Escandalizados de guardia

Es uno más de un rosario de escándalos parecidos. Otro despistado más que habla más de la cuenta sin querer.

26 de Julio.-Un fenómeno peculiar, observado por moralistas a través de todas las épocas, es que incluso las personas objetivamente malvadas son incapaces de reconocer que son, como suele decirse, „más malas que la carne del pescuezo“.

O sea, que el ser humano siempre encuentra maneras de justificar incluso sus procederes más apestosos y, para hacerlo, acude siempre a los más variados subterfugios. Desde el „qué pasa, es que yo soy así y no voy a cambiar“ hasta el „pobre de mí, soy víctima de las circunstancias“.

Y no hace falta que mis lectores acudan a los campeones mundiales de la maldad, esa gente que está en la mente de todo el mundo como representantes genuinos de esa gente que, cuanto más los conoces, más quieres a los orcos. No hace falta. Basta con mirar alrededor para toparse con ellos. Está esa compañera de trabajo que no duda en minar el prestigio profesional de otros para mantener el suyo propio en el frágil ecosistema de la oficina. O el hermano que lleva al hermano a juicio por la herencia del padre pensionista, aunque consista en un par de miles de euros y los dos terminen arruinados en disputas eternas.

Todos estos ejemplos me venían la cabeza al leer en el Österreich -gran periódico- la entrevista -o así- que le hicieron ayer a Johannes Hübner, diputado del FPÖ.

Probablemente a mis lectores no les suene por el nombre -sobre todo a los que vivan fuera de Austria- pero, sin nombrarle explícitamente, le mencioné el otro día en uno de estos artículos.

Herr Hübner dio el otro día en Alemania una „conferencia“ ante un auditorio compuesto por los miembros de un grupo notoriamente ultraderechista. Charla que llenó de diversos clichés antisemitas y de códigos para iniciados en el neonazismo, que por lo que parece hicieron reir bastante a su audiencia.

El contenido de la conferencia se filtró y se armó un escándalo considerable, aunque hay que reconocer que, desgraciadamente, los escándalos causados por cosas como esta son cada vez menos escandalosos, debido a la repetición y uno tiene la sensación de que, cada vez que pasa algo así, hay una especie de „escandalizados de guardia“ que ponen el grito en el cielo un poco a beneficio de inventario. Tras la tormenta mediática correspondiente (y, en mi opinión, justificadísima, porque el racismo es asqueroso en todas sus manifestaciones) Herr Hübner ha anunciado que no se presentará a las próximas elecciones austriacas.

Pero no porque haya reconocido que hizo algo mal, sino porque él se considera víctima de una campaña orquestada que intenta atacar al partido del que es miembro a través de lo que, para él, son unas citas históricas y unas bromillas que él utilizó ignorante de que también las usan los neonazis y tralará tralará.

Desde que llevo viviendo en Austria, o sea, desde hace va para trece años, he visto el esfuerzo del FPÖ por separar su imagen pública de la de sus padres fundadores (que fueron todos afines al execrable régimen anterior a la guerra, los cuales intentaron transpasar como pudieron la aduana de un futuro que, afortunadamente, se construyó sin ellos).

En este sentido ciertos sectores del FPÖ son como esas reuniones de amigos a las que se le oculta un secreto a un recién llegado y todo son codazos, y guiños de ojos y códigos secretos, y sugerencias veladas, hasta que de pronto alguien se va de la lengua y estropea el chiste y entonces se le echa de la habitación y entonces el que se ha ido de la lengua pregunta ¿Ah, pero es que el juego no iba de esto?

Ayer, Herr Hübner desempeñó a la perfección el papel de ese amigo que, despistado, pregunta si él había entendido mal las reglas del juego y, por supuesto, aunque admitió que determinadas alusiones habían sido „desafortunadas“ en todo momento persistió en la versión de que la culpa había sido suya por leer unas citas históricas que luego alguien había cogido por donde más ardían.

Si alguien hubiera ignorado los antecedentes del asunto, al leer la entrevista hubiera podido pensar que Hübner se había visto obligado a dimitir por un asunto mucho más banal, de esos que hacen que esa legión de señores mayores cabreados que últimamente han invadido las redes sociales suban el tono de voz y se echen las manos a la cabeza.

En las disculpas de Hübner, como en las de tantos otros políticos del mismo signo que le han precedido, subyacía el intento de hacer inofensivas cosas que de ninguna manera lo son, pero que, como decía más arriba, a base de repetirse, y de repetirse sin consecuencias apreciables, han pasado a formar parte del paisaje ideológico que ve el austriaco medio, hasta volverse invisibles, como esos rincones de la casa que no nos damos cuenta de que se ensucian porque los vemos todos los días, hasta que llega un momento en que volvemos de vacaciones y nos llama la atención y nos echamos las manos a la cabeza. Es un ejemplo claro de cómo el mal, a base de estar presente, se hace banal y adquiere apariencias inofensivas.

Hasta que es demasiado tarde, claro.


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