Fuertes dolores de Marías

De cómo, desde una cosa se pasa a otra y se termina aprendiendo algo muy valioso sobre nosotros, los inmigrantes.

26 de Junio.- Mis amigos se ríen conmigo por las semejanzas que encuentro entre cosas que, en principio, no parecen semejantes. Y es que yo creo que en este mundo todo está relacionado. Por ejemplo: ayer leí un artículo en El País del escritor español Javier Marías. En él, Marías se lamentaba del bombo (inmerecido, en su opinión) que se está dando al centenario de la poeta española Gloria Fuertes, según él una poeta menor (está en todo su derecho de pensarlo así, faltaría más). El lector que busque en el artículo argumentos que sostengan esta aseveración, los buscará en vano. Según Marías, la fama de Gloria Fuertes nos estaría siendo impuesta por medio de una „campaña orquestada“ (sic) por un grupo de feministas (por supuesto, en opinión de Marías, tontas perdidas) las cuales no saben lo que es una mujer talentosa auténtica aunque la tengan delante y tienen que conformarse con sucedáneos como Gloria Fuertes.

El artículo me ha dado mucho que pensar, hasta llegar a una de esas semejanzas que divierten tanto a mis amigos. A ver si consigo desarrollarla bien.

Mi punto de partida es que Javier Marías ha puesto de excusa el feminismo pero en realidad su desprecio auténtico es de clase, aunque a él le dé vergüenza admitirlo -no es políticamente correcto, claro- o, incluso, aunque esté tan autoengañado que ni siquiera lo sepa.

Veamos: Marías es hijo, como todo el mundo sabe, del académico del mismo apellido y comparte con los Flores o los Trueba el pertenecer a una dinastía que ha dado mucho y bueno a la cultura nacional.

Su madre fue, a decir de todos los que la conocieron, una de las mujeres más brillantes de la edad de plata española, Lolita Franco. Tanto la señora Franco como Marías senior provenían de la alta burguesía madrileña (¿Quién estudiaba en España en los años treinta, sino los que tenían bien cubierta la zona renal?). Un hermano de Marías es el crítico musical de El País (o lo era hasta hace poco, por lo menos). Ambos hermanos son familiares del director de cine Jesús Franco, el cual, con su vida excéntrica, le permitió hacer a Marías el joven escapadas por la Europa de los setenta, durante las cuales se desprendió del pelo de la dehesa.

Por la casa de los Marías (las casas, en América del norte y en España, porque el padre enseñó muchos años en Estados Unidos) pasó toda la intelectualidad española (bien) de los sesenta y los setenta. El exilio interior y el exterior, la tercera vía y la cuarta, los que publicaban y los silenciados que esperaban a que se muriese el abuelito. El mismo Javier Marías, que debió de echar los dientes leyendo Hamlet, fue el niño bonito de cierta intelectualidad en los ochenta.

A pesar de su innegable talento como novelista (Marías ha escrito libros bellísimos), es notorio que nuestro escritor publicó un libro al final de su adolescencia, antes de ser un autor hecho (esto no lo digo yo, lo afirma él mismo). En la España de la juventud de Marías (bueno, y en la de ahora también) publicar una novela es solo parcialmente un asunto de talento y más, probablemente, de haber nadado felizmente desde la infancia en ese plancton galdosiano que, en Madrid y Barcelona, forman esas mil o dosmil personas que encuentran absolutamente natural gozar del acceso a todos los resortes adecuados.

Me he extendido tanto para que el lector comprenda que, desde el punto de vista de Marías, una escritora como Gloria Fuertes, autodidacta, nacida en un medio menestral, carne de zotal y de piojo verde, que para colmo dejó un corpus literario fundamentado en la literatura infantil y en una literatura para adultos deliberadamente tendente a lo naif, debe de ser una especie de usurpadora.

!Comparar a Gloria Fuertes con su padre, el profesor Julián Marías! (por ejemplo). En el mundo de Marías, la misma lógica que empareja la ginebra con la tónica también casa a las personas con un destino, dependiente del medio en que su madre las parió. Si naciste hijo de un profesor, por aquí. Si naciste, como Gloria Fuertes, mujer y pobre (y lesbiana) nunca podrás aspirar al olimpo y te tendrás que resignar a un destino humilde. 

No quiero insinuar, ni por lo más remoto, que Javier Marías sea un carcamal, sino que Gloria Fuertes le supone una perturbación en los estereotipos que mantienen unidas las piezas de su mundo (las personas mayores somos así), uno de los cuales es que los productos culturales deben de tener incorporado un filtro, un umbral, que aparte tanto de la creación como del disfrute a quienes, por lo que sea, no estén en condiciones de dominar unos determinados códigos, que solo se adquieren, como está mandado, pasando por el alma mater correspondiente.

En muchos casos, los emigrantes somos como Gloria Fuertes y la sociedad que nos acoge es un poco como Marías, defendiéndose de una realidad que siente como una amenaza, y defendiéndose como puede, minimizándola, menospreciándola, conviriéndola en tabú…Llámalo equis.

Una persona que viene a vivir en un país que no es el suyo (y Fuertes era una inmigrante en el mundo de la cultura, porque llegó a ella muy tarde y en muchos sentidos milagrosamente) no tiene más remedio que encontrar las soluciones a sus problemas a salto de mata y como va pudiendo. Y a veces las soluciones no son redondas, ni a veces son óptimas, como aquellos que, por nacimiento, disfrutan de la ventaja de haber nacido en una cultura que, para el emigrante, siempre será prestada (por muy bien que se integre). Pero son soluciones. Y sirven.

Probablemente, Gloria Fuertes no tenía ni la mitad de cultura literaria de Javier Marías, pero aunque a Marías le joda, encontró soluciones expresivas eficacísimas para decir lo que quería decir, las cuales le granjearon una parroquia de lectores tanto cultos como menos cultos que aún hoy la quieren (la queremos) y no se conformó con la marginalidad que todo el mundo tenía previsto para ella por tantas razones.

Lo mismo, los inmigrantes, a veces, no dominamos todos los resortes de la sociedad y por eso nos vemos forzados a ser más creativos y esa creatividad que, por fuerza, se manifiesta violentando (aunque sea suavemente, valga la paradoja) algunas de las reglas de la sociedad que nos acoge, les resulta amenazante y dolorosa a algunos aborígenes, que ven en nosotros una libertad y una ligereza que no deja de resultarles inquietante.

La moraleja de todo este asunto es esta: tanto Gloria Fuertes como nosotros somos, aun malgré nous, renovadores y refrescantes. Si la sociedad que nos acoge es inteligente, se aprovechará de ese refresco, si no, pues se fosilizará. Como el pobre Javier Marías.


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