar hambre, consiga miles de seguidores por su cara bonita, nosotros podemos ponerle en el número uno del pagerank de Google). Un poco como aquellos tomboleros de mi infancia, que aseguraban en la feria de todos los años de mi pueblo que la muñeca chochona estaba al alcance de cualquiera que invirtiese cincuenta pesetas en un boleto. Cantaba Sabina que las niñas ya no quieren ser princesas y tenía razón: ahora lo que quieren es ser youtubers, para vivir del cuento, o instagramers, como antes querían ser modelos. Porque parece que en estos oficios no se necesita más que desparpajo y eso tan difuso que es el talento natural.

En estos días, en Austria, se han encontrado las dos concepciones de la vida. La del sufrido mundo de los que ya tenemos algo de experiencia a nuestras espaldas y la de los jóvenes que quieren ser youtubers.

La situación actual de los tres principales candidatos a canciller de EPR es, en este tenso verano de 2017, muy desigual.

El líder de la ultraderecha, Heinz Christian Strache, ha empezado con una campaña de carteles (!Ay, la eterna campaña de carteles del FPÖ!) cuyo eslogan es que Austria (o sea, los austriacos de pata negra) siempre podrán contar con él. Si consideramos los cadáveres de cabezas de lista que Strache, sentado cómodamente a la puerta de su domicilio, ha visto pasar, la verdad es que no le falta razón. Posa Strache en los carteles bastante envejecido y de vez en cuando saca unas gafas que, pensará él, le dan aspecto de intelectual (por cierto, las malas lenguas dicen que las gafas son de cristal de ventana, y que son un mero accesorio estético).

El jefe del „nuevo“ partido popular austriaco (que ha abandonado incluso su color corporativo, el negro, para ir hacia el turquesa) sigue decidido a no quemarse antes de tiempo y, como tal, continúa en ese olimpo que es el Ministerio de Asuntos Exteriores. Desde que ascendió a jefe del ÖVP, Sebastian Kurz se prodiga menos (el buen paño, le deben decir sus asesores, se vende en el arca). Naturalmente, algo tiene que decir de vez en cuando, sobre todo porque al camarón que se duerme se lo lleva la corriente del olvido público. La última de Sebastian Kurz ha sido abogar, desde su olimpo de gran estadista internacional, por el cierre de la llamada ruta del Mediterráneo ese infierno que, pasando por Lampedusa, provoca la muerte todos los años de miles de personas, que se lanzan al mar en frágiles embarcaciones pensando que en Europa atamos los perros con longanizas.

¿Cómo quiere cerrar Kurz la ruta del Mediterráneo? Si lo sabe, no lo ha dicho, porque él es un Youtuber de la política y la gente que tiene miles de seguidores en internet queda pronto contagiada de un aire poroso, que les exime de dar más explicaciones de las necesarias.

Las mejores cabezas europeas llevan años intentando (generalmente mal) suturar esa herida que debería hacer que, si tuviéramos el mínimo de lacha, a todos se nos cayera la cara de vergüenza. La solución más utilizada, hasta ahora, ha sido la de tratar a esa pobre gente como a perros o, por lo menos, como „presuntos“ (ponga aquí el lector lo que más le guste). O sea, la manera fácil: atacar el síntoma, pero no la raíz del mal.

Preguntado en una charla off the record por las palabras de Kurz, el canciller Kern, que ya lleva unos años funcionando por este mundo, ha calificado la pretensión de Kurz de cerrar la ruta del Mediterráneo como lo que es: una gilipollez. Por lo menos, formulada así. Porque para que la gente no quisiera venir a Europa lo que haría falta es que en sus países estuvieran bien. Y eso, naturalmente, cuesta dinero (mucho dinero) y exige una voluntad política que, de momento, ningún político europeo ha tenido los huevos de preconizar. La charla del canciller se ha publicado y Kurz ha insistido:

-Cuando yo decía que había que cerrar la ruta de los Balcanes la gente me llamaba esto y lo otro.

Es lo que pasa cuando uno habla preocupado solo por los „likes“. Angelico.


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