Colesterol bueno y colesterol malo

Situemos a los austriacos frente al concepto de moda: el nacionalismo ¿Son los austriacos nacionalistas? ¿De lo suyo o de otros?

5 de Octubre.- Hace unos días, en la empresa en la que trabajo nos hicieron un chequeo (todo muy bien, gracias).

A un compañero, sin embargo, le dijeron que tenía el colesterol alto. Le recomendaron que se pusiera „a plan“ y que, en tres meses, se repitiera los análisis, a ver cómo había evolucionado su hipercolesterolemia.

Mi colega estaba preoupado y, estrujando los resultados del análisis con la mano diestra, no hacía más que decir:

-Ya es mala pata, jolines. El análisis dice que el colesterol bueno lo tengo bajo, pero que, con el alto como lo tengo, „me se“ pueden taponar los „vasos sanguinolentos“ y darme un patatús.

Por la tarde, ya en la intimidad de mi hogar, en la grata compañía de mis seres queridos y de mis gatos (dos), mientras veía las noticias sobre el reguetón en la región española de Cataluña, por una de esas extravagantes asociaciones de ideas que me han hecho famoso en el mundo entero, pensaba yo que el nacionalismo es un poco como el colesterol.

Desarrollo la idea.

A juzgar por las apariencias, podría decirse que hay un „nacionalismo bueno“ que es hasta saludable, y que hay otro que deviene en cerril y que, en los casos más graves, como el colesterol malo, impide que el riego sanguíneo llegue con normalidad al cerebro de las criaturas, de manera que hay muchos y muchas que terminan como Felix Baumgartner, deportista de riesgo del cual muchos facultativos de EPR sospechan que tiene una alarmante propensión a padecer trombosis que le nublan la razón, quién sabe si como consecuencia de sus paseos por la estratosfera.

Pensé también que gran parte de la perplejidad con la que desde Austria se observan los acontecimientos recientes en Cataluña se debe, por un lado, a la repulsión casi congénita con la que los austriacos ven lo de dar una voz más alta que otra (mi hermano dice que, aunque no lo sepamos, aquí hay aviones que, de noche, pulverizan cloroformo en la atmósfera).

Por otro lado, esa perplejidad de la que hablaba también se debe a que, en general, los austriacos tienen los niveles de „nacionalismo bueno“ dentro de unos límites que la OMS considera más que aceptables (incluso, hasta lo tienen un poco bajo, porque según mi experiencia, los austriacos tienden un poco a tomarse su país con un sano pitorreo, cosa que tambén nos pasa a muchos españoles normales, o nos pasaba, que ahora que a todo el mundo le ha dado por jurar la bandera -la que sea- no sé).

Por otro lado, la parte de la población austriaca que tiene el „nacionalismo malo“ alto, por razones históricas, no tiene el „nacionalismo malo“ austriaco alto, sino que más bien tienen el „nacionalismo malo“ alemán alto.

Es un poco lioso, lo sé. Incluso soy consciente de que este hecho puede parecerle un poco raro al amable lector, el cual, en buena lógica, podría preguntarse:

-¿Y por qué hay austriacos que se sienten nacionalistas de Cruella de Merkel?

Antes de seguir, diré que los que así se sienten son los simpáticos muchachos de la ultraderecha, y ello por poderosas razones históricas, porque en este país, desde que la ultraderecha es ultraderecha -pongamos desde el último tercio del siglo XIX- esa ulraderecha es pangermanista y considera que Austria es en realidad un aborto (Misgeburt) y un estado artificial, dado que, según ellos, si las cosas funcionaran con lógica, Austria debería de ser como Baviera, un estado alemán.

Siguiendo esta manera de pensar, que se hizo muy popular durante los años veinte del siglo pasado y que contribuiría decisivamente a la decisión de Hitler de anexionarse Austria al Reich alemán, Austria sería solamente un invento de las potencias vencedoras en las dos guerras mundiales.

Si tuviéramos una máquina del tiempo y pudiéramos retroceder al final de la segunda guerra mundial, veríamos que, utilizando esta metáfora tan útil del colesterol, en aquel momento una parte sustancial de los austriacos tenía el nacionalismo bueno no ya bajo, sino completamente por los suelos (Austria, Esta Pequeña pero saladísima República era vista entonces como ese cacho del planeta Tierra formado por todos los retales que no había querido nadie más) en tanto que el nacionalismo malo lo tenían muy alto, hasta el punto de que había mucha gente con riesgo severo de padecer infartos y trombosis ideológicas.

Una de las cosas para las que sirvió el dinero del Plan Marshall fue para, junto con la reconstrucción de la maltrecha industria austriaca, arbitrar los medios para subirle a la sociedad el nivel del „nacionalismo bueno“ o sea, ese por el cual, sintiéndote ciudadano del mundo, le tienes cariño a tus cosas, y aprecias tus raíces pero sin que te entren tentaciones de invadir Polonia, no sé si me explico (en cualquier caso, a buen entendedor…).

En Austria, aparte del bienestar económico, las herramientas fundamentales fueron dos: por un lado, la creación de un star system y una cultura pop propios y bien diferenciados de Alemania (Sissi, Peter Alexander, Waltraut Haas y siga usted todo recto hasta Falco y Reinhard Fendrich). Por otro lado, frente a la protestante Alemania, los austriacos del pasado siglo utilizaron como factor aglutinante el catolicismo.

Y así, hoy en día se puede decir que el nacionalismo austriaco no es más que un ligero perfume. Ojalá pudiéramos decir lo mismo de todos los países del mundo.


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