Inglis pitinglis

En 1948 George Orwell publicó 1984. Un libro que, como este artículo, el autor empezó para una cosa y terminó en otra muy distinta.

21 de Junio.- En 1948, George Orwell publicó su obra maestra 1984. La novela de Orwell es el típico caso de libro que el autor escribe para una cosa y termina convirtiéndose en una cosa completamente diferente.

El libro de Orwell, que se puede adscribir al género „sátira sin risa“ o sea, esos libros que son en realidad gigantescos chistes pero tan crueles y tan negros que maldita sea la gracia que tienen (Alicia en el país de las maravillas es otro). 1984 no hablaba, en la mente del autor, de un futuro incierto y negrísimo al que la Humanidad se estuviera acercando a pasos agigantados. No: Orwell no era ningún profeta de catástrofes sino que era un libro que describía de manera bastante ácida, la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial mezclada con el comunismo soviético de la era estalinista, que Orwell había conocido bien (bueno, eso creía él por lo menos) durante su traumática experiencia en la guerra civil española.

Volviendo a 1984, una de las cosas más llamativas de la novela es que los malos, o sea, el Partido Interior, obtienen el control del intelecto humano mediante la deformación del lenguaje. O sea, reduciendo el vocabulario que la gente tiene a su disposición. Si no se puede decir, no existe. Aunque sin intención política, esa neolengua de la que hablaba Orwell en 1984 ya existe: es ese inglés de uso corriente en el tejido empresarial internacional y con el que, sobre todo al principio, un extranjero que llega a Austria se ve confrontado y le sirve de herramienta de (mal)comunicación. Es un idioma del que podríamos decir que utiliza palabras del inglés, incluso frases enteras, pero en realidad es una lengua vacía de precisión en la mayoría de los casos, y tan llena de clichés y lugares comunes que exaspera no solo a cualquiera que tenga un poco de sensibilidad , sino también a cualquiera que se exprese con un poco de soltura (basta muy poquito) en la lengua de Shakespeare, de Robbie Williams y de la Reina Isabel.

Dada mi larga experiencia en contacto con personas que no son hablantes de inglés nativos he hecho colección de aquellas expresiones o palabras que merecerían que, quien las utilizara, fuera condenado a leer (en auténtico inglés, naturalmente) a Harry Potter (dulce condena, dirán algunos, y en ello se muestra que uno no es capaz de desearle mal a nadie ni que le lapiden con diccionarios Collin´s).

Para aquellos que, a estas alturas, se estén preguntando qué tiene que ver este artículo con Viena y Austria en general, diré que, en contra de lo que piensa mucha gente en España, lo de hablar inglés en Europa está igual de reguleramente extendido que en España con el agravante de que circulando por estos mundos hay muchas personas que sueltan cuatro cosas de estas que diré ahora y piensan que hablan inglés, mientras uno les escucha y oye los crujidos de los huesos de Oscar Wilde revolviéndose en el pére Lechaise de París ( también, por cierto, hay gentes que hablan inglés divinamente y yo me he topado con muchos de ellos, que una cosa no quita la otra).

Centrándonos en los austriacos: cuando un austriaco que solo chapurrea el inglés quiere hacer ver que lo habla es muy probable que utilice la expresión „at the end of the day“ (por cierto, ha calado entre los idiotas hispanoparlantes, particularmente los políticos, y ya hay mucho mastuerzo que dice „al final del día“ en frases de la forma „al final del día lo que cuenta es el sueldo que el ciudadano se lleva a casa“).Venga a cuento o no.

Otra frase a la que personalmente también le tengo mucha manía es la de „to walk the extra mile“. Es oirla y que me den retortijones. Debe de ser una idiotez que se aprende en determinadas academias de barrio porque yo, hasta que llegué a Austria, no la había escuchado nunca (yo aprendí inglés en España). Esto de andar la milla extra se utiliza para hablar del esfuerzo extra que alguien debe hacer para „dejarse la piel en el pellejo“ como decía Sofía Mazagatos, realizando determinada labor, ignorando el cansancio y las dificultades.

Cuando algo sea dificilillo, el que va de angloparlante dirá que es „tricky“ y, por supuesto, como esta variedad del inglés va unida a una querencia por el eufemismo digna de mejor causa, en este inglés vacío de artículo de intranet baratuna no hay problems, o sea, no hay problemas, sino que hay challenges, que se podrían traducir por retos. El problema es el „Dios mío, la hemos liao parda“ en tanto que el challenge es que la vida me pone ante una prueba y yo, como soy tan machote, la voy a superar.

Combinando estas cuatro cosas y un puñado más de ellas, como en la neolengua de Orwell, se puede llegar a decir todo sin decir nada y, aunque parezca lo contrario, sin hablar absolutamente nada de inglés.

¿Y todo esto? ¿A qué venía? Yo iba a escribir sobre una página de Facebook en donde un grupo de espontáneos se habían tirado al monte a hacerle campaña a Sebastian Kurz sin su permiso (ni, parece, el del ÖVP). Madre mía, cómo se me va la cabeza…


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