Usted y yo estamos de suerte

Yo siempre he pensado que los emigrantes tenemos la suerte de ser la avanzadilla de un mundo que, día a día, se está imponiendo.

21 de Agosto.- Yo siempre he pensado que las personas que, por hache o por b, hemos dejado los sitios en los que nacimos y crecimos para ir a vivir a otros somos la avanzada de un futuro que, evidentemente, ya está aquí.

En realidad, si algo distingue a este siglo XXI, es que, lo que en épocas pasadas estaba reservado solo a una parte muy pequeña de la población, prácticamente a las clases altas, ya lo estamos viviendo todos.

Antiguamente, o sea, hasta hace cien o ciento cincuenta años, solo las capas más altas de la población (incluso, solo las altísimas, como los reyes y las reinas) se veían en la tesitura de tener que dejar sus países de nacimiento, generalmente, para casarse, e ir a tierras lejanas. El choque cultural era cosa de ricos, vaya.

Entre las cortes europeas había un trajín de pacás y pallás, de princesas (generalmente era a las mujeres a quienes les tocaba bailar con la más fea) que se veían obligadas a dejarlo todo y a marcharse „con las maletas llenas de sueños“ (bueno y con los baúles, y con las carrozas, y con el aposentador real, y con las damas de compañía) a emprender „la aventura de la emigración“ y aprender un idioma nuevo, y unas costumbres nuevas. Cada una, como pasa hoy, se adaptaba a lo que le tocaba vivir de la mejor manera que podía y, como pasa hoy, las listas sobrevivían y se lo pasaban en grande, conscientes de la oportunidad que se les abría y las menos listas (o sea, aquellas a las que las neuronas no les daban para más) pues se morían de tristeza y de nostalgia.

Hoy, en cambio, el mundo entero bulle con una población flotante, que va de un país a otro. Personas que hoy viven en Kenia, pero a las que dentro de dos años su empresa las manda a Italia a que abran una nueva sucursal. Ingenieros, como mi hermano, o como muchos de mis lectores, que hoy trabajan en su oficina de Madrid y mañana trabajan en Rio de Janeiro, y el mes que viene cualquiera sabe. Gente, y esto es importantísimo, que todos los días trata con gente que no habla su idioma nativo y que también está lejos del sitio en donde les parieron.

Un poco a la fuerza y un poco porque el progreso de la tecnología en un mundo globalizado lo ha hecho posible, grandes capas (también es cierto que las más preparadas culturalmente) se han convertido en personas cosmopolitas.

Por primera vez en la historia hay una gran masa de personas que somos, en sentido estricto, ciudadanos del mundo. Que no entendemos las fronteras, a las que todas las religiones nos parecen más o menos iguales (salvo quizá la que practicábamos en la infancia, por tener todavía cierto peso cultural), que hablamos más idiomas además del nuestro, que educamos a nuestros hijos en una mentalidad abierta (aunque no hace falta ni siquiera que les eduquemos, porque el estilo de vida que llevamos ya hace que ellos aprendan con el ejemplo).

Personas, a quienes por fuerza el nacionalismo nos parece un fenómeno incomprensible, un atraso (lo es, se mire por donde se mire), cuando no un engorro o una auténtica gilipollez, porque para sobrevivir en el ámbito laboral, por ejemplo, debemos contar con las competencias necesarias para poder trabajar en equipo con gente de diferentes culturas e idiomas.

Personas que empezamos a no entender que si hoy se estrena en Estados Unidos un capítulo de Juego de Tronos ¿Por qué no puedo yo verlo al mismo tiempo? Y, es más ¿Por qué esa inmediatez no se extiende a todos los otros ámbitos de la vida?

Personas, por lo tanto, que aunque a veces no nos demos cuenta estamos trabajando, como consumidores, para la desaparición de las fronteras. Fronteras que en muchos casos ya han desaparecido o se han vuelto más porosas y permeables de lo que jamás fueron en la Historia, salvo en islas de bruticie como ese gran vacío en guerra contínua desde hace siglos que es Oriente Medio o Corea, la mala, lugar en donde, a fuerza de querer encerrarse, se los está comiendo a todos la miseria como a nosotros cuando Franco, el zotal y el piojo negro.

Es un mundo que plantea nuevos desafíos y el principal, lo tengo escrito muchas veces, es el de la gente que se va a quedar fuera, que ya se ha quedado fuera porque ha dejado de entender el mundo que no es que esté llegando, es que ya está aquí. Por ejemplo porque su sistema de valores es demasiado poco inclusivo y no admite la coexistencia con otros sistemas de valores (el caso, por ejemplo, de las versiones más radicales de la religión que están condenadas -afortunadamente- a convertirse en un fenómeno marginal en las sociedades ricas y dizque cultas de Europa occidental).

Yo, muchas veces, pienso que en ese mundo futuro (tan cruel como este nuestro, en muchos aspectos, aunque sin duda mucho más homogéneo) y plantea un poco los mismos problemas que la robotización. Todo el mundo dice que los robots destruirán muchos empleos pero que, a cambio, crearán otros nuevos si la gente se recicla y uno, francamente, por mucho que se estruje la neurona, no se le ocurre cómo un empleado de almacén, o una cajera, pueden reciclarse en programadores de autómatas. Pues con esto, igual. El deseafío será convertir a los más posibles (todos sería una utopía) en gente como usted y como yo, querido lector, para quienes el vive y deja vivir sea lo más importante. Parece fácil, pero por ejemplo los atentados de Barcelona, Donald Trump o el Brexit hacen que no se nos olvide que, quizá, no lo sea tanto.

Por cierto, tal día como hoy, hace ya diez años (!Diez!) se publicó este post. Y la destinataria está cada día más guapa y es cada día más lista y su tío la quiere cada día más.


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Comentarios

2 respuestas a «Usted y yo estamos de suerte»

  1. Avatar de victoria
    victoria

    Felicidades a tu sobrina, Paco. Y qué curioso, justo hace diez años, en verano, estuve en Viena por primera vez … En fin, un lujo leerte, como siempre.

    1. Avatar de Paco Bernal
      Paco Bernal

      Muchas gracias Victoria! 🙂

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