Capaz de haberse ahogao

Gracias a la intervención de unos bizarros austriacos terminó bien para unos cuantos españoles algo que pudo haber sido un susto gordo.

25 de Julio.- Cuando en España la gran recesión tocó fondo, allá por el otoño del año 2010, la gente se dio cuenta de que el frío horroroso había llegado para quedarse (un poco como en Juego de Tronos, ese rollazo insoportable del que todo el mundo habla, solo que los muertos en este caso eran de verdad). En aquellos días no pasaba un día sin que yo recibiera un correo de alguien que me pedía ayuda (pobre de mí) para trabajar „en lo que fuera“.

Muchos fueron los que, por aquel entonces, salieron de España con una mano vorne y otra hinten (las criaturas) y algunos recalaron en Austria. Muchos siguen aquí, y han convertido Austria en su casa. Otros tantos se volvieron al que no dejó de ser nunca su hogar.

Entre aquellos que un día vinieron aquí, hubo algunos que pensaron ver el fantasma de una oportunidad en los barquitos de pasajeros que navegan por el Danubio llevando turistas de Alemania hasta el Mar Negro y vuelta. A pesar de no haberlo intentado nunca personalmente, sé por referencias que conseguir trabajo en esos barcos desde Viena es poco menos que imposible.

Estos días, por cierto, me he enterado del porqué.

A causa de una anomalía del derecho laboral austriaco, las tripulaciones de esos barcos que realizan su trabajo en navíos que la mayor parte del tiempo operan en Austria son contratadas mediante empresas que tienen su sede social en Malta. Hermosa isla, quién lo duda, en la que sin embargo los seguros sociales deben de costarles a los empresarios lo que un chupa chups.

De modo y manera que esa pobre gente que hace camas, que sirve mesas, que friega cubiertas y vela porque todo vaya bien, no solo cobra unos sueldos de ascopena, sino que de forma flipante, contribuyen al presumiblemente magro sistema social de un país que, en la mayoría de los casos, no habrán pisado en la vida.

Si esto no es integración comunitaria, que venga Dios.

En fin.

Ayer los destinos de algunos austriacos y los destinos de un buen puñado de españoles se cruzaron en la Wachau, a la altura de Krems, cuando uno de esos barcos de los que hablo sufrió un incendio y la tripulación y el pasaje se vieron obligados a desembarcar al grito de „Las mujeres y los niños first!“ que hubiera dicho el de la cara naranja y el pelo amarillo pollo (por cierto: había un chiste de mariquitas muy bestia que contaba el humorista español Arévalo a propósito de una situación semejante, en aquellos tiempos en que chistes como ese no le ofendían nada más que a los pobres afectados -por eso se hacían chistes así, porque a ver quién era el guapo entonces que se defendía-; Arévalo es hoy en día un anciano bastante gordo que se va de paellas con Campechano Primero -que tampoco está lo que se dice delgado- y los chistes de mariquitas -afortunadamente- están arrumbados en el infierno de lo que nunca debió existir; así que eso que hemos ganado todos).

Sigamos: salvo ocho miembros heridos de la tripulación, a los que el seguro médico maltés igual les alcanza para que les echen un poco de salivilla en las heridas, como hacían antes nuestras madres, no hubo que lamentar un Costa Concordia.

Los eficaces bomberos de Krems apagaron el incendio (!Sería por agua!) y los pasajeros desembarcaron en la orilla y se les proveyó de un techo y mantas (!Mantas!) y salchichorras Käsekrainer, que ya se sabe que los naufragios con los triglicéridos altos, son menos.

Digo que no hubo que lamentar nada y digo bien. Hubo razones incluso para el orgullo patrio.

Los náufragos resultaron ser en su mayoría jóvenes bachilleres españoles uno de los cuales explicó, ante las siempre inquisitivas cámaras de la ORF, en muy buen inglés (no dijo lo de la puñetera extra mile) que él estaba en la ducha con las bolas al vent (bueno, al aigua) cuando sonó la alarma de incendios. Tuvo el angelito tiempo justo de cubrirse y saltar hecho un pincel a los láifbouts, que lo cortés, como dijo aquel, no quita lo cabral.

Y hablando de cabral: mientras el chaval explicaba su peripecia, sus compañeros (!Qué mal hace la testosterona en las cabezas!) se dedicaban a hacer el moñas ante la audiencia austriaca.

Ojalá todas las cosas peligrosas que nos pudieran pasar en Austria fueran así.


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